No hace falta ser semiota para interpretar que la forma en la que María del Carmen Alva, expresidenta del Congrezoo, jalonea a Isabel Cortez, extrabajadora de limpieza pública, es la de alguien que siente que tiene poder sobre otra persona.

Este sentimiento de autoridad proviene de la idea racista de cierto sector peruano que se piensa a sí mismo superior a los «cholos» y «cholas». No es casualidad que para la acciopopulista el Perú se divida entre blancos e indios (lo cual declaró públicamente demostrando su condición de «blanca»).

La violencia de la discriminación es por lo general psicológica, pero se materializa también mediante la paupérrima calidad de los servicios públicos, la explotación y, en casos como estos, la agresión física (llegando a los crímenes de odio).

Esta escena perfectamente podría ser la de alguna película —o telenovela— en la que la «patrona»: blanca, de clase media/alta, con educación superior, increpa algo a la empleada del hogar: mestiza, pobre, poco instruida, pues esta es una realidad que día a día en el Perú supera a la ficción.

Quien no vea la representación de la derecha discriminatoria, bruta y achorada en este ensañamiento rabioso contra la legisladora de izquierda (y contra millones de peruanas y peruanas y el gobierno de Castillo en general), y no entienda que este es el principal problema —cultural— del país, o es muy idiota o es muy racista.

Mi solidaridad con la congresista Cortez y con todas y todos los hombres y mujeres que hoy fueron ninguneados y también lo serán mañana, hasta que alguien haga cumplir la Constitución y las leyes nacionales e internacionales. Por lo demás, María del Carmen Alva debería ser desaforada del Congrezoo, así como todos los racistas del Perú.