Escribe: Mirko Solari Pita [1]

El presente texto reflexiona y analiza ciertos aspectos del desempeño de la docencia universitaria (en la UNMSM) desde una perspectiva personal ligada a la orientación sexual. Para ello, se recurre a la descripción de algunos aspectos autobiográficos de la niñez y juventud, así como a un breve recuento de la dinámica política del país y de la universidad, entre fines de la década de los 90 y los primeros años de la del 2000, periodo en el que fui estudiante y ayudante de cátedra al interior de la Escuela Profesional de Antropología. Esta breve exposición de ideas no tiene fines particularmente académicos, pero sí busca contribuir a un diálogo sobre la condición docente y la evocación abierta de la homosexualidad, sin por ello pretender generalizar puntos de vista o pautas de desempeño. Se concluye subrayando la validez de hablar de la temática en primera persona, aspirando a aportar a una educación basada en la reflexión, el análisis argumentado, la tolerancia, la libertad y la lucha contra cualquier forma de prejuicio y marginación.

Los primeros años: moldear, reprimir, enmendar

La infancia de una persona homosexual[2] tiende a estar marcada por experiencias de marginación, negación de la identidad (inducida por la sociedad), conflictos internos entre aquello que uno es y aquello que se ha establecido, tácitamente, como deseable y correcto: salir con chicas, casarse, tener hijos, reproducir los parámetros de una sociedad que continúa siendo patriarcal, machista y homofóbica. La familia y la escuela son dos instancias en las que la violencia simbólica (cuando no física) busca moldear masculinidades, reforzar la conducta varonil o, en última instancia, “corregir desviaciones”, esas extrañas particularidades del hijo, del hermano, del vecino, del amigo. “Ser medio raro” (o parecerlo) es un término que aún se escucha y que conduce precisamente a la necesidad de “enmendar”, “remediar” aquello que pareciera no encajar en el binario molde sexual de la “normalidad”. Las burlas, humillaciones, eventualmente castigos, no solo cumplen una función represora, sino que llegan a plantear una cierta “pedagogía heteronormativa”. El Vigilar y Castigar de Michel Foucault (1976) no se instala únicamente como una práctica vinculada al poder político de la sociedad; su lógica penetra en el barrio, en la escuela, en el hogar, en aquella omnipresente microfísica del poder.

Cada persona LGBTTTIQ vive su infancia y adolescencia de manera particular. En efecto, existen contextos familiares o microsociales que favorecen un desarrollo individual menos traumático, pero claramente siguen primando los escenarios represores y violentos, frecuentemente reforzados por una educación religiosa con parámetros tradicionales. En consecuencia, si bien es cierto que los ámbitos domésticos y sociales pueden generar espacios muy diversos, es evidente que se afirma una estigmatización relativamente generalizada hacia la diversidad sexual, la cual asumirá características particulares en cada caso. No podemos olvidar que, debido a las subjetividades de los actores sociales, un mismo medio puede actuar de manera distinta, modelando reacciones y actitudes diferenciadas.

Nacido a fines de los años 70, formo parte de una generación dividida sexualmente (desde la infancia y de manera absurda) por el celeste para niños y el rosado para niñas, por las muñecas y la cocinita para las mujeres, a la vez que los carritos, soldados y estructuras de plástico para los futuros hombres, por el vóley para la competencia femenina y el fútbol para el público masculino. Probablemente, los feminicidios no llegaban a ser tan frecuentes como se evidencia en la actualidad, pero las violaciones, maltratos domésticos a la mujer o la desvalorización de su trabajo eran parte de una realidad naturalizada, asumida como normal. En ocasiones, la amalgama entre masculinidad, feminidad y orientación sexual generaba encasillamientos que desde muy temprana edad los propios infantes ejercían… no sin crueldad. ¿Qué implicaba en la práctica ser hombre y no gustar del celeste, los soldaditos o el fútbol? ¿Qué suponía ser niña y no sentirse atraída por la acartonada manera de vestir de la época, las muñecas o por desdeñar el vóley? Llega entonces el momento de “corregir desviaciones”, de asumir aquello que podríamos denominar una “pedagogía heteronormativa”, capaz de restaurar esas anomalías que, con un poco de suerte, pasarían con el tiempo. Tengan la certeza de que, para quienes vivimos la culpa de no habernos desenvuelto adecuadamente, para quienes debimos aprender fútbol a patadas, así como una discutible hombría basada en la violencia, el dolor interno fue significativo, el tácito castigo fue humillante, el amor propio fue avasallado.

El camino a la adultez: cuando se tolera el pecado, pero no el escándalo

Acabamos de mencionar tan solo algunas de las múltiples manifestaciones de violencia (física o simbólica) que suelen acompañar los primeros años de un/una infante LGBTTTIQ. Fragilizados ante la familia, el barrio, la escuela, la sociedad, la niñez y adolescencia de un gay no suele ser una etapa grata de la vida. Basta con plantear la pregunta a una persona LGBTTTIQ y seremos conscientes del desapego, del alcanzable o no deseo de olvidar estos primeros años, una situación que a menudo contrasta con la tendencia a idealizar la infancia entre la mayor parte de la población. El camino a la adultez, durante la adolescencia, ratifica la gravedad de esta problemática: las tasas de depresión y de tentativas de suicidio son mucho más elevadas entre niños y adolescentes LGBTTTIQ en relación con la tendencia media[3]. Y no es para menos: el ir abandonando la niñez supone, entre los adolescentes gays, la necesidad de demostrar constantemente una masculinidad que frecuentemente ha sido impuesta, cumpliendo funciones punitivas, a la vez que combatiendo, pretendiendo erradicar, manifestaciones espontáneas de su sexualidad, mediante actos castrantes y denigratorios. Con el paso de los años, tiende a acentuarse cierta sensación de haberle fallado al entorno más cercano, a aquellos seres queridos que esperaban algo diferente de uno, algo que difícilmente las tácticas represivas lograrán silenciar o revertir.

Una vez fracasada la estrategia correctiva, la asunción de la identidad sexual no es necesariamente la alternativa que se abre paso. La sociedad ofrece una amplia gama de “salidas al problema”, siendo quizá la más frecuente la posibilidad de llevar una “doble vida”. Así, salvando las apariencias de una hipotética heterosexualidad, las prácticas homosexuales (que no pudieron ser reprimidas en el pasado) se ejercen en la juventud y adultez, pero quedan confinadas a situaciones marginales, y ciertamente riesgosas. La fachada heteronormativa es una práctica común en varios países del mundo, pero es lógico pensar que se afianza en aquellas sociedades que impidieron la construcción y maduración de la diversidad sexual presente en parte de sus integrantes. Desde hace décadas, la ciudad de Lima alberga numerosos locales, cines, discotecas, cantinas, en las que esta realidad se pone de manifiesto. Hombres casados, padres de familia, referentes masculinos de sus hogares, encuentran en relaciones, generalmente ocasionales, con otros hombres una manera de vivir su sexualidad, bajo un cierto halo de clandestinidad[4]. Esta realidad no debería sorprendernos, pues es el producto de una heteronormatividad impuesta que se enraíza en un patriarcado secular. La propia “sabiduría popular” ha consagrado una frase a la hipocresía y a la doble moral normalizadas: “Dios perdona el pecado, pero no el escándalo”, que constituye un paraguas normativo que lo avala todo, siempre y cuando no perturbe la burbuja del orden social instaurado.[5]  

Dentro de la lógica de la frase mencionada, ¿qué evoca la noción de escándalo? Claramente, el término alude a la ruptura de la pauta correcta, al cuestionamiento, al deseo de reversión de lo establecido, a la transgresión a la norma social. En el plano de la sexualidad, la asunción, el reconocimiento de las identidades LGBTTTIQ, constituye ese “escándalo”, aquel reprochable y desafiante acto contestatario hacia lo heteronormativo. Como hemos visto, el camino para una posible asunción de la propia sexualidad está lleno de obstáculos que tienden a presentar, como escenarios más frecuentes, la negación de la propia identidad a lo largo del tiempo, el establecimiento de una doble vida, el suicidio, entre otras salidas. Sin embargo, el hecho de “salir del clóset”[6] ante los parientes o el entorno más cercano es también un acto complejo, a menudo generador de rupturas familiares, una manifestación de coraje de parte de quien decide hacerlo (y afrontar sus consecuencias). La decisión de vivir abiertamente la orientación sexual con la que el individuo se siente identificado no constituye un camino unidireccional y puede variar notablemente en función de la personalidad de cada cual, así como en relación con la articulación de variables psicológicas, socioeconómicas, culturales, de origen, de género o generación.

Ahora bien, hemos intentado describir un camino con sus eventuales ramificaciones, pero que maneja como plataforma de base el ejercicio profesional (específicamente, al interior de una universidad pública) de un docente identificado, desde hace alrededor de dos décadas, como miembro de la colectividad LGBTTTIQ. Queda claro que aquí no cabe integrar en la evolución del caso personal la asunción pública de la homosexualidad, pues se trata de un hecho conocido, y jamás negado, por lo menos al interior de la facultad donde el docente ejerce su labor académica.

Antes de narrar brevemente una parte de esta (mi) historia, es preciso situarnos en el momento actual; ya no en la época en la que, como alumno de la misma casa de estudios (a fines de la década de 1990), diversos amigos y yo debimos afrontar situaciones de discriminación normalizada y de homofobia extendida entre estudiantes, docentes y autoridades. Llegados al nuevo milenio, muchas cosas cambiaron y, en lo relativo a las denominadas “minorías sexuales”, hay considerables avances que, sin embargo, no garantizan aún el ejercicio de derechos plenos y aceptados por la sociedad o el consenso de sus líderes.

Efectivamente, con logros y retrocesos, la colectividad LGBTTTIQ ha ido ganando ciertos espacios simbólicos y legales de reconocimiento. Ello, en gran medida, se debe a la confluencia, hace dos décadas, de un retorno a la democracia que promovió el reconocimiento de derechos de sectores tradicionalmente marginados, pero también debido a un favorable contexto mundial, como el que propicia la legalización de uniones civiles y matrimonios entre personas del mismo sexo en una cantidad significativa de países. Este nuevo escenario coloca en una posición relativamente desfavorable a diversos sectores tradicionales de la sociedad peruana (y global) que, a menudo con argumentos religiosos, cuestionan e incluso atacan a miembros de las colectividades LGBTTTIQ. Como suele ocurrir en periodos de transición ideológica, se prefiere evitar las posturas plenamente antagónicas y surge una retórica de diálogo en la diferencia y de aparente tolerancia. Así, a diferencia de décadas pasadas, las voces abiertamente homofóbicas no suelen asumir protagonismo, sin que ello signifique necesariamente el logro de posturas más abiertas e inclusivas. En otras palabras, se va generalizando un vocabulario de lo “políticamente correcto” que no deja de presentar rápidamente sus nítidas limitaciones. Ante las críticas a las posturas homofóbicas, se suele afirmar: “Nadie está en contra de que sean homosexuales, pero no tienen por qué estar demostrándolo en público”[7]. Si esta lógica (bastante extendida en el país) es la que guía el razonamiento señalado, queda claro que sí se tiene algún rechazo hacia las personas LGBTTTIQ, pues, a diferencia de los heterosexuales, estos no tendrían derecho a exteriorizar sus afectos o a expresar sus sentimientos en ámbitos públicos. ¿Ello define la equidad? ¿Ello expresa el “no tener nada en contra”? ¿Se puede no estar en contra de un sector de la población, pero pretender recortarle sus derechos ciudadanos?

Como lo esclarece la interrogante del párrafo anterior, los razonamientos utilizados para asumir una postura “políticamente correcta” pueden ser completamente falaces y contradictorios en su lógica interna. En suma, a diferencia de tiempos en los que los ataques homofóbicos podían ser abiertamente ofensivos, los cambios operados en el mundo y en el país atemperan ciertos adjetivos, pero no logran disimular en su totalidad el rechazo a la diversidad sexual. Dos frases de uso común complementan esta breve reflexión acerca de las transformaciones del lenguaje relativas a la presencia de parejas del mismo sexo: “No hay problema con que se besen, pero ¿cómo se lo explicamos a los niños?”, por un lado; y “se respeta su ‘opción’[8], pero eso confunde a los niños: ¿quién es el padre y quién es la madre?”, por otra parte. La experiencia nos ha mostrado a muchos que, en una gran cantidad de casos, los niños y niñas, que no han sido inoculados por el rechazo hacia los homosexuales, no se formulan las interrogantes que los adultos suelen percibir con preocupación, y asumen las demostraciones de afecto como un rasgo humano no necesariamente vinculado a la diferencia sexual. Si un niño, espontáneamente, besa a otro niño, es generalmente el adulto quien pone fin a la situación, la reprime e inserta la noción de “normalidad”/”anormalidad”.

La docencia desde la condición homosexual: hablando en primera persona

Nacido en un hogar de profesores de educación básica, mi acercamiento hacia la práctica docente, así como a sus reivindicaciones gremiales, fueron una constante a lo largo de mis primeros años de vida. Latinoamérica constituyó un escenario en el que, no sin fricciones, convivieron diversas manifestaciones de la Teología de la Liberación[9] con posturas políticas ligadas a la variopinta izquierda. No obstante, siendo Moscú y Pekín los paradigmas antiimperialistas más reivindicados en la época, quedaba claro que el ateísmo de ambos no calzaba con nuestra modalidad local de izquierda progresista (ni tampoco con la postura de La Habana). Por otro lado, en algunos sectores, hacia la década de los 80, el control de la natalidad y el aborto eran concebidos como estrategias de dominación yankee hacia los países periféricos, pero, situando ambas prácticas en el contexto cubano, se trataba de conquistas sociales heroicamente alcanzadas por las “compañeras revolucionarias” de la isla. La permanente contrastación entre los ideales y los hechos sociales solía otorgar mayor relevancia a los primeros, como si las representaciones mentales del mundo no se construyeran precisamente a partir de interacciones humanas concretas. Asimismo, la brecha entre “modelo ideal” y “vivencia mundana” albergaba lógicamente buena parte de imaginarios acerca de la homosexualidad. Si bien la mayor parte de los niños y jóvenes LGBTTTIQ no transitan por una infancia ideologizada, la confrontación entre el ideal (que podía también provenir de conceptos patriarcales o de convicciones religiosas) y la realidad (concreta y descarnada) pocas veces admitía el diálogo, la tolerancia o la simple ausencia de juicio hacia una tendencia sexual percibida como transgresora.

En el trascurso de los años, hay muchas experiencias tempranamente vividas, situaciones que voluntaria o involuntariamente terminan perennizando su presencia en el individuo, que nos marcan, que interrogan nuestra propia existencia. Es casi evidente que las experiencias de este tipo lleguen a ser casi fundacionales en determinadas personas, particularmente en individuos LGBTTTIQ, cuya sensibilidad al “qué dirán” (independientemente de las vivencias particulares) es crucial. Sintiéndome tempranamente atraído por la Antropología y por las Humanidades, dentro de las que hay que mencionar el análisis político, la reflexión adolescente (y la necesidad de referentes teóricos, ideológicos, personales) se encuentra “a flor de piel”. En el marco de una educación rígida, libertaria (muy a su manera, por contradictorio que suene), pero a la vez crítica y promotora del “compromiso social”, una frase marcó profundamente mis primeras convicciones, mi sensibilidad, pero también (por qué no decirlo) mi amor propio. Provenía de una persona admirada por mi entorno y por mí mismo, aquel tipo de figuras que, situadas en su “espacio y tiempo histórico”[10], hablaban desde lo ideológico y desde su particular interpretación de la realidad que vivieron. “Se puede dialogar y aprender de los homosexuales, pero tienen una vulnerabilidad inherente a su condición; son gente muy manipulable que no se debe dedicar ni a la política ni a la docencia”. La frase (sentencia) fue contundente para un adolescente al que le interesaba la Antropología, a la vez que la docencia y el debate político. Pronto supe que, como parte de su historia de vida, la persona en cuestión había sido testigo de traiciones políticas mayores que marcaron incluso el escenario ideológico nacional; las causas de ello, subjetivamente, las atribuía a la “naturaleza influenciable” de ciertos dirigentes y a su presunta incapacidad para manejar situaciones de acercamiento a otros hombres por los que se habrían sentido atraídos.

Evoco esta frase, muy a sabiendas de que mi experiencia particular no puede, ni debe, ser generalizada. Sin embargo, los ya varios años de experiencia docente, el diálogo con mis colegas, me han demostrado que palabras de similar envergadura, a menudo señaladas desde ópticas no políticas de análisis, han llegado a limitar o frustrar posibles apuestas personales por la docencia. En efecto, si el punto de partida es que el homosexual es “ontológicamente” inapto para la labor formativa, o para el desempeño político, esto afianzará los sentimientos de decepción, y de expectativas inmerecidas, fomentados desde la más tierna infancia. El paso de los años me enseñaría que la vulnerabilidad aludida no estaba, en absoluto, relacionada a la labor docente o al activismo político: en principio, estas problemáticas están presentes en heterosexuales y homosexuales, por lo que se trata de un asunto de valores personales; y, en segundo lugar, esta especie de “nube moral” que empañaría el panorama vocacional y laboral de una parte de la sociedad parece constituir, más bien, una herramienta ideológica orientada a deslegitimar a la población LGBTTTIQ en dos ámbitos de la vida particularmente significativos para la reflexión y el cambio social. El “sambenito” de la invalidación profesional se encuentra presente en más de un área de desenvolvimiento laboral. A mí me tocó vivirlo (y luego complejamente refutarlo) desde mi actual área de desempeño profesional (la cual, según lo sentenciado, me habría sido incompatible). No obstante, esta amputación simbólica de las posibilidades de realización académica y humana entre la población LGBTTTIQ constituye, claramente, un mecanismo (permanentemente actualizado) de marginación y satanización de la experiencia social (sexual) disidente, es decir, aquella que no es heteronormativa. 

El paso del tiempo me fue confirmando, no tanto la invalidez de tan falaz idea, sino su trascendencia, la manera como, en la práctica, el discurso de la incompatibilidad moral entre ser homosexual y, a la vez, docente puede llegar a situaciones de cuestionamiento, ataque, invención de historias inexistentes (o interpretaciones subjetivas y antojadizas de las mismas), entre otros marcos dignos de rechazo… y de preocupación. Como he señalado, en mis tiempos de estudiante, en los años 90, el contexto de la intervención militar de la UNMSM, la ebullición de agendas políticas variadas (principalmente orientadas a promover el fin del fujimorismo), la radicalización de posturas autodenominadas revolucionarias (pero, a menudo, profundamente conservadoras en lo social), así como la naturaleza soberbia y homofóbica de más de una autoridad universitaria, eran algunos de los componentes del panorama sanmarquino. En ese contexto, un sector -bastante limitado, dicho sea de paso- de estudiantes LGBTTTIQ de la Facultad de Ciencias Sociales trató de articular su postura política con una creciente tendencia global y, en menor medida nacional, orientada a fortalecer los espacios de lucha por los derechos de las personas no heterosexuales. Desde fines de los 90 y el inicio del nuevo milenio, muchas cosas cambiaron al interior de la Facultad de Ciencias Sociales en la UNMSM. Ciertamente, el combate al ya decadente fujimorismo, así como el debate acerca de la transición política, guiaban las agendas ideológicas universitarias, pero no se podría afirmar que la temática LGBTTTIQ haya estado ausente[11]. Es más, en múltiples acciones colectivas y marchas, las pancartas de nacientes colectivos eran cada vez más visibles, no solo desde el variopinto ámbito sanmarquino, sino interactuando con agrupaciones surgidas en otras universidades públicas y privadas.

No obstante el descrito panorama de “primavera democrática”, el contexto del cambio de siglo no estaba exento de fragmentaciones, pugnas y ambivalencias. El periodo final de las carreras suponía, como ocurre hasta la actualidad, la incorporación de ciertos/as estudiantes en el marco de las ayudantías de cátedra, algo que puede ser el preámbulo del inicio de la carrera docente universitaria (un marco que, en aquella época, estaba profundamente marcado, sin pretender generalizar, por transacciones políticas y múltiples irregularidades). El hecho de que más de un estudiante o exalumno abiertamente LGBTTTIQ (como era mi caso) participara de las ayudantías de cátedra no configuraba un cuadro académico positivo para más de un sector de docentes y estudiantes. Por risible que pueda sonar en la actualidad, el tránsito de más de un ayudante de cátedra LGBTTTIQ por las aulas de Ciencias Sociales (y particularmente por Antropología) fue calificado alguna vez, en el marco de una reunión formal (con autoridades, docentes y representación estudiantil), como una provocación, un deseo de “homosexualizar la facultad”… Leer a Foucault, Butler, Wittig o las ya existentes versiones críticas de Zizek, en castellano, que circulaban en el medio, resultaba incómodo a los ojos de más de un/una docente y estudiante. Recordemos que, sin necesariamente estar familiarizados con la literatura posmoderna, el epíteto, el simple hecho de calificar como tal a ciertos autores o posturas, generaba rechazo entre muchos. Aparte de percibir como banales ciertos tópicos surgidos en la época, entre varios profesores universitarios la crítica posmoderna era percibida como superficial, relativista, revisionista para los más ortodoxos, escasamente fiel a las bases ideológicas que habían marcado el pasado inmediato. Duele constatar que esta tendencia (que si fuera argumentada de manera seria tendría una reconocible solidez) se encuentra extendida y vigente hasta la actualidad: evidentemente, estas posturas a menudo hacen gala inclusive de un desconocimiento etimológico del término cuestionado. La inclusión de la cátedra de Género en el currículo formal supuso, ciertamente, reacciones trasnochadas, cuestionamientos vacíos o el despertar de infundados temores, únicamente comprensibles en el marco de una heteronormatividad legitimada, pero debilitada.

Desearía iniciar el final de esta modesta reflexión, señalando algo que se deja entrever, pero que puede constituir una novedad para las generaciones más jóvenes. En la actualidad, la simpatía de muchos (entre quienes me incluyo) en torno a las apuestas políticas de izquierda suele afianzarse debido a la inclusión de las agendas de género y diversidad sexual. Sin embargo, este escenario no posee precisamente raíces políticas sólidamente ancladas en el tiempo, particularmente en el caso peruano. En resumen, la inclusión del género y de las reivindicaciones LGBTTTIQ en la mayor parte de las actuales propuestas de las izquierdas no es una tradicional bandera de lucha de los sectores progresistas peruanos. Como lo he señalado, aludiendo a mi propia infancia, la diversidad sexual no era un tema cómodo para buena parte de la izquierda de las pasadas décadas. Por otro lado, si bien es cierto que las luchas feministas coinciden históricamente con apuestas surgidas desde el pensamiento contrahegemónico (que evidentemente asocia subordinación femenina a patriarcado histórico)[12], también es claro que el machismo latinoamericano y nacional retarda (o boicotea) la articulación de ambas reivindicaciones.

Desde mi humilde punto de vista, el espectro de las izquierdas tiene efectivamente la responsabilidad ideológica, y ética, de incorporar la defensa medioambiental, las luchas étnicas, la reivindicación feminista o la manifestada por la diversidad sexual (LGBTTTI). Sin embargo, a riesgo de incomodar posturas de personas cercanas y valiosas, considero pertinente señalar que, desde mi experiencia, la incorporación de estas agendas es tardía y, en algunos casos (felizmente aislados), está marcada por cierto oportunismo, una retórica divorciada de la práctica personal y política, una especie de “doble moral”, que cuestiono desde cualquier procedencia ideológica. 

Docencia, homosexualidad, narrativas personales: ¿alimentando un capricho o ejerciendo un derecho?

Tras algunos años de ejercicio de ayudantías de cátedra en San Marcos, mi Alma Máter, mi experiencia predocente (en los primeros años de la década del 2000) estuvo marcada por realidades descritas en el punto anterior: la persistencia de actitudes, discursos y prácticas homofóbicas entre autoridades, docentes y estudiantes, la progresiva incorporación de la diversidad sexual en sectores de izquierda (y en el debate académico), la casi permanente ambivalencia de posturas sobre el tema, asociada al discurso de lo “políticamente correcto”. Efectivamente, primaba hacia la época, una atmósfera ciertamente hipócrita y de escaso, o nulo, compromiso con la temática de la diversidad sexual, pero atemperada, esta vez, por un descenso de la homofobia abierta. Ya la incorporación de la cátedra de Género había sido un trago duro de aceptar para ciertos sectores académicos conservadores, y la inestabilidad (mental antes que fáctica) que supondría incluir la temática LGBTTTIQ complejizaba el panorama. En el transcurso, muchos egresados/as fuimos comprometiéndonos con nuevas responsabilidades laborales (a menudo llevadas a cabo en otras casas de estudio), análisis temáticos en diversas ramas de las Ciencias Sociales y proyectos personales (que implicaron, en más de un caso, la complementación de la formación académica en universidades del exterior del país).

El escenario que abre el final de la década del 2010 presenta la consolidación de algunas transformaciones en los ámbitos universitario, nacional y global. Así, se constatan cambios en el mundo que van reafirmando la necesidad de abordar la temática LGBTTTIQ desde una perspectiva más concreta, a lo cual contribuye la tendencia a la aceptación de uniones civiles o matrimoniales entre personas del mismo sexo en diversos países (una conquista social lejana aún en la agenda política y social peruana). La dinámica universitaria experimenta igualmente transformaciones que, a su vez, suponen un cambio generacional en docentes y autoridades. Un factor adicional que se articula a este nuevo contexto es el retorno de estudiantes peruanos que, habiendo realizado postgrados fuera del país, deciden volver al Perú, incluyendo entre sus expectativas la práctica de la docencia universitaria.

Mi formación básica en Antropología (UNMSM, 1996-2000) ha sido complementada con posgrados fuera del país, que no hicieron más que consolidar mi vocación y admiración por la disciplina. Sin embargo, una vez de retorno al Perú, la motivación por la docencia universitaria (acaso identificada con mi condición de hijo de maestros) me condujo a apostar una vez más por la enseñanza. La readaptación al país es un proceso complejo y, a menudo, cargado de experiencias negativas y decepcionantes. Tras mi paso por más de una entidad universitaria privada (con experiencias también enriquecedoras), mi (re)integración a San Marcos fue parte de un largo proceso situado, sin embargo, en un contexto completamente distinto al antes descrito.

Sin lograr aún articular diversos avances, la facultad de Ciencias Sociales, y particularmente la EP de Antropología, expresan tendencias positivas, marcadas por la renovación generacional, una postura más abierta al diálogo, actitudes y expresiones concretas de reflexión y compromiso en amplios sectores de estudiantes, así como una innegable disminución de las manifestaciones de machismo y homofobia en distintas instancias universitarias.

Nombrado desde 2019, dialogar y contribuir modestamente a mejorar el panorama de la escuela y facultad que me formaron como antropólogo, constituye, en definitiva, un reto… Pero de aquellos que resulta grato asumir. Como señalé anteriormente, mi orientación sexual, mis convicciones al respecto, forman parte de más de dos décadas de presencia en San Marcos. Por ello, este testimonio no se presenta, en absoluto, como una (innecesaria) “salida del clóset” o como un deseo de figuración desde al abordaje de una temática aún sensible. Para muchos, ser docente (de una carrera fascinante como la Antropología) y, a la vez, ser homosexual no tendrían necesariamente que ser motivo de una reflexión como esta. No obstante, tengo la convicción de que, o bien para narrar experiencias del pasado reciente, o bien para constatar innegables avances en el presente, hablar en primera persona es significativo. El rechazo a la diversidad sexual, la homofobia aún enquistada en la sociedad (y en la propia universidad), son más que una motivación para tomar la palabra, para señalar que no contribuye en nada el esconder la identidad propia. Asimismo, es posible que estas frases pueden contribuir a sostener distintos procesos de aceptación entre estudiantes que se cuestionen su orientación y debo resaltar lo más obvio de esta reflexión: ser homosexual, o no serlo, no interfiere, en absoluto, en el desempeño profesional docente (o no debería llegar a ser así). Cuando una realidad se entrecruza con la otra (entrañando cuestionables relaciones de poder), existen por lo general condicionantes sociales.  Estos tienden a estar anclados en el estigma al homosexual, la hipocresía moral de la sociedad, el deseo de perjudicar honras personales y profesionales, entre otros factores.  

A pesar de lo anteriormente señalado, tengo la certeza de que surgirán de aquí, ante alguna posible incomodidad generada, interrogantes como las siguientes: ¿Por qué narrar la experiencia laboral docente en relación con una orientación sexual específica? ¿Qué necesidad existe de ir más allá del debate académico, sacando a la luz el hecho de ser homosexual? ¿Acaso existen actualmente expresiones concretas y violentas de ofensa hacia los docentes que son (o que se rumorea que sean) homosexuales? En efecto, la orientación sexual de cada persona es una característica que, en teoría, corresponde a la esfera privada del individuo y nadie está obligado a señalar o “gritar a los cuatro vientos” su identidad (a pesar de que la formación heteronormativa sí lo promueva así, en provecho del binarismo de género que la sostiene). Podríamos, sin embargo, revertir la lógica de las interrogantes arriba planteadas y preguntarnos: ¿Por qué no reflexionar la práctica docente desde la situación concreta que plantea el ser homosexual? Como lo anticipáramos, en la actualidad, lo “políticamente correcto” conduce a diversos sectores de la sociedad a afirmar que “no se tiene nada en contra de la colectividad LGBTTTIQ”. En ese sentido, ¿qué de cuestionable tendría el hecho de discutir abiertamente sobre los desafíos, reticencias o eventuales conflictos que supone ser un docente gay?  El rechazo al abordaje de la temática, ¿no tendrá acaso algo de aquella lógica perversa de “dios perdona el pecado, pero no el escándalo”?

La homofobia no es algo que haya sido, en absoluto, superado al interior de la sociedad peruana. Por otro lado, los docentes detentan una posición de autoridad frente a sus estudiantes, la cual está basada fundamentalmente en la transmisión de conocimientos y en la labor formativa. Si, conociéndose o no la orientación sexual del docente, esta puede ser sujeto de rechazo, cuestionamiento, burla o prejuicios, ¿no es acaso necesario debatir acerca de esta realidad? El murmullo, el rumor malintencionado o, peor aun, la atribución de prácticas no éticas (como el valerse de su posición para atraer a estudiantes), son solo algunas de las manifestaciones cotidianas de una homofobia extendida, que no suele hacer distinciones, que perjudica las relaciones humanas y, por supuesto, también las académicas. Ciertamente, los/las docentes (homosexuales o no) nos solemos enterar, en los pasillos de la universidad, de las cosas que se dicen, de aquello que la gente habla. El chisme y el “raje” no son ajenos a ninguna realidad social nacional. De cada profesor se dirá algo, positivo o negativo, fundado o infundado, objetivo o irresponsablemente tergiversado. Lo que se expresa en torno a los docentes homosexuales (o “sospechosos” de serlo) tiende a no cambiar en el tiempo y a retratarlo como un ser capaz de sucumbir a sus deseos, en un contexto en el que los alumnos serían el blanco de tan inaceptable conducta. Hablar de homosexualidad en primera persona, lo sé, tiende a frenar parcialmente estos discursos, pues, en última instancia, lo cuestionable alude a presuntas situaciones anómalas (que siempre serán criticables, de ser probadas), mas no a algo que todos ya conocen (pero que la cultura del rumor antes aprovechaba para la especulación, la diatriba y hasta el chantaje).

Los nuevos tiempos, y en ellos no está ausente la huella social que dejará la pandemia que vivimos, estimulan a diversos actores sociales a considerar la necesidad de promover un nuevo orden mundial o, por lo menos, fomentar cambios radicales en áreas fundamentales, sensiblemente afectadas, como la salud y la educación. Como docente, y homosexual, he sido testigo de cambios positivos en la sociedad a lo largo de las últimas décadas, no siendo una excepción el ámbito universitario. Quienes apostamos por una educación pública de calidad y un espacio universitario libre, creativo, abierto al diálogo y a la tolerancia, desearíamos también llegar a ver una universidad refundada, autocrítica, capaz de reproducir equidad ciudadana en sus propias instancias internas. Hablar domo docente homosexual en primera persona, estoy seguro, sí sirve para reavivar ese ideal, para desde ahí, quizá, contribuir a refundar ámbitos de la política, para que todos y todas podamos ser y vivir de acuerdo a nuestros ideales, convicciones, sentimientos y afectos.

Hace algunos meses concluí una clase que había sido un tanto densa teóricamente. Mientras borraba la pizarra y me despedía de los/las estudiantes que dejaban el aula, el mundo volvía a su normalidad, yo cogía mi mochila, apagaba las luces y salía rumbo a casa. Al bajar por la rampa que conduce al primer piso, vi a pocos metros a dos alumnas que, habiendo participado de la clase, me adelantaban unos pasos. Cogidas de la mano, se dieron un tierno beso mientras, sabiéndolo o no, iban construyendo un mundo mejor… y no sin por ello dejar de arrancarme una lágrima. Al percibir mi mirada, y la ternura que me generaban, ambas voltearon, me sonrieron y colmaron de cariño la escena con un “hasta mañana, profe. Ser docente y homosexual dio, en aquel momento, a esa encantadora complicidad…

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Bibliografía referida

Butler, Judith (1990). Gender Trouble. Feminism and Subversion of Identity, Routledge, Londres

Catalán Marshall, Mario (2018). Docentes Abriendo las Puertas del Clóset. Narrativas de Resistencias y Apropiaciones a la Heteronormatividad en Profesores Homosexuales/Lesbianas en Escuelas Públicas y Privadas de Santiago de Chile. Revista latinoamericana de educación inclusiva12(1), 57-78. Disponible en: https://dx.doi.org/10.4067/S0718-73782018000100057.

Foucault, Michel (1976). Histoire de la sexualité, vol. 1, “La volonté de savoir”, Gallimard, París (primera edición en español: Historia de la sexualidad, vol. 1, “La voluntad de saber”, Siglo XXI, México, D. F., 1977).

Gutiérrez, Gustavo (1971). Teología de la liberación: perspectivas. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones.

Universidad Cayetano Heredia (2011). Estudio a través de internet sobre “Bullying”, y sus manifestaciones homofóbicas en escuelas de Chile, Guatemala, México y Perú, y su impacto en la salud de jóvenes varones entre 18 y 24 años. Lima: Instituto de Estudios en Salud, Sexualidad y Desarrollo Humano. Disponible en: http://www.iessdeh.org/index.php/publicaciones-1/informes-db.

Witting, Monique (1993) [1981]. “One is Not Born a Woman”, reimpresión de The Lesbian and Gay Studies Reader, Routledge, Nueva York.

Zizek, Slavoj (1997). Multiculturalism, or de Cultural Logic of Multinational Capitalism.New Left Review nº 225, Duke University Press, Septembre-October, 1997, p. 28-29.


[1] Para la redacción de este texto, se ha recurrido básicamente a vivencias y reflexiones personales, particularmente en el campo de la educación universitaria. Las escasas referencias teóricas son consignadas a título ilustrativo, con el fin de aclarar el panorama de los lectores. Un estudio reciente acerca de docentes gays y lesbianas, en el caso de ciertas escuelas chilenas, puede contribuir a profundizar en el debate y análisis propuesto: cf. Catalán Marshall, Mario (2018).

[2] En lo sucesivo, adaptaremos de manera casi indistinta el término homosexualidad y las siglas LGBTTTIQ. Como se sabe, estas aluden a las personas y colectividades identificadas con las orientaciones sexuales de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgéneros, travestis, intersexuales y queer. En la medida en que hablar desde la experiencia propia remite a la condición de hombre homosexual, buena parte de la terminología empleada no es necesariamente inclusiva, pues aborda realidades donde prima la experiencia masculina de la diversidad.

[3] Si bien existen cifras y datos más actuales, el siguiente estudio comparativo muestra una parte de la problemática en algunos países del continente: Universidad Cayetano Heredia. Estudio a través de internet sobre “Bullying”, y sus manifestaciones homofóbicas en escuelas de Chile, Guatemala, México y Perú, y su impacto en la salud de jóvenes varones entre 18 y 24 años. Instituto de Estudios en Salud, Sexualidad y Desarrollo Humano. Lima; 2011. Disponible en: http://www.iessdeh.org/index.php/publicaciones-1/informes-db [Consultado el 13 de septiembre de 2020].

[4] Esta temática ha sido estudiada en varios países latinoamericanos, pero los análisis para el caso peruano (y limeño, en particular) no son muy numerosos. Lo señalado se basa es observaciones personales en varios distritos de la capital. Cabe mencionar que la explosión del uso de medios virtuales y aplicaciones en la red ha generado nuevos ámbitos de encuentro entre actores sociales como los aquí descritos.

[5] No se pretende realizar aquí un análisis exhaustivo que se articule a las concepciones cristianas acerca de la homosexualidad. Sin embargo, cabe señalar que la mencionada frase no tiene un origen bíblico, por lo cual la hemos enmarcado en el contexto de una cierta “sabiduría popular” (utilizada en todos los estratos socioeconómicos).

[6] En este texto, empleamos el término más conocido, en castellano, para dar cuenta del proceso de asunción de la homosexualidad en lo familiar y público. Buena parte de la bibliografía temática prefiere el empleo del anglicismo “coming out”.

[7] Las frases señaladas a lo largo del texto (generalmente en itálicas y entre comillas) son reproducciones literales, o ligeramente modificadas, de ideas y expresiones utilizadas en la vida cotidiana.

[8] A lo largo de este texto, utilizamos términos como orientación sexual, identidades o diversidad sexual para referirnos a las distintas manifestaciones del abanico de experiencias LGBTTTIQ. El término “opción sexual” es empleado a menudo para dar cuenta de los mismos conceptos, pero cuestionamos esta tendencia debido a su ambigüedad (o incorrección) semántica, pues la orientación sexual no suele proceder de un acto de elección. Por lo contario, el hecho de evocar abiertamente la propia orientación sexual sí tiende a formar parte de una situación enunciativa, producto de un proceso en el que la voluntad (opción) tiene cabida y protagonismo.

[9] No entraremos en mayores detalles sobre esta corriente progresista al interior de la Iglesia Católica latinoamericana. Cf. Gutiérrez, Gustavo (1971). Teología de la liberación: perspectivas. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones.

[10] El uso del término pretende, sarcásticamente, ubicar al lector en el contexto de la época.

[11] Evocar cada uno de los colectivos y agrupaciones conformados entre fines de los años 90 y el inicio de los años 2000 (no solo en la Facultad de Ciencias Sociales, sino en todo San Marcos, y otras universidades) sería motivo de un trabajo amplio, que requeriría del testimonio de múltiples voces, en su mayoría hasta ahora comprometidas con esta causa. En lo particular, las acciones de las que participé no se enmarcaban en algún colectivo concreto.

[12] La reivindicación del papel de la mujer en los procesos revolucionarios de corte histórico queda expresada en múltiples aspectos de la Revolución Rusa (1917) y en varias de las conquistas sociales femeninas posteriores.