Luego de la lamentable decisión de elegir como ministro de Trabajo a Martín Ruggiero, abogado que no tiene más mérito que ser amigo del sobrino del premier y haber trabajo toda su joven vida en el estudio Payet, Rey, Cauvi y Pérez, Pedro Cateriano se ha paseado por los canales de televisión señalando que es necesaria la fuerza de la juventud en el gabinete para darle nuevos aires para justificar su recomendación ante el presidente Vizcarra.
Cateriano usa una de las consignas de Manuel González Prada, quien llamaba a los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra, pero de forma completamente equivocada. González Prada se refería a un cambio de mentalidad, de una anquilosada por las viejas taras de la corrupción a una en donde lo putrefacto no haya encontrado aún un nido en donde albergarse y en donde la posiblidad de que eso no pase dé esperanzas de cambio. Esta no es la situación actual.
Aparte de los lazos de amistad que unen a Ruggiero con Cateriano y de la juventud como excusa de una designación política, el nuevo ministro de Trabajo no tiene ningún otro mérito que dé razones por las cuales ocupa un cargo tan importante, sus hazañas educativas son mezquinas, su experiencia laboral es menor, su desconocimiento de la gestión pública desmerece el esfuerzo de otros jóvenes que solo por no tener su apellido y sus contactos no tienen las oportunidades que él sí, sus opiniones en contra de los trabajadores y a favor de las empresas exponen su ideología pro poder económico, y nos muestra a quién defenderá y a quién perjudicará en su mandato.
Es evidente que Ruggiero es un alfil político de la imperiosa necesidad de reactivación económica a la que Cateriano está convocado y esta es la única razón por la que ha sido llamado a tan alto cargo, podría haber sido cualquier otro sujeto de la misma clase social y el mismo pensamiento del nuevo ministro, podía ser viejo, podía ser mujer, pero tiene que servir a la clase empresarial y no a los trabajadores. Razón fundamental para ocupar el puesto de ministro de Trabajo, como ha sucedido en todo el gobierno de Vizcarra y de su antecesor.
Pero la designación de Ruggiero no solo la celebra la clase empresarial peruana, también la celebran la corrupción, el nepotismo, el clientelaje, la puerta giratoria, el tarjetazo y el ascenso a punta de influencias. Lo celebra la Colonia y el Virreinato. Lo celebra la República Aristocrática y el Partido Civil. Lo celebran los colegios que cobran cinco mil soles de matrícula para que tu hijo, así no tenga ni inteligencia ni méritos, se convierta en ministro algún día. Lo celebran la parrilla en la casa de playa, la juerga del intercambio estudiantil y los estudios de abogados dedicados metódicamente a que ningún trabajador le gane un juicio a su explotador. Lo celebra ese Perú que está siempre de espaldas a la población.