Este fin de semana pónganse cómodos y alertas a todo lo que se diga acerca del famosísimo y rebelde mandil rosado. “Nunca antes se hizo tanto daño, nunca antes se llegó a tanto”.
¿Militares con mandiles? ¿Mujeres con pantalones? ¿Hombres cocinando? ¿Mujeres votando? A este paso el sueño del patriarcado perpetuo se desmorona.
El tema de moda ha sido —sigue siendo— el uso del mandil rosado por los representantes de lo ‘más viril’ que tenemos: el Ejército Peruano. Una campaña presente en todas las conversaciones físicas y virtuales de todos los niveles socioeconómicos, unos defendiendo sus mal llamados principios con violencia, otros aplaudiendo desde la razón.
No percibí —no tengo recuerdos de eso— la reacción de la sociedad cuando comenzaron a incluir mujeres en las distintas ramas de la milicia (Ejército, Fuerza Aérea y Marina) o de la Policía. Si por un mandil rosado se está develando la ignorancia y la poca capacidad de retener o interiorizar un mensaje, no quiero imaginarme lo que habrán dicho tanto abanderado del honor masculino al ver cruzar una mujer la puerta de la escuela de oficiales o suboficiales para integrarse.
Cuando me enteré de que militares se tomaron fotos con el famoso mandil, inmediatamente vi que algo estaba mal; no puede ser —me dije— que la ministra de la Mujer, Gloria Montenegro, o su equipo de trabajo hayan sido poco creativos y consideraran a un mandil y el color rosa como si simbolizaran a la mujer. Lo pensé.
La ignorancia escudada en violencia es peligrosa, incluso para sí mismo. Por un lado, dijeron que se insulta, se humilla al Ejército, “¿qué tienen en la cabeza?… ¿no han leído el reglamento interno?”.
Como mencioné, hubo quienes defendieron sus mal llamados principios violentamente. Por ejemplo, el periodista Glatzer Tuesta (IDL radio) nos explicó, desde su tribuna, por qué retiraron a Phillip Butters de Willax.
“La libertad de expresión protege hasta la idiotez, hasta ahí Phillip Butters está protegido, pero promover discursos discriminatorios y discursos de odio en nuestro país es un delito”, remató Tuesta
Entretenido con mi trabajo, un rato después pude ver —entre tanto comentario de macho alfa indignado— el mensaje de la congresista Tania Pariona; alguien que le ha costado más de lo regular, por ser mujer y por ser indígena, cumplir sus objetivos dentro de una sociedad que pone infinidad de trabas cuando siente amenazados sus disque privilegios.
Lo mencionado por Pariona era, de alguna manera, simple: hay que luchar contra “los roles y labores tradicionalmente asignados a las mujeres desde la sociedad”. Recién lo pude ver mejor.
Un buen paso, se hizo ruido, pero creo que se necesita erradicar eso de los colores y formas de vestir que también son promovidas — a propósito— por el lado más retrógada de nuestra sociedad, ese que impide los cambios en la educación de los niños y niñas, y que sataniza todo lo que no salga de su libro de historias hebreas. Creo que se pueden hacer campañas que demuestren una posición más disociadas de eso, pensarlo un poquito más.
Soy de una familia en donde mi madre y padre exigían —aún lo esperan— que yo tenga la capacidad de hacer un empalme a los cables para instalar un nuevo foco, que pueda resolver los problemas con las cañerías, que sea hábil en trabajos de carpintería o albañilería. Imaginarán el sesgo en su visión sobre los roles, pero no quiero quedarme en el simple y absurdo ‘así me criaron’. Mi aprendizaje acerca del trato igualitario continúa. Es necesario.