Una mujer es violada por 5 varones en una fiesta, ella denuncia. Ahí viene la prensa con la artillería pesada cubriendo en primera plana y sin tino la noticia del día, nos ofrecen todos los detalles, nos muestran las fotos del lugar, entre más espectáculo, mejor, a más rating, más ventas. En el dominical, nos presentan la historia de esos 5 pobres muchachos víctimas del alcohol, las drogas, ejemplos del buen comportamiento, con tanto futuro y sueños por delante. Cometieron un error y esa mujer está mintiendo. ¡Les están arruinando la vida a esos jóvenes!

De pronto aparecen los escuderos y las redes sociales se llenan de comentarios que señalan a la víctima y no a los violadores en manada. “Ella se lo buscó”, “¿qué hacía ahí a esa hora?”, “eso pasa cuando los padres no vigilan a sus hijas”, “seguramente estaba borracha, no se acuerda lo que hacía”, “los estaba provocando”, “ahí está, para eso salió, seguro eso quería”, “mira cómo arruinan sus vidas por una borrachera”, “seguro lo disfrutó”, “ahora se hace la que no quería”, “era una drogadicta”, “le gustaba la vida social”.

No, ella no era la víctima perfecta, es más la he buscado hasta el hartazgo y me he dado cuenta de que ninguna de nosotras podrá ser jamás una víctima perfecta, ni siquiera una niña de 9 años o una mujer de 69 violada por otra manada en Cusco.  Las buenas víctimas en este mundo plagado de violencia no existen. A ellos les acomoda que nosotras callemos, que aprendamos a lamer nuestras heridas entre las sombras mientras los canallas disfrutan de la impunidad y el beneplácito de la sociedad. Ellos siempre serán perdonados, nosotras juzgadas, condenadas y emplazadas a vivir con vergüenza y miedo.

Sin embargo, no importa el lugar donde te encontrabas, si te quedaste en casa, si saliste a una fiesta, si era de día, o era de noche, si llevabas minifalda o ropa holgada, si estabas con tus amigas o amigos, con tu familia, en el trabajo o de vacaciones en la playa, si habías bebido un poco o mucho, si te gusta ir de fiesta o quedarte viendo películas en casa, si eres apenas una niña, una mujer joven o una adulta, si eres trabajadora sexual, abogada, arquitecta o estudiante, si te encuentras libre o estas en un centro penitenciario. Si alguien te agrede, viola, acosa o mata, no eres tú quien lo provoca, no te lo buscaste, no tienes nada de qué sentirte culpable y hay que decirlo fuerte y claro.

Los feminicidios, las violaciones, el acoso, las agresiones físicas y verbales son las manifestaciones más visibles de la violencia machista, pero no son las únicas. Los violadores, los acosadores, los agresores y todos aquellos que se abrigan en la asimetría de poder para cometer los actos más violentos contra las mujeres no son más que los embajadores del patriarcado. No son ellos quienes lo sostienen, son las estructuras de poder, los estereotipos de género y la sociedad culpando a las víctimas y minimizando las acciones de los violadores, las que más daño hacen y convierten la violencia en algo normal, cotidiano a lo que debemos acostumbrarnos.

Pero es no es cierto, tienes derecho de vivir plenamente y sin violencia, a tener una vida sexual activa, a tener vida social, a caminar por las calles, a vestirte como quieras, a sacudirte esos estereotipos de género que te limitan, a tomar decisiones sobre tu cuerpo y tu vida, a bailar, a cantar y a hacer todo aquello que amas sin que nadie te agreda o dañe solo por ser mujer.