Cuando hablamos de aborto siempre hablamos de autonomía y es que con ello queremos defender el derecho natural sobre nuestro cuerpo, que va mucho más allá que solo el derecho o posibilidad de abortar si así lo deseamos, sin ninguna causal, sin ninguna excusa.

Abortar porque así lo queremos y porque el cuerpo en donde se gesta ese embrión o feto es nuestro y de nadie más, ese cuerpo no le pertenece a ningún hombre, aunque haya engendrado dentro del nuestro, ese cuerpo no le pertenece al Estado y mucho menos a ninguna Iglesia, bajo ninguna circunstancia.

Pero ¿cómo definimos autonomía dentro de un contexto en el cual las mujeres vivimos sometidas, aunque algunos crean que porque podemos votar y estudiar hemos conseguido la libertad? ¿Cuáles son los límites de esa autonomía que siempre reclamamos? O mejor dicho, ¿la autonomía debe tener límites? Entre nosotras las feministas siempre tenemos muchos debates, pero debemos seguir haciéndolos; además, es el momento de tenerlos un poco más hacia afuera y todas estas preguntas, aunque en la cabeza tengo muchas más, nos deben llevar a una reflexión que ya es urgente.

Siempre hablamos sobre el aborto seguro, legal y gratuito, pero mientras eso sucede, miles de mujeres están abortando, así se oponga el Estado, así los movimientos conservadores salgan a las calles y paguen a personas para que llenen una plaza, así no tengan plata, así no sepan cómo, así se encuentren solas, una mujer que toma la decisión de abortar lo hará. Bajo esas circunstancias, los movimientos feministas han organizado, incluso arriesgando su libertad, muchas estrategias para conseguir que las mujeres que han decidido hacerlo no lo hagan solas y lo hagan de una manera “segura”, pero es justamente ese último punto el que me llama a la reflexión.

Entre la autonomía y la seguridad de quienes deciden sobre sus cuerpos existe una delgada línea que las separa y entre ellas está la muerte, ¿debemos promover la autonomía de poder abortar solas en nuestras casas?

Tengo muchas miradas sobre este tema y es que puedo hacerlo colocándome en distintas partes y abordarlo desde diferentes ángulos, primero lo hago como mujer, luego como feminista, como médica, como salubrista, incluso como política. Cada uno de esos enfoques me genera discusiones conmigo misma, pues de pronto me encuentro entre discrepancias entre la medicina y el feminismo y es ahí donde radica la mayor parte de mi preocupación.

Vivimos una coyuntura política que no podemos dejar de lado cuando abordamos este tema porque esto ha generado que nuestros derechos como mujeres hayan sido relegados o incluso vulnerados, bajo esta estructura económica la salud pública es un tema que no representa una prioridad, sobre todo en materia de políticas preventivas, como mujer me siento desprotegida y a la vez aliviada de pertenecer a un grupo privilegiado que de tener la necesidad de abortar lo podría hacer de una manera segura; pero como feminista eso no me alegra, al contrario, porque ninguna mujer puede ser libre mientras otra se encuentre oprimida.

La autonomía sobre nuestros cuerpos es lo que reclamamos, el derecho al aborto es una consigna, pero ¿en qué consiste esta autonomía? ¿El aborto es un procedimiento que podemos realizar solas en nuestras casas, en compañía de alguna amiga o alguna activista sorora que nos brinde su tiempo y su amor feminista? Voy a responder como médica, no, no podemos hacer eso, no podemos arriesgarnos bajo el sustento de una lectura peligrosa sobre recomendaciones que nos indican que sí es posible o bajo la experiencia previa de alguna otra mujer que ya lo ha practicado, que está viva y con el problema ya resuelto. Me resulta preocupante percibir cómo los consejos van de boca en boca y de pronto hemos tomado el asunto en nuestras manos.

He pasado noches sin dormir pensando en la jovencita que no conozco y me ha escrito creyendo que puedo realizarle un aborto y que no vuelve a responderme más luego de decirle que no, tengo el alma en un hilo cuando no vuelvo a saber nada de la desconocida que me hace una consulta y le he respondido que aquello que le han recomendado hacer es peligroso, me ha dolido el corazón cuando me han dicho que soy falsa feminista porque solo hablo del tema por pura pose cuando les respondo que no practico abortos, que no consigo misoprostol, que no pertenezco a ninguna red de apoyo o que incluso estoy en contra de las recomendaciones que circulan en las redes.

Entiendo el dolor y la desesperación que sienten las mujeres cuando tienen un Estado que las abandona, un sistema de salud que se niega a atenderlas incluso cuando cumplen las condiciones que la ley sí contempla, las mujeres que deciden tomar las cosas por sus propias manos no son las responsables; pero las feministas que estamos en este camino sí y debemos hablarlo, debemos mirarnos todas y debatir si este es el camino, si debemos seguir creando estos espacios de acompañamiento, que personalmente me parecen hermosos, pues son momentos en donde se puede ver la sororidad hecha materia y hasta la podemos tocar; pero yo no puedo y no porque las cuestione, todo lo contrario, sino porque siendo médica soy consciente del riesgo que esto implica y no me siento avalada por la ciencia para enfrentar este tipo de iniciativas en las que jugamos al azar con la vida de las mujeres.

La publicación con mayor credibilidad en las redes y dentro de algunas organizaciones activistas en el tema es aquella propuesta por la Organización Mundial de la Salud, siendo una organización de prestigio ha sido suficiente razón para que sea considerada una ley infalible y que además puede ser usada en la casa y sin la supervisión de un profesional de la salud; pero ha sido malinterpretada porque desde ninguna perspectiva la utilización de fármacos puede hacerse sin una supervisión profesional, además la irregularidad con la que se consigue el fármaco no garantiza su seguridad y al hacerlo ponemos en riesgo a las mujeres.

Estoy segura de que muchas compañeras no estarán de acuerdo conmigo; pero hablo desde mi perspectiva como médica y con el conocimiento de los riesgos que se toman sobre nuestras vidas, pues de pronto terminamos entrampadas en las mismas situaciones de hace muchos años cuando las yerberas ayudaban a las mujeres a abortar. Por ello pienso que debemos avanzar más, es difícil, lo sé; pero es una conversación necesaria, sobre todo cuando creemos que el aborto ya no es un tema de debate entre nosotras porque suponemos que es un punto zanjado y no es así, pues para exigir ese derecho debemos tener claro que este debe ir acompañado del compromiso de más grupos e instituciones, hemos cerrado el debate al decir que reclamamos la autonomía sobre nuestros cuerpos y de pronto pareciera que exigimos abortar incluso sin intervención del personal de salud.

El aborto seguirá sucediendo mientras nosotras seguimos discutiendo y el Estado se siga oponiendo; pero nosotras, las que estamos en este camino debemos tener en claro que bajo el sustento de la desesperación y el abandono de las autoridades no podemos contribuir al riesgo, no debemos hacer recomendaciones peligrosas y a la vez debemos seguir acompañándonos. Las redes que se formen deben evolucionar a más y a pesar del desaliento, hay muchos otros caminos sin necesidad de alejarnos de la ciencia, el cuerpo es nuestro, pero no lo conocemos y la base de esa autonomía no radica en decidir desde el empirismo.

Las activistas que estamos comprometidas con esta lucha necesitamos encontrar puntos de concordancia, pero que no generen alejamiento de las mujeres a los servicios de salud, es difícil cuando contamos con servidores en este campo que son violentos e insensibles con este tema y todo lo referente a las mujeres, más aún con la salud sexual y reproductiva, pero hacerlo con nuestras propias manos hace de este problema un asunto peligroso y como siempre peligroso para la mujer. 

Finalmente, tampoco estoy tan segura de mucho de lo que la ciencia dice al respecto porque las investigaciones, aunque aseguren escasos sesgos, siempre han sido hechas por hombres y algunas pocas veces por mujeres que a veces tienen una mirada de hombre y de hombre machista, por ello es posible que la evidencia científica con la que contamos no sea del todo definitiva, sobre todo en este punto; sin embargo, considero que jamás podremos tomar este asunto en nuestras propias manos, ahí no está el reto, el reto está en generar nuevos compromisos, acercarnos a los servicios a exigir que nos atiendan, pero a la vez sensibilizar a quienes tal vez puedan ser esos puentes que pronto nos generen obtener este ansiado derecho.

La autonomía no significa tomar nuestro cuerpo, la autonomía sucede luego de una construcción social que debe incluir derechos, la autonomía debe ser bien entendida y debemos establecer cuales son los alcances o a que se refiere, en este aspecto específicamente, la autonomía de la que hablamos radica en la capacidad de decidir si quiero abortar o no, pero no en hacerlo sola o acompañada de mujeres sin conocimientos científicos.

Hay mucho que revolucionar en la medicina, pues nos hemos desconectado de los saberes populares, parte de nuestro proceso colonial, seguido por el capitalismo. Actualmente hemos llegado a centrar la medicina en el médico y no en el paciente, y de pronto ahora vemos que ya no somos capaces ni de escuchar los síntomas mucho menos prestaremos atención a los saberes populares o ancestrales que mucho podrían ayudarnos a construir una medicina más humana. Sueño con el día en el que médicas y médicos trabajen de la mano con obstetras y podamos acompañar este proceso, porque lograr que sea ley podría ser más sencillo si el sistema de salud o mejor dicho quienes formamos parte de él acompañamos esta lucha.