A estas alturas, y luego de un billón de dólares en ganancias, la película de Greta Gerwig y Margot Robbie ha demostrado que es más que un simple producto cultural. Y como muchas, al inicio no le teníamos nada de fe. Hacer una película de Barbie, la muñeca estereotípica que representa las características de lo que millones de mujeres no podríamos ser (rubias, blancas, delgadas y guapas) nos hacía suponer un producto superficial, banal y peligroso, casi tanto como lo que expresa la adolescente molesta, que no sabemos por qué está molesta, pero lo podemos intuir en un ámbito tan violento como puede llegar a ser una secundaria estadounidense en donde hay que ponerse varias corazas para sobrevivir.

Los méritos de Barbie son varios, el principal, para mi gusto, es tener un discurso simple y entretenido sobre el feminismo, que hace que el mensaje llegue de forma fácil y sin drama, una estrategia poco utilizada en los artefactos culturales producidos por los movimientos feministas, que, cuando se hacen bien, cumplen cabalmente con su objetivo: hacer entrar en conciencia a millones de mujeres ajenas al tema e incomodar a otros tantos hombres. Tal vez eso es lo que más pudo molestar a un sector conservador que ha intentado, de forma totalmente inútil, boicotear a la película, señalando, como es evidente en un sector poco pensante que, literalmente, se promociona el asesinato de bebés desde el primer minuto, cuando vemos a esa maravillosa giganta entrar en escena para cambiar el imaginario infantil femenino.

Esa entrada espectacular nos sumerge a la vida en Barbieland, un mundo idílico en donde no hay diferencias de clase, ni étnicas, ni económicas, ni físicas, no hay pobreza, ni dolor, ni conciencia, no existe la violencia de género ni el racismo, y el capitalismo está instaurado sin explotación laboral, las mujeres ocupan un lugar de poder y los hombres uno secundario, por lo que cualquiera no iniciado/a en el feminismo pensaría que algo así podría ser un paraíso feminista. Pero no, lo que es clave para entender el drama posterior de Barbie, cuando el espectro de la conciencia la acecha en medio de la pista de baile en una noche de chicas, una de las tantas noches de chicas que se repiten hasta el infinito en la vida de las Barbies.

Es justo esa toma de conciencia lo que hace a Barbie un personaje feminista, o lo que convierte a cualquiera, en el mundo real, en feminista. Por eso la alegoría de las gafas moradas, porque después ya no puedes ver nada igual, y eso le sucede a Barbie, su muñequidad, lo que la constituye, aquello que le había permitido vivir con tranquilidad en ese mundo de fantasía, ha sido impactada, el asunto es que la desprogramación viene desde un lugar desconocido, es decir, aquello que le sucede a Barbie no es producto de las condiciones materiales de su existencia, por lo que se devela como un síntoma: sus pies pierden la capacidad de estar en puntillas. Es tan espantoso, que a todas sus amigas/hermanas les da un asco hasta las náuseas. La náusea, como la vergüenza o los pensamientos de muerte, no forman parte de la muñequidad, aunque todas sepan lo que es. A estas alturas, mientras la muñequidad se pierde para ir dándole paso a la humanidad, sabemos que a cualquier Barbie le hubiera podido pasar, el potencial de abrir los ojos está ahí, solo faltaba la experiencia que le permitiera abrir ese portal.

Es así que Barbie emprende un viaje no para cambiar, si no para volver a ser como era antes en su mundo feliz, sin celulitis, sin pies planos, sin pensamientos de muerte. Pero la réplica de su mundo en la realidad no es posible, Barbie termina dándose cuenta de que el mundo real apesta, que las mujeres son acosadas, sin importar si tienen vagina o no, que los hombres son respetados solo por ser hombres, aunque si tienen maestría o doctorado les irá mejor, y que la genial idea de Ruth Handler no acabó con el patriarcado, sino que lo ayudó a consolidarlo.  

De vuelta a su mundo, con su niña-mujer humana que la adquirió y la adolescente descreída, para mostrarle las maravillas que ahí suceden y darles un poco de esa felicidad que en Barbieland sobra, se dan cuenta de que es muy fácil instaurar el patriarcado en muñecas que no han tenido la experiencia de la violencia, pues, como señala América Ferrara, son como las poblaciones indígenas con la viruela, no han desarrollado anticuerpos. Una analogía genial para abordar la tesis principal del feminismo: la mujer no nace, se hace, por lo que su constitución, su paso a la cultura, su recibimiento en sociedad es, justamente, la indisoluble experiencia de la violencia patriarcal desde muy chicas, luego ya se enterarán de cómo fueron excluidas de elaborar sistemas de símbolos, de filosofar y de hablar con lxs dioses.

Es una maravilla también ver, en parodia, cómo actuaban los grupos de autoconciencia en los 60 y 70 para “desprogramar” a las mujeres de su alienación y hacerles tomar conciencia de su condición. Esas reuniones que podían durar muchas horas y días, y en donde se mezclaban la alegría y el dolor, acá se resumen a un par de afirmaciones que despiertan a las muñecas de su ensimismamiento, para luego unirse y acabar con el patriarcado: nuestro más ansiado sueño.

Otro hecho a resaltar es el papel de Alan, el muñeco creado para acompañar a Ken, el subalterno del subalterno, un no-hombre, alguien que no se ha constituido sobre las bases de la masculinidad con la que se ha creado a los Ken, por lo que su lugar en el mundo es confuso, no tiene como objetivo codepender de una Barbie, no sueña con una noche para chicos ni despertar con ella al amanecer, por lo que cuando la casa de Barbie da paso al Mojo Dojo Casa House de Ken, él es tratado como una mujer más y se le destina a masajear los pies de los muñecos. Alan, en la lógica fálica, es el elemento que, por excepción, constituye a los Ken.

Algo parecido ocurre con el empleado que acompaña a los gerentes de Mattel, pero este es relegado no por ser hombre, sino por su clase, lo que lo convierte en un inferior sin capacidad para interactuar con el poder. En clave marxista: el género los une, la clase social los divide.

Se podría escribir mucho más del guion de Gerwig y Baumbach, pero me quedo con esta línea solo para recordar la actual deriva contemporánea. Luego de escuchar una serie de acusaciones terribles de parte de una adolescente, Barbie se va, se pone a llorar y comenta: no soy fascista, no controlo el transporte ni el comercio. El fascismo y el patriarcado convertidos en caricatura, porque mientras más evidentes, menos peligrosos serán, y Greta lo sabe muy bien.