Ver los programas de las instituciones públicas, principalmente de las municipalidades, para «celebrar» el Día de la Madre, nos hace intuir que las «autoridades» ni siquiera se imaginan cuál es su función política; menos aún se asoma en ellos un ápice de creatividad para organizar alguna actividad original, pues se repite desde siempre: alcaldes, regidores y funcionarios abrazando señoras para-la-foto, bailando alguna cumbia misógina, haciendo brindis en «agasajos», regalando víveres, etcétera.

Ante tanta cursilería, parece inverosímil que el Día de la Madre se originara hace casi doscientos años como una protesta pacífica contra la guerra para exigir empatía por las madres de otros países, evitando así que sus hijos lastimen a otros hijos. Actualmente, solo se promueve el sistema patriarcal que rebaja a las mujeres un mero instrumento de procreación y se estimula el consumo como única forma de expiar culpas, en lugar de impulsar su sentido primigenio: la batalla de las madres por transformar el mundo.

La obligación de los gobiernos locales, regionales y nacional, y de los demás poderes y organizaciones estatales, no es insistir en los mismos eventos adefesieros y empalagosos, sino mejorar las condiciones sociales, económicas y culturales de todas las madres del Perú, diseñando políticas públicas con enfoque de derechos humanos que logren reducir el número de muertes maternas, los feminicidios a manos de (ex)parejas, mejorar la legislación laboral de gestantes, o que encuentren a las madres, hijas e hijos desaparecidos, entre otros, y eso no se logra con rosas, chocolates o peluches una vez al año.