Hace unas semanas Gabriela Wiener estuvo en Arequipa presentándose en el Hay Festival Arequipa 2022. La escritora y periodista peruana conversó con el público sobre desigualdades y presentó su libro Huaco retrato.

Mano Alzada pudo dialogar con Wiener sobre la labor periodística cuando confluye con los feminismos y las distintas violencias que permanecen impunes y transcienden desde la colonización hasta nuestros relatos personales y familiares en la actualidad.

¿Cómo decides escribir sobre la violencia machista comparando el impacto de esta en los cuerpos y la territorialidad (con lo cual abre el libro Huaco retrato)?

Desde hace un tiempo hay reflexiones en las que pensamos en las conexiones que existen entre cuerpo y territorio: cuerpos vulnerabilizados o violentados de mujeres y disidencias sexuales. Hay, en lo literario, voces como la de Cristina Rivera Garza, que lo ha llamado ‘las escrituras geológicas’, y creo también que en el periodismo estamos haciendo eso.

En todo el tratamiento que se ha hecho. por ejemplo, del tema de las esterilizaciones forzadas, hay, desde luego, esta perspectiva, porque estamos hablando del cuerpo de las mujeres como un territorio colonizado, expropiado y saqueado. Este caso ha sido fundamental en el Perú para forjar esta visión. Creo que se ha estado haciendo bien en los medios feministas, en los pocos que hay, o los espacios feministas dentro de los medios independientes.

Es una misión de nosotras hacer un periodismo comprometido sin miedo a llamarlo activista, feminista, antipatriarcal, antirracista… y que, evidentemente, cuesta mucho esfuerzo que exista.

En cuanto al periodismo feminista y narrar no ficción con respeto al dolor, ¿cómo realizas esas coberturas?

Nuestras condiciones materiales de existencia determinan la escritura desde un tipo de investigación y periodismo. En este caso (‘Incandescencia’, crónica sobre el feminicidio a Eyvi Ágreda), lo escribí alejada de esa realidad: me documenté, vi en internet. No te voy a aconsejar que hagas cosas que la academia periodística tampoco recomienda.

[Sin embargo], en esta crónica intenté una escritura analítica desde el símbolo, desde una cuestión de imaginación poética a partir de los temas de la violencia, conectando los detalles que iba dejando la prensa policial convencional con todos los datos recogidos, contrastados, que estaban circulando, poniéndolos en crisis también y bajo sospecha, siempre siendo consciente de que hay mucho de especulación y que la propia prensa está retratada ahí.

Vas componiendo, sobre todo buscando no simplificar, entendiendo que la realidad supera muchísimo más todo lo que puedas contar. Entonces, es acercarte a retratar esa complejidad. Eso es lo que me motiva de las historias: ver qué conexiones hay entre las cosas con algo universal y trascendente, como lo intrínseco a lo humano, que es difícil. Hay que buscar en nuestras historias esa profundidad.

[Incandescencia] es una crónica que decido hacer más pensando en una cuestión textual que investigativa. Esas son decisiones periodísticas o narrativas. Partiendo de mi realidad concreta, desde donde estoy, voy a darle más al lenguaje, a la imaginación, a la crónica literaria. Hay otro tipo de historias en las que tú estás en el campo y que, por supuesto, es recomendable. Hacer investigaciones que sean, sobre todo, como dice Rivera Garza, ‘cuidado del otro’; entonces, mientras más investigas, más cuidas de los demás.

Si tu preocupación es ética, es por todas estas personas que rodean a la víctima —que también son víctimas—, todo esto está rodeado de dolor y lo que hay que hacer es acercarse de puntillas. La investigación es eso, es cuidarlos, no traicionar, no inventar, no ficcionar; también es respeto. 

¿Qué nos puedes comentar a lxs periodistas y escritorxs que no necesariamente somos de sectores hegemónicos o privilegiados?

Hay muy poco espacio en lo mainstream para personas que nunca han estado y que nunca se han contado. Yo diría que sigue funcionando una política de cuotas donde todavía hay términos como ‘diversidad’. ‘interseccionalidad’, ‘multiculturalidad’, que sirven para que ciertos espacios o instituciones aparenten ser plurales, inclusivos, cuando sabemos que esos mismos espacios, la gente que los dirige y los domina, es la misma de siempre… en los medios, en los museos, en los festivales, normalmente son los mismos.

Puedo ser desesperanzadora en ese sentido. La puerta está entreabierta y es muy pequeña la rendija donde te puedes infiltrar, pero luego creo que esas voces disidentes desde maestras como Gloria Anzaldúa hasta el presente nos hablan de generar nuestros espacios fuera de esto. Esta condición de ser fronterizas e instalar nuestra tienda de campaña fuera del sistema es, para mí, una idea mucho más atractiva que estar tocando la puerta fría de la literatura durante años, después de intentar blanquearnos para buscar un lugar de pertenencia.

Ese es el dilema y el conflicto de siempre: ¿Qué tanto vamos a ceder en espacios activistas, autónomos, callejeros…?, ¿qué vamos a hacer a nivel político e institucional?, porque normalmente una cosa como lo institucional suele desactivar todo lo vivo que puede haber de las luchas autónomas y eso es un peligro constante también. ¿Qué hacemos?, ¿conquistamos los espacios que llevan colonizados tanto tiempo, los peleamos, los disputamos? ¿o creamos algo paralelo? 

Es como lo que dicen algunas travestis o mujeres trans en plan: “Quédate con tu excluyente noción de lo que es ‘la mujer’, quédatelo para ti, ya no me interesa”, después de que sigamos asistiendo a los tiempos más transexcluyentes que pueden existir, con apelaciones a lo biológico, con un retroceso terrible en sentido de derechos, dan ganas de mandar eso a la mierda, ese feminismo excluyente, racista, tan burgués, tan blanco; y también el sistema literario y, por supuesto, el periodismo, que también tiene las mismas dinámicas racistas y patriarcales.

¿Qué opinas del control de las narrativas históricas o periodísticas con miradas y decisiones masculinizadas y racistas?

Hace poco estuve en un foro en Madrid junto a periodistas racializadas migrantes que trabajamos en distintos espacios, todas teníamos la sensación de que a nosotras nos ha costado el doble llegar a donde estamos, como el ocupar algún espacio en un medio de comunicación o tener voz haciendo mil veces más. Lo que se veía claramente es que no había perspectivas antirracistas en los medios…

Si piensas en el Perú, evidentemente muchas poblaciones y comunidades no están contando sus historias en los medios de comunicación, y eso es importante, no solo ver desde la perspectiva de género, sino desde toda la otra diversidad que no se está contando o no está llegando de regiones, ya que Lima está obstruyendo los otros relatos.

Hay algunas redacciones con algo de paridad, pero en puestos de decisión, consejos de redacción, los directores de periódicos normalmente todavía son señores blancos heterosexuales. No queda otra que generar nuestros propios espacios de comunicación desde los cuales podemos introducir estas perspectivas, incluyendo la anticolonial que no está en las redacciones de España. No se ve toda la problemática histórica que está detrás de por qué estas poblaciones tienen que salir de sus países a tocarle las puertas a los mismos que los colonizaron siglos atrás.

Sobre Huaco Retrato

“Gabriela, ¿te diste cuenta de que les damos miedo? Y yo, que no me había fijado, que solo conocía la mirada de desprecio de la blanquitud de mi país, miré por primera vez bien las caras de los señores y señoras españoles y tuve que darle la razón”

Una vez más la escritora y periodista Gabriela Wiener usa su reconocida técnica de contar desde primera persona sus cuestionamientos a la colonización, fenómeno que aborda la autora desde la llegada de europeos a América hasta la programación actual de los cuerpos y conceptos patriarcales para amar.

Wiener utiliza como materia de narración sus experiencias amorosas y por supuesto que también las sexuales, además de la confrontación al dolor y la muerte, su condición de migrante en España, la búsqueda de los vestigios de su apellido y rastros de María Rodríguez; la mujer que habría dado vida al primer Wiener peruano de la línea paterna de la escritora.

Los momentos más abrumadores del texto son cuando decide conversar sobre la infidelidad dentro de la infidelidad, lo que provocó una doble vida en su familia y luego experimenta en carne propia. También cuando busca el rastro de su tatarabuela reflexionando sobre todas las taras que llevan al anonimato el nombre de nuestras ancestras como la ‘Historia’, que las hace inexistentes hasta creerlas innecesarias al cuestionar nuestros lugares e incluso los relatos familiares. Y claro, el momento principal de la búsqueda al excavar en las decisiones de Charles Wiener, a quien no condena desde ninguna superioridad moral, sino que hace a un lado sus prejuicios sobre él para no entorpecer la indagación sobre este científico de raíces austriacas y judías, asimilado como francés católico —otro migrante en su momento—. Charles ejerció la ’empresa’ del huaqueo cientifista, y con ello de la colonización desde la academia del siglo XVIII en América Latina. Gabriela alterna estas narraciones a partir de algunas pertenencias dejadas por su padre.

“Nadie te prepara para un duelo, ni todos los libros tristes que llevaba una década leyendo de manera enfermiza”.

Es así que Huaco retrato pasa a ser de un cuestionamiento constante a todo privilegio a un confesionario no religioso, sino feminista y antiracista para perdonarse y amarse con nuestros cuerpos no hegemónicos y relaciones antimonogamicas.

“Al día siguiente vamos a un hotel, hablamos de mi padre y de la muerte, Nos damos cuenta de que hemos leído los mismos libros tristes…”