El principal problema de las niñas, niños y adolescentes peruanos actualmente no es “aprender”, sino lidiar con las consecuencias psíquicas y físicas de este encierro obligatorio; asumir los cambios socioeconómicos a nivel planetario producidos por esta pandemia; y entender este nuevo ordenamiento de la existencia humana.

Todo esto se irá traduciendo culturalmente, o sea, a través del cambio de nuestros hábitos y costumbres cotidianos, causando estragos de toda índole por lo cual el conocimiento y su pedagogía tendrán que readaptarse, pues algunas cosas que antes eran importantes aprender en este nuevo mundo serán prescindibles y tendrán que ponderarse otras mucho más necesarias, como las habilidades socioemocionales.

Otra circunstancia inesperada es la del trabajo cognitivo al que están expuestos las y los profesores. Las clases virtuales exigen muchas más energías mentales y tiempo, pues hay que crear videos, preparar clases en Word, manejar la plataforma, etcétera, en un sector en su mayoría sin acceso o ajeno a la tecnología y sin las condiciones materiales espaciales para realizarlas.

Esto no se condice con el pago que reciben las y los docentes, sobre todo porque en algunos colegios particulares ni siquiera reconocen esta labor. ¿Cómo está previendo esta inédita realidad el Estado mediante su ministerio? ¿Qué protocolos de emergencia está implementando (o diseñando)?

Es menester, además, contar con sociólogos, antropólogos, filósofos, etcétera, en la toma de decisiones para el sector, pues hasta el momento parece que el Gobierno solo está viendo la educación desde su dimensión instrumental y no cosmogónica ni ontológica, lo cual configura la real experiencia humana.