El pensador francés Michel Foucault ya dejó dicho que aquello que une a las personas es el poder. Sin que queramos, ejercemos poder sobre el otro, y el otro sobre uno, por lo que las relaciones de poder se encuentran en todos lados y en cualquier tipo de relacionamiento.

Pensar que no hay una relación de poder en las amistades, las relaciones familiares o en quien camina por la vereda contraria es un logro de los grandes poderes que intentan convencernos de que el ejercicio de poder es solo posible de arriba hacia abajo, poniendo al poder como una cualidad exclusiva y unilateral del status quo sobre el individuo, siendo el machismo y el patriarcado modos de status quo perpetuados en la sociedad.

Hablando en términos de poder, la mujer siempre ha tenido menos poder que el hombre en todos los ámbitos, ya sea como pareja, trabajadora, estudiante, familiar o por su condición de mujer misma dentro de un mundo heteropatriarcal.

Por más que el feminismo de ahora, de tercera ola (como le dicen algunos de modo despectivo), sea criticado por expresar supuestas “tergiversaciones”, las mujeres contamos con un feminismo que es -casi- imperceptible para los hombres, casi secreto a sus ojos por su condición axial de ser de mujer a mujer.

Y es que existe un feminismo que se escurre por las venas de la sociedad a través de la relación mujer-mujer, en nuestra relación individual del día a día.

Por los años 70, Kate Millet llama sisterhood a aquella complicidad que hay entre mujeres. Y es Marcela Lagarde quien más tarde lo traduce a sororidad, como lo conocemos en el mundo hispanohablante.

Resulta que, al igual que hay un ejercicio de poder de arriba hacia abajo, también existe un ejercicio de poder de abajo hacia arriba (las revueltas sociales y sus cambios son evidencia de ello). Pero, en el caso de la sororidad, es una cuestión aún más medular socialmente hablando, por hallarse en el contacto de una a una, y no necesariamente en las masas.

La importancia de la relación mujer-mujer se sustenta, en parte, en la relación existente mujer-hombre. Una relación que, en cuestiones de poder, ha sido históricamente asimétrica, por lo que la sororidad entre mujeres no solo ha de ser necesaria para brindarnos entre nosotras aquello que nunca se nos atribuyó, sino que es un discurso de apoyo y una práctica entre mujeres que nos empodera, reivindica y reconcilia entre nosotras.

Y mujeres empoderadas, reivindicadas y reconciliadas con su género tienen la facilidad de crear vínculos con una adquisición de poder instaurada, reduciendo la jerarquización y la diferencia de la balanza. Y esto, en una cantidad numerosa, también desestabiliza al mismo status quo del machismo, que, a modo reduccionista, es una distribución desbalanceada del poder entre el hombre y la mujer.

Por eso, ser sorora no es simplemente ser “buena gente” por ser “buena gente” con otra mujer, se puede manifestar de ese modo, pero va más allá, como cuando entre mujeres nos tendemos la mano, generamos apoyo y creamos fuerza. Porque juntas somos más poderosas. Y todo esto nos recuerda a un antiguo lema del feminismo: “Lo personal es político”.

No creamos que en las relaciones diarias de mujer a mujer no hay poder, porque donde no hay poder no hay lucha, y justamente por eso, se puede luchar desde todo lugar.

Esta sororidad es uno de los mayores logros del feminismo actual, porque en un mundo donde se nos ha enseñado a pelearnos, reconciliarnos y amarnos es revolucionario.

Los hombres nunca tendrán idea de las conversaciones en los baños, de las previas maquillándonos para salir, de las salidas de tesito y malecón, de los acompañamientos terapéuticos, de los abrazos después de los golpes, de los llantos colectivos, de las risas también colectivas, de esas salidas de solo mujeres. Los hombres solo pueden notar las consecuencias de este empoderamiento -y estoy segura de que lo hacen-, mas no son testigos de todo el proceso que subyace ahí. Es como un feminismo caleta que está escondido de ellos, y debemos aprovechar este punto para usarlo como nuestra herramienta de lucha, que es estar nosotras unidas.

Por eso, este artículo va a mis amigas. A todas esas caritas que veo cuando volteo con miedo. A todas las manos que siento tendidas cuando necesito ayuda. A todas las voces dispuestas a dar consejos y palabras de amor. A todos sus oídos ya cansados, pero dispuestos a escuchar lo mismo. A ellas, las mías, de las que siento su incondicional apoyo, para que sepan que al querernos, no solo fortalecemos la amistad, sino que hacemos feminismo y revolución.