Edmundo Amao Sayas, un hombre de 36 años, casado y con tres hijos, se hizo “famoso” el sábado 16 de agosto cuando fue capturado por la policía luego de rociar ácido en las piernas y nalgas a aproximadamente 20 mujeres. En el interrogatorio que le realizaron señaló que lo hacía “como juego”.

– ¿Sabes por qué has sido intervenido?

– Sí, porque le he echado como juego ácido a una sola chica, a dos. Sí (lo he hecho con varias).

¿Por qué lo haces?

– Como juego, no sé.

– ¿Pero qué sientes?

– No siento nada, yo lo he iniciado como un juego, así, y no me he dado cuenta del daño que hacía.

¿Qué hace que un tipo, al parecer, común y corriente, con familia y trabajo, despierte un día con ganas de ir quemando mujeres en las calles? ¿Qué despierta ese odio hacia las mujeres? Porque Amao Sayas no le echa ácido a los hombres, sabe que eso tendría consecuencias terribles para él, además que no le despierta ningún placer, su “juego” solo se dirige a mujeres. En general, para la misoginia exacerbada, el placer está en aplastar lo considerado débil, y por lo tanto, prescindible y matable, en ese lugar no están los hombres, ahí están las mujeres, lxs LGTBIQ+, lxs niñxs. Razón principal para establecer protecciones diferenciadas, así los antiderechos intenten negarlo.

Hannah Arendt pensó en “la banalidad del mal” en referencia a personas que no tenían remordimiento al infligir dolor y sufrimiento a los demás, personas que no son monstruos, que tienen hijos, casa, perros, y que hacen una vida “normal”, se lvanan temprano, compran pan y saludan al vecino, con la excepción del momento en que una fuerza superior o un soporte social los impele a realizar actos inmorales que ellos obedientemente siguen, ya sea violar a la sobrina o rociar ácido a mujeres en el Metropolitano.

Releyendo la hipótesis de Arendt de ciertas conductas humanas, sobre todo cuando estas van dirigidas contra una particularidad, ya sea la procedencia o el género (entre otras), el mal que encarnan ciertas instituciones, como la misoginia, no es banal, banal es su naturalización, su interiorización como irrelevante, que lleva a algunos hombres a demostrar que sigue siendo efectiva y constitutiva de sus vidas: del ácido, al galón de gasolina y al feminicidio hay solo un paso.

¿Qué hacemos con sujetos como Amao Sayas? Si la policía no lo hubiese detenido “a tiempo”, hubiera ido sofisticando su técnica para dañar a las mujeres, porque tenía plena conciencia de lo que estaba haciendo, para ello se preparaba, alistaba sus instrumentos y escogía una víctima. Aunque la cárcel sea la respuesta más rápida, solo seguirá sirviendo de contenedor de violencias, pero no logrará prevenir que nuevos Amao Sayas aparezcan, intervenir en la educación desde los primeros años es imprescindible para que menos mujeres sientan la corrosión de la misoginia.