Por: Fernando Quintanilla

Diversos analistas políticos intentan simbolizar el fin del ciclo de gobiernos progresistas con la ratificación de la condena a Lula. La sentencia a Lula sirve como muestra clara y descarnada de la nueva estrategia de la derecha política. El caso es de escándalo, un juez militante, una condena sin pruebas que hasta The New York Times, con poca sospecha de izquierdista, ha editorializado que en un sistema judicial como el estadounidense las acusaciones contra Lula no serían tomadas en cuenta seriamente.

Por otro lado, el sentido republicano de la separación de poderes, una buena intención en sistemas democráticos, le ha servido a la derecha como último refugio al no ser este de elección popular. En Sudamérica, los jueces son una élite oligárquica que sirve como brazo represor. La sofisticación viene por el lado de las acusaciones que se vierten. Antes, los dirigentes políticos y sociales eran encarcelados a través de burdos montajes, pero ahora las causas judiciales son más refinadas. Los diez años de ejercicio ininterrumpido en el poder han dejado, sin duda, muchísimos flancos abiertos a la izquierda en terreno judicial.

Asimismo, la derecha ha logrado controlar los medios de comunicación, que tradicionalmente sirven como mazo de demolición de dirigentes de izquierda. Un fracaso letal de esta ha sido no encarar el tema de los medios de comunicación de manera decisiva. Por poner de ejemplo, las tibias reformas en Ecuador y Argentina quedaron finalmente en nada. La penetración de clases populares a través de las iglesias evangélicas y el consiguiente auge del discurso homofóbico y machista es también un embate que la izquierda aún no sabe cómo enfrentar.

Como vemos, la estrategia de la derecha ha sido atrincherarse en los espacios de poder no sujetos a elección popular ni a las fuerzas del mercado. Desde allí ha construido un nuevo discurso popular basado en la supuesta mayor corrupción de la izquierda y la desacreditación de la pobreza. El ataque a los pobres se refleja en el burdo discurso de que “los pobres son pobres porque son flojos, brutos y mentirosos”.

Claramente la derecha ha logrado reagrupar sus fuerzas, renovar su discurso y renovarse ella misma luego de diez años fuera del poder. Si bien el ciclo progresista puede no haber llegado a su fin, sin duda la facilidad de las victorias electorales pasadas no se repetirá.