El 28 de setiembre es el Día de la Acción Global por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, es el día en que recordamos que es necesario, para un real respeto de nuestros derechos humanos, el cese de la criminalización hacia las mujeres que desean, por las razones que fuera, interrumpir un embarazo no deseado.

Me preguntaban si era proaborto, y dije que no, y obviamente se sorprendieron en tanto mi posición es clara respecto a la necesaria legalización del aborto, y es que precisamente quiero explicar el fondo de este asunto que, por tanta cucufatería enquistada, no se puede conversar de manera abierta desde los distintos puntos de vista. No soy proaborto, ese no es el punto, ese punto es muy simplista, soy prolibertad, pues el aborto es una elección, no una imposición.

Al respecto, no se trata de que seamos “proaborto”; nosotras, las mujeres feministas que defendemos la libertad y autonomía de nuestros cuerpos por ser sujetas de derecho, no fomentamos el aborto, fomentamos la libertad de decidir respecto a la maternidad, y si esta se asoma siquiera en contra de la libre decisión de la mujer, esta última tiene todo el derecho de no desearla e interrumpirla.

Un aborto es complejo, en tanto es una experiencia difícil, y más aún cuando su práctica, en caso no tengas recursos económicos, te conlleva a sumergirte a un mundo oscuro en donde la propia vida corre peligro. Nadie quiere que las mujeres anden abortando todo el tiempo y más aún, en la clandestinidad en la que se practica, estén exponiéndose constantemente a dañar sus cuerpos y arriesgar sus vidas. Un aborto no debería ocurrir, porque precisamente se trata de un embarazo que no debió darse, pero se dio porque el desinterés de educar en derechos humanos de manera integral, la violencia machista y la cucufatería religiosa así lo permitieron.

Tal vez consideren que un aborto es terrible, pero más terrible es vivir la tortura de un embarazo forzado y con ello una maternidad impuesta.

Ahora, más allá de los embarazos no deseados como consecuencia de una violación sexual en niñas, adolescentes o mujeres adultas, donde el tema es más entendible respecto al aborto, por decirlo de algún modo, quiero hablar de las muchas otras circunstancias que conllevan a una mujer a abortar y que hace que el tema “se vuelva candente”.

Qué fácil resulta cuestionar los embarazos no deseados bajo el “¿para qué tiene sexo?”, “¿por qué no se cuidó?”, “¿quién la manda a abrir las piernas?”, “eso le pasa por puta”, “que se joda por pendeja”, “eso le pasa por borracha”, “bien hecho por cachera”, entre muchos otros cuestionamientos hacia la mujer, desde una posición privilegiada en donde se gozan de beneficios sociales como educación y acceso a la salud. Y por cierto, qué fácil cuestionar únicamente a la mujer, como si el embarazo fuera la consecuencia de un acto sexual de autosatisfacción en donde no hay un eyaculador irresponsable de por medio.

Qué fácil cuestionar a la mujer que decide abortar con actitud inquisidora, desde nuestra “perfecta vida”, cuando no formamos parte de las distintas realidades, cuando no experimentamos la pobreza, esa que bien puede ser en recursos económicos como en humanidad (que es la más dañina), cuando no vivimos en círculos de violencia familiar, cuando tenemos acceso a un seguro de salud, cuando tienen privilegios sociales por el simple hecho de nacer hombres, cuando no tienen útero y no saben la carga social que ello implica.

Pero más aún, qué fácil cuestionar el aborto solo porque hacerlo te permite mostrarte como “moralmente correcto/a y digno/a” y así encajar en ese mundillo de la argolla social que te habilita al disfrute de los privilegios que el poder hegemónico puede proveer a quienes lo sustenten.

Sancionar a las mujeres que abortan es cruel, es no entender que como consecuencia de una estructura social capitalista opresora no todos ni todas tenemos iguales derechos y oportunidades. Es ser egoísta y un ser carente de empatía.

El aborto es un problema público y no solo de la esfera de la vida privada de las mujeres, es la consecuencia del desinterés del Estado, de la sociedad hipócrita y de la iglesia invasiva que sustentan al machismo que no permite la autonomía de las mujeres, para así darle continuidad a una estructura patriarcal en donde nosotras “debemos” estar al servicio de los hombres. El aborto es un problema de interés social.

Las mujeres que abortan no lo hacen felices y campantes, lo hacen después de momentos sumamente críticos a los que no quisieron llegar, lo hacen muchas veces solas, con miedo, abandonadas por ese eyaculador que las dejó desamparadas; pero hacen algo sumamente importante, hacen su voluntad, la misma que no debiera ser criminalizada. Pero también es relevante mencionar que, si bien no lo hacen felices y campantes, se sienten liberadas, y no tienen por qué vivir el resto de sus vidas sintiéndose mal y autolesionándose por su “inmoral” actuar. Lo que hicieron fue darse a sí mismas la oportunidad de continuar con sus vidas, fueron conscientes de no traer al mundo a un ser vivo que no deseaban, al que tal vez no podrían darle la calidad de vida digna que merece, y todo ello pese a las adversidades que la sociedad machista y clasista tiene para ellas.

El aborto no solo lo ejecutan “las malas mujeres”, porque tal vez muchas de las “malas mujeres” conocen más de sexualidad y anticoncepción que pueden evitar embarazos no deseados, sino precisamente lo ejecutan también aquellas mujeres “de bien” que, bajo la opresión social patriarcal, deben resguardar “su imagen” para no ser sancionadas y sepultadas socialmente, pues lo que se cuestiona en el fondo es que una mujer tenga relaciones sexuales fuera del sagrado vínculo del matrimonio y el embarazo sería la prueba viva de ello.

Ninguna mujer debería abortar, no debería llegarse a eso, pero no es fácil cuando tenemos una realidad social excluyente, en donde los preceptos religiosos invaden el poder público y obstaculizan la labor garante del Estado de nuestros derechos fundamentales.

Todas las mujeres deberían decidir sus relaciones sexuales, deberían acceder a métodos de anticoncepción, deberían tener la posibilidad de ir a citas médicas ginecológicas cada vez que lo quieran o lo requieran, deberían conocer su ciclo menstrual y sus días fértiles, deberían saber sus derechos sexuales y reproductivos y con ello procrear únicamente cuando lo deseen; pero la realidad no es así, creer que todas lo sabemos todo, aún “en estos tiempos” es ser ignorante de la pura realidad que nos acompaña día a día, realidad en donde a las mujeres no se les habla de sexo y no se les permite pensar en este, realidad en donde son obligadas a tener relaciones sexuales, incluso por sus propias parejas o por sus familiares incestuosos en el espacio del hogar, realidad en donde son manipuladas de distintos modos para que puedan disponer de sus cuerpos y saciarse de ellos, realidad en donde se les hace creer que la virginidad es la que les asigna valor y con ello intentar menoscabar su valor cuando “la pierdan”, realidad que las humilla y las expone a tratos vejatorios en donde se les reduce a ser objetos del placer sexual y además incubadoras perfectas.

Pero, además, realidad en donde no basta “saberlo todo” para evitar un embarazo no deseado, sino que además debes tener recursos económicos para que tus derechos se hagan efectivos. El tema no es fácil, pues como verán el machismo y el clasismo son elementos que van de la mano para dañar a las mujeres.

Cuantas de ustedes han sentido hasta vergüenza de reírse de un “chiste rojo” delante de la gente porque se supone que las mujeres no debemos saber de sexo, a cuantas de ustedes las han tachado de putas por desear sentir placer sexual, cuantas de ustedes han podido hablar abiertamente de sexualidad sin que las miren mal, cuántas de ustedes han sido cuestionadas por sus parejas dado que ya no las “encontraron vírgenes”, cuantas de ustedes han accedido a relaciones sexuales sin desearlo, cuantas de ustedes no conocen siquiera lo que es un orgasmo y no sienten la libertad de hablar del tema, cuantas de ustedes tienen vergüenza de todo aquello que involucra la sexualidad. Estos y miles de ejemplos más de manifestaciones de represión machista pueden ser verificados por ustedes mismas.

Por ello, en un mundo en donde no podemos ni decir sexo sin que se nos vea mal, ¿cómo se les ocurre siquiera pensar en cuestionar que existan mujeres que quedan embarazadas y no lo desean? Se dan cuenta de lo incongruente que es que mientras te horrorizas de un “chiste rojo” señales con el dedo inquisidor a las mujeres que están a favor del aborto legal bajo el argumento de “¿acaso no saben cuidarse?”. Pues no, no saben cuidarse, porque no nos enseñan eso, nos enseñan a vivir teniendo vergüenza sobre todo aquello que esté vinculado a la sexualidad.

En ese contexto, muchas mujeres “moralmente correctas” son las primeras en sancionar a quienes quedan embarazadas en condiciones “no idóneas”, es decir, fuera del “sacrosanto matrimonio”. Aquellas que si oyen mencionar la palabra vagina o pene terminan escandalizadas, son las que cuestionan la falta de “diligencia” en el acto sexual. Incongruente ¿verdad?

Menciono todo esto porque considero importante analizar la problemática y analizarnos como mujeres respecto al cómo enfrentamos la misma. En ese sentido, la postura en relación a la legalización del aborto tiene sus matices, por decirlo de algún modo, dado que muchas manifiestan que están de acuerdo únicamente cuando se trata de menores de edad y en casos de violación sexual, y de eso no se trata. Se está de acuerdo por el todo, porque caso contrario, lo que estás haciendo es reafirmar todo ello que venía comentando, el sancionar a la mujer por “puta” por “embarazarse”, cuando vamos viendo que también termina siendo un hecho producto del patriarcado.

Desarrollar la sororidad nos enseña a entender, comprender y tener empatía por la mujer de al lado, sin sancionarla ni juzgarla. Ya bastante daño genera la misoginia que destila el machismo sobre nosotras, como para promover injustamente más lesiones entre las propias mujeres.

Para cualquiera de los aspectos que deseamos fortalecer desde nuestras prácticas feministas con la finalidad de ejercer nuestros derechos, es fundamental desarrollar la sororidad entre nosotras, pues de lo contrario, el machismo se aprovechará de esos vacíos para seguir maltratándonos.

En ese sentido, para la lucha contra la violencia de género debemos hacer el esfuerzo por entender a las demás mujeres, entender sus distintas realidades, en donde muchas de ellas pueden quedar embarazadas y no desearlo.

El aborto ocurre, sacarlo de la clandestinidad no solo permitiría que las mujeres pobres no mueran, sino que además sería un acto emancipador de nuestras libertades que podría reafirmar nuestros derechos. Legalizarlo no implica obligar su ejecución, sino dejar de criminalizar a quienes lo realicen.

Sin embargo, es fundamental comprender que para lograr la tan ansiada legalización del aborto, necesitamos abrazarnos entre nosotras, y por ello reflexionemos mediante un profundo análisis interno en cómo la sociedad machista es con nosotras en relación a nuestra sexualidad y exigencias reproductivas. Sincérense con ustedes mismas y luego de ello entiendan por qué las mujeres abortan. No sancionen, no juzguen, no maltraten, no cuestionen, por el contrario, entiendan que cada mujer vive una realidad distinta y compleja, y que ante tanto machismo requiere ser abrazada en amor y paz.

Me queda clarísimo que hoy o más tarde el aborto será ley, y el camino a su conquista será más fácil cuando construyamos una sororidad más y más fuerte. Pero será ley, de eso nos encargaremos nosotras.