La ola migratoria venezolana ha puesto en evidencia, una vez más, que vivimos en un país socialmente mediocre, cargado de prejuicios y conductas discriminadoras que reafirman nuestra condición de subdesarrollo.
De pronto, una sarta de oportunistas, que usualmente viven en sus burbujas, ajenos a lo cotidiano, afirman sentirse interesados por la seguridad e integridad del país que, según ellos, se ven expuestas ante la migración de nuestras hermanas y hermanos venezolanos, quienes huyen de una realidad política y social que, por los motivos que fuere, los ha llevado a la pobreza.
Sin embargo, todos y todas esas que despiertan esa falsa preocupación por el país, son el mismo grupo que siempre se encuentra silente ante las diversas problemáticas; una colección de indiferentes que ven desde la comodidad de sus casas cómo el país se cae a pedazos sin hacer nada para que ello se revierta, son esos que nunca salen de sus esferas de vida personal para ayudar a los prójimos del sur que ahora les preocupan, son las que nunca han tomado por sus propias manos las acciones de interés colectivo para mejorar la realidad desastrosa de nuestro país, y curiosamente se quejan de las autoridades y son quienes ejercen su derecho al voto de la manera más irresponsable, siendo, en muchos casos, tentados por un táper.
Amigos peruanos y peruanas, los de la sierra sabemos qué es el friaje desde hace tiempo, mucho antes de la ola migratoria, en realidad lo sabemos desde siempre y estamos hartos de las donaciones de frazadas o ropa abrigadora mediante campañas que aparecen a mitad de año cargadas de toda esa actitud asistencialista de siempre. Lo que queremos es que exista una política integral que provea a la población de un buen proyecto de urbanismo para las zonas altoandinas en donde conjuguen las construcciones de los hogares y de los espacios públicos de modo tal que nuestros derechos, como educación y salud, sean plenamente ejercidos.
En ese sentido, si en verdad quieren apoyar a las zonas de la sierra y el frío que las azota (hecho que ha captado el especial interés para justificar su xenofobia), lo que deben de hacer es ejercer una ciudadanía responsable; trabajar de manera eficiente en sus labores para que la economía del Perú crezca de manera sostenible, no realizar actos irregulares e ilegales, realizar actividades sociales de servicio a la comunidad, pagar sus impuestos de manera oportuna, no incurrir en actos de corrupción y sobre todo dejar de votar por políticos corruptos que infectan las instituciones del Estado. De no ser así, su indignación por redes al decir que el gobierno debe preocuparse primero por los hermanos del sur antes de asumir un interés por los migrantes venezolanos, disculpen la expresión, no sirve para ni mierda.
Qué fácil y sencillo es cuestionar la migración, cuando somos un país que ha atravesado condiciones sumamente difíciles que han hecho que muchos de nosotros y nosotras estemos en el exterior. Porque ¿acaso los peruanos y las peruanas no estamos por todo el mundo? Ahí sí nos parece hermoso ver cómo se llenan los estadios de fútbol con compatriotas en el extranjero. Y no todos son turistas, por si acaso. Pero nos parece terrible y cuestionamos con una actitud inquisidora que nuestro país sea ahora un refugio para ciudadanos y ciudadanas que están atravesando condiciones de vida realmente difíciles.
Se quejan de que los venezolanos estén quitándoles puestos de trabajo a aquellos que de manera muy cómoda y despreocupada forman parte de una patria que tiene al 19.9% de sus jóvenes entre 15 y 24 años que no estudia ni trabaja, según lo detallado en el informe del Instituto de Economía y Desarrollo Empresarial de la Cámara de Comercio de Lima en el 2016. Asumo que por estos días la cifra debe ser mayor y que los indignados e indignadas por la migración no muestren preocupación alguna por esa cifra.
Se pintan los peores escenarios en relación a la migración venezolana y los ‘riesgos’ para el país, pero no vemos la otra cara; la misma de todas las peruanas y peruanos perversos que, con la ‘pendejada’ y ‘criollada’, saben cómo hacer plata de manera informal y hasta ilegal, sacándole la vuelta a lo que debe ser.
Los venezolanos y las venezolanas migrantes están, en su mayoría, bajo condiciones de subempleo; siendo víctimas de personas inescrupulosas que se aprovechan de la desesperación en la que se encuentran, pues quienes no están trabajando de manera independiente como ambulantes, están siendo víctimas de la explotación laboral. Y en muchos otros casos, sobre todo cuando involucra a mujeres, la trata de personas y la explotación sexual se hacen presentes.
¿Cuántas peruanas y peruanos se están enriqueciendo y haciendo negocio con el trabajo de los venezolanos y venezolanas sin pagarles ni siquiera la remuneración mínima vital aprovechando su situación migratoria, sin beneficios sociales (ONP o AFP y seguro de salud), sin condiciones dignas de trabajo e incluso, porque es un tema de género, venezolanas en situaciones de acoso sexual en sus centros de labores?
Las condiciones en las cuáles se encuentran estas personas son, para aquellos mercantilistas de alma putrefacta, escenarios perfectos para captar mano de obra barata; pero no, nadie dice nada de eso. Y no sólo hablamos de explotación laboral, que afecta también a peruanos y peruanas (que a los indignados de ahora parece no preocuparles), sino al surgimiento de nuevos ‘mercados’, esos que se establecen cuando las personas son tratadas como objetos y comercializadas.
Muchos peruanos machistas, ‘indignados’ con la migración venezolana, son los más entusiastas en expresar su admiración por la belleza de las llaneras que, por cierto, están ingratamente sorprendidas con el nivel de acoso sexual existente en nuestro país; y bueno pues, ese contexto ha hecho que muchas venezolanas sean, lamentablemente, víctimas de la trata de personas para ser explotadas sexualmente.
Nuestros amiguitos y amiguitas, a los que les incomoda la migración venezolana, pero que probablemente son migrantes de alguna provincia, ya sean de manera directa o a través de sus ascendientes, parecen no haber tomado conocimiento de que los problemas del Perú, como el friaje que ahora los convoca, existen desde hace muchos años y que pudieron hacer una acción desde la sociedad civil desde antes de la migración venezolana. No procesan la idea de que, si bien el Estado tiene el deber fundamental de garantizar los derechos, ellos también pudieron y pueden hacer mucho desde sus posiciones ciudadanas. Tampoco parecen entender que la preocupación que se puede generar por la situación de las y los migrantes venezolanos no son excluyentes del interés que debemos tener por nuestros compatriotas.
Preocupación e interés por los y las peruanas en situaciones de dificultad es lo que menos hay, ¡no sean hipócritas! Lo único que existe es xenofobia y por más que traten de blindar sus opiniones con distintos argumentos, todos y todas aquellas que rechazan la migración son seres sumamente discriminadores; incapaces de entender que somos ciudadanos y ciudadanas del mundo y que los seres humanos debemos abrazarnos en toda aquella situación difícil que genere riesgos al ejercicio de nuestros derechos.
Saquen el alma de Trump que llevan dentro, pues ya bastante podredumbre moral invade la conducta de los peruanos y peruanas que nos está llevando al hoyo y alejándonos del desarrollo, como para que, además de posicionarnos como un país corrupto, destaquemos como sociedad xenófoba.