Quizá hablar del aborto se vuelve repetitivo para aquellos que no encuentran lógica en esta manifestación, pero luego de una semana donde Australia y Oaxaca (México) despenalizaron la práctica, y la conmemoración del Día de Acción Global por un Aborto legal, seguro y gratuito, sería sospechoso que las feministas nos cansemos de tocar el tema.

Y es que la posición frente la legalización del aborto, ni siquiera es la posición frente el aborto en sí. Estar a favor o en contra del aborto es tomar postura frente sus condiciones.

Tal vez las personas ajenas a esta problemática (en gran partes hombres, por lo que nunca abortarán) no saben todo lo que implica ser mujer. Porque ser mujer no solo es pagar menos en una discoteca (una cosificación disfrazada de una supuesta ventaja), sino que también es levantarte un día, ir a Sucre con la Marina y recoger las pastillas. Escribirle a tu amiga que ya todo bien, que en tus manos tienes su salida. Y esperar a que, llegado el día, si hay suerte, sangre lo suficiente para decir que abortó sin problemas.

Las mujeres que abortamos, o que acompañamos a abortar, somos mujeres simples y corrientes. Que no tenemos conocimientos exhaustos en enfermería o medicina. Que nos informamos lo más que podemos por el riesgo real que sabemos que existe. Y aunque algunos nos tilden de irresponsables, no sé qué clase de responsabilidad habría en traer un ser no deseado a este mundo. Por más que abortar tampoco signifique que no quieres ser madre. A veces ese hijo u hija es lo que más quieres en el mundo, pero se reconocen las oportunidades (o la falta dé) que una tiene para ofrecer. Que los tiempos no siempre son los adecuados. Que las personas a veces tampoco son las adecuadas. Y frente esto, no vale usar el argumento de “Ay, si no quería ser mamá hubiese cerrado las piernas”. Porque entre nos, todos sabemos que la relación sexual ya no tiene como finalidad reproducir. ¿O acaso los hombres quieren hacer del placer algo exclusivo de ellos?

La posición frente abortar es, nuevamente, tomar postura frente sus condiciones, no sobre abortar en sí. Aprendamos a diferenciar.

Del 2010 al 2017, el porcentaje de aborto ha aumentado únicamente en la población rural. ¿Por qué? Porque el aborto es un privilegio de clase. La educación sexual es un privilegio de clase. Cuidarse y conocerse es un privilegio de clase. Y, en última instancia, la posibilidad de morir por abortar es un privilegio de clase.

Como mujer, he tenido la oportunidad de conocer diversos casos de aborto. Una amiga viajó a Estados Unidos y nos contó cómo las propias enfermeras la empoderaron como mujer, recordándole que era su decisión y que no tenía que sentirse culpable. Otra amiga tuvo que ir con 19 a un lugar de los que están pegados en los postes. Llamó al papel de “atraso menstrual” más “bonito” que vio por su barrio. Otra amiga entró a la clínica y salió sin el quiste que nunca existió. Otra amiga fue al hospital acompañada de sus padres, quienes la comprendieron con su amor incondicional. Y otra fue sola por hemorragia, para terminar siendo denunciada por la policía.

Conversando con ellas, todas consideran que abortar ha sido un hito en sus vidas. Un hecho significativo. Y desde la psicología, todo hecho importante tiene sus consecuencias. Ninguna se arrepiente, eso lo aseguro. Si tuviesen que abortar de nuevo, lo harían. La diferencia es que algunas hubiesen querido abortar diferente. Con menos sangre, menos dolor, menos llanto, menos riesgos. O, simplemente, como más humanas.

Desde lo científico, cada vez se estudian más las condiciones de aborto con sus consecuencias psicológicas. Tampoco es difícil hipotetizar que en situaciones favorables, el proceso ha de ser más llevadero. Y de haber un interés real en la salud de la mujer, estar a favor del aborto es un deber.

Mientras el aborto no sea legal en un país, lo único que se están abortando son sueños, aspiraciones, oportunidades y vidas en progreso. Algo que de por sí nuestro país ya es experto en hacernos abortar.