Las mujeres que decidimos dedicar parte de nuestras vidas a ser activistas feministas lo hacemos de múltiples maneras, en atención a aquello que nos convoca y en concordancia con aquello que sentimos podemos hacer, quedando claro que todas las expresiones son sumamente valiosas y complementarias entre sí.
En mi caso, una de las formas en como he realizado mi activismo es mediante el amplio ejercicio de un derecho que muchas veces nos fue negado: el de la libertad de expresión. Sin embargo, decir lo que una piensa trae consigo también los pasivos que genera hablar de aquello que resulta incómodo en muchos espacios, incluso, en aquellos que forman parte de la propia comunidad de mujeres activistas. No obstante, creo yo, ahí viene la importancia de nuestro permanente resistir.
En el activismo, las mujeres nos llenamos de sentimiento encontrados y nos podemos saturar de emociones que genera la carga de estar al tanto día a día del machismo nefasto con el que nos resistimos a convivir, es por eso que considero necesario que antes de continuar con nuestras diversas acciones de expresión de resistencia, nos cuidemos a nosotras mismas y respiremos de cuando en vez para recuperar esas energías que se agotan, porque somos humanas y la carga que las consecuencias de la reacción machista deja en nosotras es fuerte. Es por eso que para mí, escribir este texto significa reconectarme con aquello que con pasión hago, pero luego de un momento de pausa propio del autocuidado.
Ser activista feminista no es fácil, para quienes piensan que se trata de una “moda” o una faceta de “pose” que muchas mujeres, y cada vez más, asumimos, pues implica asumir la carga prejuiciosa que el solo enunciado trae consigo, es cuestionártelo todo y es ser ese personaje incómodo en diversos espacios sociales, poniendo en el tapete del diálogo todo aquello que la gente prefiere obviar.
Ser activista feminista es estar en permanente acción vigilante de las conductas de nuestros seres más queridos y también de las nuestras, implica reconocer hechos cotidianos como síntomas de violencia machista y romper el status quo con actitudes frontales, pero además nos convoca a reconocernos como víctimas en diferentes escenarios que tal vez preferimos no ver, pero que son necesarios afrontar y sanar, y eso duele, sí que duele.
Sin embargo, ser feminista también es reconocernos como agresoras, como mujeres que hemos hecho (y hacemos) daño a otras bajo esquemas mentales machistas, creyendo que estamos en nuestra razón y en lo correcto, por eso, el asumirnos como feministas implica necesariamente insistir en esa permanente reflexión y autocrítica, que va a ser incómoda, pero que es justa y necesaria para avanzar en esa sociedad que aspiramos conquistar.
Bajo la premisa de esto último, resulta importante cuestionarnos qué estamos haciendo para lograr que nuestro movimiento político social en el Perú avance y crezca cada día más, y con profundos sentimientos encontrados, considero que, si bien estamos haciendo mucho, no estamos edificando los cimientos de manera fuerte y contundente.
En el 2016, en el Perú se avivó una llama de sentimiento revolucionario por nosotras las mujeres, como consecuencia de una movilización social histórica que da inicio a una nueva era de acción social feminista y desde ahí no hemos parado; sin embargo, considero que, desde una perspectiva personalísima, no hemos avanzado de manera contundente en comparación con las revoluciones sociales ocurridas en la región latinoamericana o en relación con la movilización feminista inspiradora de España.
El movimiento feminista en el Perú ha tenido ciertas tensiones, por decirlo de algún modo, se han registrado fraccionamientos, debilitaciones en las diversas colectivas y organizaciones de base, discusiones entre mujeres valiosas, enfrentamientos, quiebres y fracturas intempestivas de iniciativas comunes, lo cual se ve reflejado, por ejemplo, en la falta de incremento de participantes en las movilizaciones y acciones sociales, en donde se percibe que quienes ocupan los espacios de poder en el activismo sean los mismos rostros de siempre.
Considerando esta situación tensa, con bastante temor a la sanción purista escribo estas líneas, pues de pronto ese sentimiento de libertad de decir (escribir) lo que pienso se ve aturdido por la propia energía que percibo de quienes sigo considerando compañeras de lucha.
Decir que todo va viento en popa es mentirnos a nosotras mismas y eso no es justo, y por más incómodo que sea, corresponde de manera necesaria y vital hacer la reflexión y autocrítica respecto a cómo vamos forjando el movimiento feminista en el Perú, qué retos tenemos y qué problemas debemos superar, sin que ello deje de reconocer y valorar los logros potentes que contra toda adversidad hemos ido alcanzando. Esto no implica no valorar los avances que hemos alcanzado, ello sería sumamente mezquino con el esfuerzo de cada mujer que ha aportado para obtener cambios en este sistema machista, pero creo importante también que no reconocer que no estamos fuertes y unidas como se debiera es ser ingratas con nosotras mismas.
Las razones pueden ser muchas, y este texto tan solo recoge una opinión personal, pero que considero en suma a muchas otras posturas podemos hacer esos justos análisis a nuestra lucha política y seguir adelante en este camino que nos convoca y nos une, o al menos debería.
Educación peruana deficiente:
En principio, considero que la crisis educativa que vivimos en el Perú nos ha llenado de muchas carencias, evidenciadas, por ejemplo, en funcionarios/as públicos/as ejerciendo el poder del Estado de la manera más ineficiente posible. La educación peruana no ha sido la más óptima y por eso mismo nuestra educación política también ha sido deficiente, pues si no tenemos los conocimientos académicos necesarios, mucho menos tendremos los conocimientos en ejercicio de derechos en democracia. Sin embargo, pese a todas esas adversidades, las y los peruanos hemos forjado de manera autodidacta, con los golpes que nuestras caóticas democracias nos han dado, ejes para luchar y sobrevivir en dignidad.
No obstante, todo este proceso de lucha política que parte desde el alcanzar una curul en el Congreso, como el de dirigir la junta vecinal, ha sido excluyente con las mujeres, a quienes nos han tenido relegadas de todo ello, por la misma estructura de sociedad machista que nos ha asignado roles estereotipados y que a su vez nos han mantenido alejadas de la escena pública.
En ese sentido, en este proceso de rebelión y empoderamiento, muchas mujeres que salen a la palestra de la acción política lo hacen con toda la convicción, escapando de la violencia muchas veces, pero sin experiencias previas de liderazgo, acción política y social, lo cual genera la posibilidad de incurrir en errores propios de la falta de conocimiento de organización política, pero que de ningún modo son responsabilidad de ellas, sino de la sociedad que no les ha provisto de las herramientas cognitivas necesarias.
Enquistamiento del patriarcado
El patriarcado siembra competencias absurdas y nos ha dañado tanto a cada una de nosotras, que la sororidad queda muchas veces en el discurso y no se materializa en el desarrollo del compañerismo entre activistas. Se replican prácticas machistas y de exclusión que desmotivan la participación de las mujeres, estropean sueños de lucha y peor aún, atentan contra las autoestimas y dignidades, que no alimenta el trabajo colectivo. Las consecuencias deben llevarnos a una profunda reflexión.
Ausencia de fortalecimiento de valores
El ser activista feminista nos debe convocar al ejercicio y promoción de otros valores que nos nutran como personas y mejore nuestra calidad de seres humanas. Por ese motivo, no podemos estar conformes con participar en acciones sociales feministas, si para llegar a las mismas saboteamos la participación de otra compañera, no podemos hablar de sororidad si le damos la espalda a una mujer que pide ayuda en tu familia o centro de labores, no podemos cuestionar prácticas autoritarias machistas si excluimos de manera dictatorial y violenta a otras compañeras, no podemos cuestionar la corrupción judicial si pedimos favores para cometer actos irregulares e ilegales que puedan tapar nuestras faltas, no podemos hablar de la injusticia laboral y a su vez ser irresponsables e incumplir acuerdos laborales que se nos asignan, no podemos cuestionar la conducta difamatoria de los machistas si tenemos prácticas de desprestigio difamando a otras compañeras, no podemos cuestionar los rezagos de la dictadura fujimorista si desde una pequeña trinchera decidimos actuar bajo el mandato autoritario unipersonal y sectario, no podemos cuestionar la falta de credibilidad a las víctimas y luego darle la espalda a una mujer que denuncia a un conocido tuyo, y así así un largo etcétera. No podemos quedarnos en el discurso.
Las situaciones y hechos relevantes de la acción feminista en el Perú han sido muchas y en ese proceso de agotamiento al que hacía referencia en un inicio, se suma la carga no solo de la sociedad machista que puede pesar sobre nosotras –y que la asumimos–, sino la carga inquisitiva que dentro del propio movimiento feminista se gesta, que apaga la llama viva revolucionaria de muchas mujeres que queremos insistir en esta causa.
Sobre esto, pienso que es el momento de hacer un ejercicio masivo de autorreflexión respecto a todo aquello en lo que estamos fallando, la deconstrucción no es fácil, todas hemos crecido bajo el manto del patriarcado y nos va a doler, y mucho, porque ninguna de nosotras quiere sabernos tan imperfectas, pero así somos. El reto está en la autoconvocatoria a ser mejores personas cada día, por eso debemos replantear nuestro sentido de sororidad y así nos abracemos más, pero además es trascendental que seamos más éticas, transparentes, honestas y respetuosas en nuestro actuar.
El feminismo es política y la sola voluntad no basta, debemos aprender sobre organización social, sobre la estructura del Estado y demás conocimientos académicos que son necesarios si de verdad queremos revolucionarlo todo. Aprovechemos los programas educativos gratuitos existentes de diversas organizaciones, para sanear el vivir en un país que tiene una inversión miserable en educación, y así buscar que con nuestro activismo se implementen políticas del Estado en donde logremos que más mujeres puedan aprender todo esto que a nosotras se nos ha negado. Ha de quedar claro que hasta ser activista es un privilegio, debido a que muchas otras mujeres son presas de la violencia y la opresión y no pueden levantar la voz, de nosotras depende el levantamiento de más y más mujeres.
En el discurso se lee y escucha muy bonito que mientras más mujeres brillen será mejor, pero en la realidad se requiere de un compromiso especial, para lo cual debemos expectorar de manera rotunda el autoritarismo de nuestras actividades sociales y para ello es fundamental que el poder sea circulante, que no se afiance en una sola persona de manera perenne, sino que tenga la dinamicidad de esa democracia que desde nuestras voces exigimos. Que las prácticas que se denuncian no sean replicadas por quienes denuncian. No saboteemos el trabajo de otra compañera, para que nada ni nadie nos impida crecer con nuestras almas revolucionarias.