El uso incorrecto del alcohol en gel en detrimento del lavado de manos, el empleo injustificado de guantes, la mala utilización de las mascarillas, la implementación de «cabinas de desinfección», la detención y hacinamiento de ciudadanas y ciudadanos en las comisarías, el consumo de sustancias o fármacos indiscriminadamente, etcétera, son los motivos por los cuales cada día crecen exponencialmente los nuevos infectados por COVID-19 en el Perú.

O sea, las malas políticas sanitarias del gobierno en general y de los gobiernos regionales y las municipalidades en particular; la negligente información difundida por los medios de comunicación; y la paranoia de la ciudadanía que la obliga a sobreprotegerse, traen como consecuencia volvernos más vulnerables ante el virus.

Por ejemplo, en Chimbote (Áncash) la Policía Nacional del Perú, con el aval de la Municipalidad Provincial del Santa, ha prohibido los taxis y colectivos y ha optado por el uso de buses y combis para el traslado de pasajeros, promoviendo el hacinamiento y por ende el contagio.

Las «autoridades» solo se han dedicado a culpar a las peruanas y a los peruanos por el aumento de casos. El presidente, por ejemplo, habla de los mercados como los principales «focos» de contagio, sin embargo, no ha presentado ningún estudio que sostenga su afirmación.

A pesar de ser este un asunto de interacción comunitaria, recién, después de casi dos meses, científicos sociales del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) han sido convocados por el Ministerio de Salud «para formar parte del grupo de trabajo que elaborará recomendaciones de políticas, en temas de materia sociocultural, para la disminución del impacto producido por la COVID-19 presentados en el país».

Lo más indignante es que organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha formulado, desde hace tiempo, innumerables recomendaciones bastante específicas y hasta cuenta con una sección en su portal web llamada: «Consejos para la población acerca de los rumores sobre el nuevo coronavirus (2019-nCoV)». En esta, especialistas desmitifican ideas, creencias, suposiciones y otras seudoverdades que surgen por ignorancia, falta de información o simplemente malicia.

En la página de la OMS podemos encontrar advertencias respecto a las tristemente célebres «cabinas de desinfección»: «Jamás se debe pulverizar lejía u otros desinfectantes sobre el cuerpo ni introducirlos en el organismo. Estas sustancias pueden ser tóxicas si se ingieren, y el contacto con ellas irrita y daña la piel y los ojos. La lejía y los desinfectantes deben utilizarse únicamente para la desinfección de superficies y siempre con las debidas precauciones».

Sobre los guantes y su eficacia para prevenir el contagio la OMS especifica que «lavarse las manos con frecuencia proporciona más protección ‎frente al contagio de la COVID-19 que usar guantes de goma. El hecho ‎de llevarlos puestos no impide el contagio, ya que si uno se toca la cara ‎mientras los lleva, la contaminación pasa del guante a la cara y puede ‎causar la infección».‎

Las mascarillas —dice la OMS— solo deben usarse «si se atiende a alguien de quien se sospeche la infección por el 2019-nCoV», de lo contrario su uso —incorrecto— puede propiciar el contagio, por ejemplo, tocando la mascarilla mientras se utiliza o no desechándola tan pronto esté húmeda.

Pero, ¿quiénes promueven realmente el contagio? Los que difunden noticias falsas o alarmantes, y sobre todo los que discriminan —como si se tratara de un leproso— a quien padece los síntomas del COVID-19, lo cual trae como consecuencia que cuando una persona tiene todos los indicios de la enfermedad no le diga nada a nadie por temor al escarnio social. Además, la existencia de pacientes «asintomáticos» no ha hecho desconfiar unos de otros, no obstante, si contamos con información confiable podremos acabar con nuestros temores.

Hay que entender que el COVID-19 solo puede contagiarse si una persona «inhala las gotículas —despedidas de la nariz o la boca al toser, estornudar o hablar— procedentes de una persona infectada por el virus», o si toca «objetos o superficies (infectadas) y luego se toca los ojos, la nariz o la boca» (OMS). El coronavirus no vuela, no está en el aire, no nos busca para contagiarnos.

Si cumplimos con mantener nuestra distancia, usar correctamente la mascarilla y lavarnos las manos frecuentemente, nada nos pasará. Es imprescindible además que se empiecen a realizar descartes aleatorios para localizar las zonas más vulnerables y que poco a poco se vaya aflojando el aislamiento social.

Es lamentable que actualmente unas muertes parezcan importar más que otras, pues a estas alturas debería preocuparle más al gobierno las muertes que causan los índices de desempleo, la falta de tratamiento médico de otras enfermedades, la violencia doméstica y el abuso infantil, y los problemas de salud mental.

Por lo tanto, es urgente cambiar de estrategia, pues como dice el médico y científico estadounidense John Ioannidis y el cofundador de Second Home, Rohan Silva: «El virus es menos letal de lo que se pensó inicialmente. Una vez se corrige la gran cantidad de casos sin detectar, su tasa de fatalidad es comparable con la de una temporada de gripa severa. Cabe mencionar que entre 90% y 95% de las muertes en Europa han sido de mayores de 65 años de edad. Para los niños y los jóvenes, en cambio, el COVID-19 es menos letal que una gripa» (artículo publicado en The Times el domingo 3 de mayo de 2020).