Como cantuteña, quiero hoy dedicar mis letras a los y las compañeras desaparecidas, a los familiares que aún siguen esperando justicia, pero, sobre todo, a aquellos peruano y peruanas que, sin conocer la historia de nuestro país, tildan de terroristas de una manera ligera, sin pensar el daño que puede causar una palabra o un insulto que no tiene asidero.

La imagen puede contener: una o varias personas, texto que dice "De la tierra brotó la verdad #CantutaNoSeOlvida #JusticiaParaCantuta #NosFaltan5"

Quiero, a manera de crónica, llevarte por el camino doloroso de esta historia para que, cuando te atrevas a lanzar un juicio de opinión sobre este caso, lo hagas pensando en los hechos y no en especulaciones tendenciosas, para que alegremente, no cometas el grave error de terruquear a diestra y siniestra. Por favor, no permitamos que la ignorancia y el olvido nos prive de construir una patria justa.

Cantuta siempre será resistencia, coraje y libertad.

Llevamos en el pellejo una herida muy grande que sangra cada 18 de julio, como aquel de 1992. Esa madrugada infame, el escuadrón de la muerte, Colina, ‒liderado por el mayor Santiago Martin Rivas‒ secuestró y ejecutó a nueve estudiantes y un profesor.

Una pedrada a la dictadura

Era 15 de mayo de 1991, el entonces presidente Alberto Fujimori Fujimori visitaba la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle ‘La Cantuta’ como parte de la nueva estrategia antisubversiva. No pasó de la entrada de la universidad, ya que los estudiantes le hicieron una clara afrenta sacándolo a pedradas; como consecuencia de ello se instaló una base militar dentro de la ciudad universitaria y se infiltró a agentes de inteligencia entre los alumnos.

De Tarata a Cantuta

El 16 de julio de 1992, Sendero Luminoso (SL) hizo estallar un coche bomba en la calle Tarata en Miraflores. Dos días después, el grupo Colina secuestró y ejecutó a nueve estudiantes y un profesor de la UNE Cantuta.

Los Colina justificaron sus actos alegando que el grupo de inteligencia fue creado para detectar, capturar y eliminar a delincuentes terroristas ‒destacamento de aniquilamiento‒ cumpliendo órdenes buscando la “pacificación”. Fueron sindicados sin pruebas de ser parte de SL y haber perpetrado el atentado miraflorino (cabe recordar el testimonio de José Tena Jacinto, miembro del grupo Colina, infiltrado como estudiante, quien vivió durante cinco años dentro del internado de la universidad. Él jamás señaló como terrorista a ninguna de las víctimas).

De la boca del diablo a Cieneguilla

Los secuestrados fueron llevados hasta un campo de tiro en Huachipa y asesinados de un balazo en la cabeza. Dos días después, los cuerpos fueron desenterrados para ser trasladados y calcinados en la quebrada de Chavilca. En agosto de 1992, el jefe del comando conjunto de las Fuerzas Armadas, Nicolás Hermoza Ríos, negaba los hechos perpetrados, y la entonces fiscal de la nación, Blanca Nélida Colán, se resistía a recibir peritos extranjeros.

Mientras tanto, los miembros del partido oficialista manifestaban respuestas inverosímiles y altamente ofensivas ante los hechos: “No se descarta que el profesor Hugo Muñoz y los estudiantes se hayan autosecuestrado” (Gilberto Siura).

En enero de 1993, el general admitió operación de rastrillaje. En abril del mismo año, el congresista Henry Pease recibió de Comaca, organización secreta de comandantes, mayores y capitanes, información de la matanza a los estudiantes.

Don Justo Arizapana, reciclador de oficio, presencia el entierro de las víctimas en Cieneguilla. Busca a su amigo Guillermo Catacora, artesano de oficio, para que juntos dibujen un croquis con la ubicación exacta de los cuerpos sepultados, para luego llevar el documento al Congreso y a la prensa. Con su acto contribuyeron a esclarecer el asesinato de los cantuteños.

En julio, el congresista Roger Cáceres recibe de forma anónima un sobre manila con un croquis y una muestra de huesos calcinados. Es nombrado presidente de la Comisión investigadora del caso “La Cantuta”. Días más tarde son halladas las fosas en Cieneguilla.

Las llaves del presagio

El 20 de agosto de 1993 se lleva a cabo la diligencia de verificación en la UNE Cantuta, con la presencia del fiscal Víctor Cubas y el rector Alfonso Ramos Geldres, con el juego de llaves encontradas en las fosas de Cieneguilla y reconocidas por la señora Raida Cóndor, madre de uno de los estudiantes desaparecidos.

La última de las cuatro llaves abre el candado del armario de Juan Mariño Figueroa, encontrando las pertenencias de Armando Richard Amaro Cóndor. Doña Raída, recibe un duro golpe al corroborar que su hijo es uno de los asesinados.

Las otras llaves abrieron las puertas de casa de doña Raída.

“Qué sacamos dando los nombres de los militares asesinos, solo satisfacer la curiosidad de 80 congresistas” (Martha Chávez).

A fines de ese año, el Consejo Supremo de Justicia Militar ordena la detención de los miembros del Ejército que participaron en la matanza. En julio de 1995, el Congreso de la República aprueba la Ley de Amnistía para que el grupo Colina salga en libertad. Algunos años más tarde la Corte Interamericana declaró inaplicable la ley de amnistía.

En noviembre de 2000, Fujimori huye a Japón, luego a Chile. Finalmente es detenido en el 2005 y luego extraditado en septiembre de 2007, su proceso dura quince meses, siendo denominado el “Juicio del siglo”. Es condenado a 25 años de cárcel por delitos de lesa humanidad y violación de los derechos humanos.

Ninguna pena carcelaria podrá devolverles la vida a los nueve estudiantes y al profesor asesinados por la dictadura. Dora Oyague Fierro, Armando Amaro Cóndor, Heráclito Pablo Meza, Felipe Flores Chipana y Robert Teodoro Espinoza aún siguen desaparecidos.

“El día que yo me encuentre con él, seré la madre más feliz de la vida”. Raída Cóndor, madre del alumno Armando Richard Amaro Cóndor.

… aún nos faltan cinco cantutas.