Recuerdo haber leído la crónica de Jaime Rodríguez Z. sobre su espantoso encuentro con la covid y luego su estadía en una sala de hospital español en marzo de 2020, cuando en Perú empezábamos a vivir la cuarentena. A partir de ese texto surgieron una serie de debates en algunos chats grupales en los que participaba acerca de la “masculinidad”, por el comportamiento de Jaime mientras se enfrentaba a la muerte. Él mismo lo dice en una frase del texto: “Estoy dispuesto a negar la violencia sin precedentes con la que el virus nos ha arrojado a este agujero de soledad y confusión con tal de no convertirme en una víctima”.

Lo recuerdo vívidamente, porque en esos momentos yo también me enfrentaba a la covid, y salvando las enormes distancias (yo la pasé en mi cama), también en un primer momento negué la gravedad del asunto, no le dije nada a mi pareja, y me estaba dejando consumir hasta que ella decidió ponerme el termómetro en la boca, casi a la fuerza. Si fuera por mí, me habría muerto en silencio, solo por no molestar, para no sentirme víctima, pero a la vez quería seguir viva, entre otras cosas, para que no se cayera la biblioteca comunitaria que estábamos empezando a implementar en el barrio en el que vivimos. Tenía una misión. Y estoy segura de que, si me llevaban a un hospital, me hubiera puesto al final de la cola para que pasen primero todos los viejitos. Así soy, así somos.

Y no soy un “hombre”, y el mucho menos una “mujer”. Por eso no creo que se trate del testimonio de un “hombre”, ni siquiera de una masculinidad en proceso de deconstrucción, tampoco creo que sea esa la intención de la escritura, así hable de temas muy vinculados a asuntos que pueden considerarse “masculinos”, así sea un recorrido por la vida de un “chico”, de un “esposo”, de un “padre”. No es que el género no esté atravesando toda la obra, sí lo está haciendo, pero no desde lo evidente, desde lo que pueden parecer actos de “hombre”, sino entre lo poroso, en las entrelíneas, en la subjetividad construida a base de situaciones infames, traumas y lejanías, en una sensibilidad otra y rota, que podría tranquilamente llamar “femenina” si quisiera etiquetarla, pero para qué.

Ni la heroicidad ni la fuerza ni el sacrificio son privilegios masculinos. Tampoco creo que alguien quiera ser víctima en ninguna circunstancia de su vida, el problema es que este mundo ha decidido que la mitad de la población tenga altas posibilidades de ser víctima y la otra mitad tenga altas posibilidades de ser victimario. Ser un “hombre” es, justamente, huir de esa posibilidad, y si se llega a serlo, negarlo de todas las formas posibles, o convertir a otros en nuestras víctimas, ya sea animal o humano; ser una “mujer” es vivir con el miedo a serlo alguna vez desde que tenemos conciencia de lo que nos rodea, lo que de por sí ya nos victimiza.

Al leer el libro de Jaime, “Solo quedamos nosotros”, no he dejado de sentirme reconocida en casi todas sus experiencias, desde esta asumida heroicidad y sacrificio en plena guerra pandémica, hasta el padre desfalleciente en un hospital al que hay que cobrarle tantas deudas sentimentales; desde la ansiedad constante y creciente por la inminente muerte que nos acecha al cruzar la esquina, cualquier esquina, cualquier ruta en cualquier bus, hasta los pavorosos ataques de miedo que no dejan dormir y y nos van indicando el camino hacia la locura; en las cofradías de pocos amigos hasta en la compulsiva obsesión por coleccionar objetos que te salvan la vida, en mi caso, estudiar carreras que nos salven la vida; desde reírse de sí mismo (una actitud habitual entre los que han vivido la vergüenza desde muy chicos y que se adelantan a las burlas), pasando por el agua hirviendo que quema el cuerpo de un niño hasta el fracaso continuo para escribir la tan esperada novela.

Y de pronto soy Jaime. Comparto su sensibilidad, sus miedos, sus recuerdos, como en un universo paralelo, como gemelos diabólicos, como hermanos de nada. No queremos ser víctimas, pero lo somos. Somos los dead man walking, estamos listos para la muerte. De pronto soy Jaime y esta es mi novela tan añorada. Por lo menos él pudo escribirla, yo me iré a comprar una navaja suiza.

Foto de portada: María Sotomayor.