Luego de estar en el altar de la política y ser el abanderado, en tiempos de corrupción y autoritarismo, del cambio, Alejandro Toledo se fue desinflando poco a poco hasta que todos los peruanos conocimos su verdadera impronta: un irresponsable, despilfarrador, altanero, fatuo, mentiroso, engolosinado por el poder, mezquino en sus apuestas, y por último, corrupto.

A pesar de que ya había dado pruebas de lo peor que puede ser un hombre: un mal padre, negándose a reconocer a su hija, y señalando que era víctima de una patraña fujimontesinista. Si alguien usó el fujimontesinismo a su favor, ese fue Toledo para no reconocer por 14 años a su hija Zaraí. Y en esto él tampoco tiene ningún mérito, el reconocimiento fue gracias a la lucha emprendida por la madre de la niña, Lucrecia Orozco, para darle a su hija el apellido que le pertenecía, y a la presión mediática que no lo dejaría en paz.

Toledo es el sueño trunco de un tipo de emprendedurismo peruano, ese que nace desde lo más hondo de la miseria, se forja a sí mismo sobre la base de su esfuerzo y terquedad, y logra posicionarse como un triunfador. Toledo era, en la política, lo que el rey de la papa en el comercio, un cholo exitoso, con plata, un referente más cercano a los millones de peruanos con ansias de modelos a seguir. Y también fue una traición.

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Una traición a la gente que sí triunfa por sus propios méritos y no por recibir dinero de la corrupción, y que fue capturado el martes 16 de julio justamente para que rinda cuentas sobre su implicancia en este tipo de delitos, como otros expresidentes peruanos también judicializados, en una larga cadena de políticos corruptos.

Toledo no representó ninguna transformación, si habíamos salido del marasmo de un gobierno dictatorial, él nos devolvió a una mediocridad continua, sin cambios estructurales, en modo piloto automático, mientras se beneficiaba de los cotos de poder que iba alcanzando.

Ahora, preso, es el ejemplo viviente de lo que ya los peruanos no están dispuestos a soportar, por lo menos para eso ha servido su nefasto paso por la política.