A inicios de los 90 el «cólera» (enfermedad causada por la bacteria Vibrium colérico) azotó al país dejando un saldo de 2909 muertos y 322,562 casos confirmados. A la fecha, el COVID-19 ha matado a 2267 peruanas y peruanos y a infectado a 80,604. Porcentualmente, la cantidad de fallecidos por el coronavirus respecto a los contagiados hasta ahora es muchísimo mayor al del cólera, y no solo eso, las consecuencias sociales, económicas y culturales provocadas por el «aislamiento social» están causando más estragos que el mismísimo virus.

Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, mundialmente conocida como FAO por sus siglas en inglés: Food and Agriculture Organization), una de las experiencias que dejó la epidemia del cólera es que «creció significativamente la participación de la comunidad, traducida en la articulación Salud-Educación-Comunidad». Lamentablemente, parece que no hemos aprendido nada de esto, pues la sociedad civil, gracias a las municipalidades —principalmente—, es la más desarticulada y la que menos ha participado en la lucha contra esta pandemia.

Si bien las características de ambas enfermedades son particulares, una de las principales diferencias entre las acciones tomadas a propósito de una y otra es la comunicación. La información que actualmente produce y comparte el Estado y los medios es escasa, en su mayoría de pésima calidad o simplemente engañosa, lo cual promueve el contagio. Por ejemplo, el uso de guantes hace tiempo fue descartado y advertido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), así como también lo nocivas que son las mascarillas cuando se utilizan incorrectamente o lo dañino que es rociar lejía sobre las personas (y que se sigue haciendo sin que alguien haga algo).

En cambio, dentro de las medidas tomadas por el Estado para combatir el cólera en 1991 —como dice la FAO— «hubo decisión política para apoyar en la difusión de los mensajes educativos a través de los medios masivos y alternativos». Se realizó un gran despliegue interinstitucional de estrategias socioculturales para cambiar los hábitos y las costumbres de la ciudadanía: perifoneo en los mercados, afiches colocados en lugares de mayor concentración (paraderos de transportes públicos), pegado de calcomanías en los transportes públicos y lugares estratégicos, pintado de murales, banderolas en todos los establecimientos de salud, campañas de sensibilización a la comunidad, marchas locales con participación de la comunidad escolar, etcétera. En la actual crisis sanitaria el gobierno nacional, pero sobre todo los gobiernos regionales y locales, se han dedicado a reprimir y a encerrar en lugar de promover la construcción de ciudadanía, fortalecer nuestra identidad de cara al Bicentenario y, sobre todo, paliar las problemáticas estructurales que padecemos desde siempre, lo cual es lo opuesto a lo que se hizo con éxito para combatir el cólera el siglo pasado —que deberíamos replicar— y que la FAO resalta con énfasis:

«La aparición de la epidemia del cólera en el Perú sirvió para que se brindara atención a la problemática de la salud ambiental, tan venida a menos. Se replantearon los esquemas de inversión del Estado, posibilitándose la ejecución de obras de saneamiento básico, educación sanitaria, acciones preventivas, curativas y de control del cólera» («Experiencia de la epidemia del cólera en el Perú 1991». Foro Mundial FAO/OMS de autoridades sobre inocuidad de los alimentos. Marrakech, Marruecos 28 – 30 de enero de 2002).