Esta semana el otrora popular y tan mentado avión presidencial ha hecho noticia por
su casi casi uso inservible. Necesitábamos un avión que tuviera una autonomía de vuelo de
más de veinte horas, para así asegurar el viaje desde los laboratorios chinos hasta nuestro país.
Sin embargo, nuestro avioncito, Fuerza Aérea del Perú 528 – Boeing 737-500, a pesar de ser el
más veloz del hangar, solo tiene una autonomía de vuelo de máximo seis horas y media. ¿Qué
quiere decir esto? Quiere decir que, si el Estado peruano utilizaba su flota de la FAP para traer
el primer lote de 300 000 dosis de la vacuna de Sinopharm contra la covid-19, tendría que haber
realizado mínimo cuatro escalas técnicas de ida y otras cuatro de vuelta. Es decir, la vacuna
llegaría sin el respaldo logístico necesario para asegurar la cadena de fríos. Felizmente, se pudo
resolver el gran problema y ahora mismo estamos a la espera de la llegada a Lima del vuelo
directo de Beijing para la noche del domingo 7 de febrero.

¿Esto quiere decir que el domingo ya te puedes sacar la mascarilla y hacer la reu con tus patas
y beber y beber hasta morir? ¡No! Amiga, amigo, si tienes suerte, estarás vacunada o vacunado
más o menos a inicios del 2022. Calma.

Entonces, tú te preguntarás, al igual que yo, ¿para qué diablos sirve el avión presidencial?
Recordarás que, allá por 1995, el expresidente Alberto Fujimori ordenaba la compra del avión
para darse sus lujos y transportar cómodamente a sus geishas. Luego, llegaría el cholo sano y
sagrado al poder, para convertir al avioncito en un bar de 24 horas.

¿Acaso solo sirve como avión parrandero?, ¿acaso hubiera sido mejor que Alan García lograra su cometido de venderlo cuando era presidente?

Lo cierto es que el avión en cuestión está por cumplir treinta años de vuelo es el más humilde
de toda la región y un nuevo avión representaría más horas de autonomía de vuelo y menos
inversión en mantenimiento y combustible. Claro, tú te preguntarás, ¿en plena pandemia
estaremos en condiciones de adquirir uno más moderno? Pues, si no es ahora, cuándo, ¿en la
siguiente pandemia?

Pero ya me extendí demasiado, el punto de toda esta cháchara es para lanzar una propuesta al
gobierno. Señor presidente Sagasti, revise mi caso, pues. Vamos, que ni mi mamá lee mis
textos, menos lo hará el presidente de cartón de nuestra República de papel. Igual. Lanzo el
balón.

A inicios del año pasado, en la ciudad de Iztapalapa, México, la alcaldesa, Clara Brugada,
inauguró el Boeing 737-200 como “biblioavión” con el fin de fortalecer la zona, ya que donde
se encuentra estacionada la nueva biblioteca era, tiempo atrás, un punto de venta de drogas, de
esta forma se busca combatir la inseguridad que persiste en la Ciudad de México.

Así, los asientos, los pasillos y la cabina del piloto se convirtieron en un vuelo real hacia la
utopía de la democratización del derecho al libro, a la lectura y a una educación con dignidad.
Se supone que el avión presidencial está al servicio del país, y, al parecer, nos sale más caro
darle horas de vuelo y mantenimiento que ordenar la compra de una nueva nave en mejores
condiciones técnicas. ¿Se imaginan que decenas de aviones considerados chatarra tengan una
nueva puesta en valor y sean transformados en biblioaviones y estén distribuidos a lo largo y
ancho del país? ¿Se imaginan que tengamos un avioncito estacionado en medio de los
Barracones del Callao y decenas de animadores de lectura siembren el virus lector? Lo
desmantelan, dices. No te pases.

Yo creo que la idea no es tan descabellada, nuestras niñas y niños merecen que nosotras y
nosotros, como adultos, sigamos luchando por un pan digno, pero también por ese alimento
que nutre nuestra alma: el derecho humano a la educación gratuita, digna y con respeto por las
diversidades. Sino luchamos por lo que merecemos, seguiremos recibiendo solo lo que
necesitamos.