El patriarcado está tan arraigado en nosotros que hasta las formas de luchar contra el machismo son patriarcales. El feminismo exige creatividad y mucha capacidad de abstracción para desarticular discursos y dispositivos de poder mimetizados socialmente. En el Día Internacional de la Lucha contra la Violencia hacia la Mujer (25 de noviembre), leemos posturas demagógicas y ridículas por parte de autoridades locales, regionales y nacionales machistas, que no aportan en nada al debate ni a la promoción de políticas públicas.

La normalización machista no nos permite ver que cuando hablamos sobre las mujeres proyectamos sobre ellas nuestros miedos, perversiones, carencias, etcétera (como el infame Arturo Fernández, futuro exalcalde de Trujillo, sentenciado por violencia contra la mujer), por eso las matamos, las violamos o las acosamos. Ser hombre es casi una patología, y es solo el movimiento feminista el que intenta comprender el origen de estos síntomas sociopolíticoculturales malsanos que nos posibilitan decidir sobre su cuerpo, su sexualidad, su economía y hasta su forma de amar.

Nacer mujer en el Perú es cada día más peligroso, tanto o más que nacer homosexual, cholo o pobre, y son los machistas los que causan más daño y muertes que los sicarios, los delincuentes o los extorsionadores. Por eso es difícil entender cómo es posible crecer y desarrollarse en un mundo tan hostil, y por qué, como dice Javier Cercas, «después de siglos y siglos de maltratos y explotación despiadados, las mujeres siguen aguantándonos, siguen queriéndonos y cuidándonos», y no se han dedicado más bien a tratar de aniquilarnos.