¿Alguien recuerda desde hace cuánto ha sido la política sinónimo de corrupción? Estamos inmersos en una vorágine de mentiras, de entripados y de traiciones nacionales. Al borde del abismo del peor momento de la crisis sanitaria, económica y política.
Mientras la peruana y peruano promedio sigue luchando con escasos recursos para sobrevivir y llegar a fin de mes con lo necesario para subsistir, nuestros políticos se despellejan los honores sin guardar ningún respeto por nuestros fallecidos que, según cifras oficiales, son hasta la fecha 30 710 muertos por la covid-19. Hasta en los conflictos bélicos hay treguas…
Mientras tanto, el presidente, los ministros, los congresistas y todo aquel que en este momento ostenta el poder, tiene asegurado su sueldo hasta, al menos, abril de 2021.
Al poderoso le conviene que la opinión pública siempre esté dividida, polarizada, encolerizada y apasionada por los temas de coyuntura.
Que muchos manifestemos que no apoyamos la vacancia no significa que seamos vizcarristas, significa simple y llanamente que queremos estabilidad política en este contexto que es el peor de los últimos 200 años.
Pero, ¿por qué mentimos?, ¿por miedo?, ¿por cobardía? Parece que hemos enraizado duramente la hipocresía y el cinismo. Y esto no es de ahora, es histórico. Nos hemos malacostumbrado al “mal menor” y al “roba, pero hace obra”. Hemos normalizado la coima y la mentira. Está en nuestro ADN nacional.
Esta semana el Perú y el mundo ha sido testigo de un capítulo infame que tiene como protagonistas a impresentables, mitómanos, oportunistas y golpistas.
Lo que ha venido sucediendo durante estos días con la fauna política del país no me sorprende. Nadita. Son más de quinientos años de historia de traición. Si revisamos los libros de historia del Perú, tranquilamente podemos llorar juntos.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Apoyamos a Vizcarra, a Merino, a Roca, a Swing o a cualquier personaje que nos palabree bonito?
No pues, hay que hacernos cargo. Sumémonos a semilleros donde podamos deconstruirnos, sí, tal cual, porque la construcción social que ahora mismo validamos es un asco, es vergonzosa. La revolución feminista es una buena forma de aprender a desaprender para reaprender. Pero de hecho que hay más. Y si no existe una a nuestra medida, pues hay que inventarla.
El poder nos quiere sumisos, conformistas e individualistas. No le hagamos el juego pues. Podemos empezar por algo bien simple y concreto. Dejemos de insultar al que piensa diferente a nosotros.
No te olvides que este es el país que le estamos heredando a nuestra generación líquida, ¿qué tiene que pasar para que seamos ciudadanos con una República verdadera y poderosa?