Hoy Indecopi publicó la resolución con la que se multa al restaurante La Rosa Náutica con 50 UIT, es decir, S/ 210 mil, por discriminar a las mujeres. ¿Cómo? Ofreciendo cartas del menú diferenciadas, mientras la de hombres, de color azul masculino, tenían los precios de cada comida, la de las mujeres, de amarillo patito, no.

Indecopi señaló que esto infringía la Ley 29571, Código de Protección y Defensa del Consumidor, puesto que las mujeres no tenían el derecho a conocer los precios de los productos que se expendían. Solo los hombres tendrían esta información y serían ellos los que pagarían la seguramente abultada cuenta.

Este hecho también infringe el artículo 2° inciso 2 de la Constitución Política del Perú y el artículo 38° numeral 1 del Código que prohíben la discriminación por motivos de sexo, que es lo que estaba haciendo La Rosa Náutica.

¿Pero qué se esconde en esta decisión consuetudinaria y tradicional de este antiguo restaurante? No solo el hecho de creer que es de “caballeros” pagar las cuentas de las mujeres que acompañan a los hombres a cenar, no solo el hecho de creer que los gastos de las mujeres deben ser pagados por los hombres porque así lo dispuso dios, la iglesia católica y la sociedad dada nuestra intrínseca debilidad y ausencia de espíritu, no solo la necesidad de continuar con el paternalismo impuesto sobre las mujeres para que dependan de los hombres toda su vida y para que se sientan agradecidas de ir con uno de ellos, aprovechando que ganamos menos porque tenemos menos oportunidades educativas y laborales.

Pagarle la comida, o la ropa, o la salida, o la diversión a una mujer, para un hombre, es una inversión, y así ha sido visto, aunque no dicho, en el imaginario social. La mujer termina teniendo una “deuda” con este, que espera que sea pagada con servicio sexual, ya sea con o sin matrimonio a cuestas, ya no somos tan antiguos. El pago es un pequeño contrato sexual, en el que muchas mujeres se veían obligadas a ceder frente a los favores, grandes o pequeños de los hombres.

Eso ha ido cambiando con el avance de los derechos de las mujeres y el movimiento feminista, en donde las mujeres reclamaban igualdad de trato y no firmar ese contrato sexual tácito con los hombres, que los llevaba a creer que nuestros cuerpos podían ser mercancía intercambiable por comida/ dinero, material de compra-venta, y usufructo de su poder económico.

Gracias al feminismo aprendimos a no aceptar invitaciones interesadas (ni “desinteresadas”), a aceptar invitaciones, si nos daba la gana, sin intercambio sexual, porque teníamos la seguridad de que ellos estaban pagando por una deuda histórica con todas nosotras, o compartir los gastos, porque nuestro trabajo digno también nos sirve para fortalecernos, sacar nuestro dinero y ponerlo encima de la mesa, y además dar propina, y si queríamos, irnos sin despedirnos.

Además, en tiempos de visibilidad, en donde las lesbianas estamos en todos lados y están también las que, privilegiadas ellas, comen en La Rosa Náutica, ¿a quién le daban los mozos la carta azul? ¿A la más masculina de ambas? ¿Cómo hacían para enfrentar este terrible dilema? ¡Acaso no piensan en las lesbianas! Si yo iba, por ejemplo, ¿me hubieran tratado de señor? Porque femenina no soy, y mi feminidad ausente me hacía susceptible y propietaria, de por sí, del capital simbólico de la masculinidad,que me obligaría a pagar a pesar de mi proverbial pobreza.

Incluso en caso de no ser lesbianas, sino “simplemente amigas”, ¿a quién le daban la carta azul? ¿A quién creían competente para pagar? ¿La que tenía la ropa más cara? ¿A la más blanca? Porque ya sabemos que machismo, racismo y homofobia suelen ir unidos.

Por lo pronto, La Rosa Náutica tendrá que cambiar sus políticas de romance acogedor y sus cartas paternalistas por unas en donde demuestren que ya no están en el pasado, si no por criterio propio, por suerte, y gracias a Indecopi, a fuerza de sus propios bolsillos, porque multa mata galán.