Fue durante la década de los 80 que el neoliberalismo comenzó a desesperanzar la construcción de la justicia social en el mundo. Este modelo económico, implantado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, rápidamente ganó adeptos en los círculos de poder latinoamericano.
Esta ideología indica que las actividades económicas y sociales presentarán mayor eficacia si no encuentran trabas a su ejecución, lo que precisa liberalizar todo sin control por parte del Estado; en ese sentido, se ha permitido flexibilizar los mercados de trabajo y eliminar las cargas sociales de las empresas, creando la idea de que el ser humano (trabajadores) es un producto más y no el fin de la producción, es decir, el mercado es el único responsable de crear bienestar en las sociedades.
Esta premisa ha logrado crear enormes brechas sociales que han permitido que los intereses de unos pocos sobrepasen los derechos sociales de otros, y en plena pandemia, bajo esta idea, es que la CONFIEP logró la suspensión perfecta de labores, lo que origina que los trabajadores (mal pagados) sean perjudicados.
Lamentablemente, parte de la sociedad, influida por la prensa proempresarial, le ha dado credibilidad al modelo, atribuyendo la idea de que si no hemos alcanzado una sociedad de bienestar es debido a los últimos casos de corrupción. Esa percepción es una verdad a cuentagotas, pues la partidocracia que ha gobernado el país en los últimos 30 años, además de ser corrupta, ha gobernado al servicio de los grandes consorcios, y en nombre de la inversión privada hipotecaron nuestro futuro, pues recibieron con una sonrisa y una copa de vino la creación de las AFP, creando un marco legal que defiende la idea de que cuando hay ganancias, estas se queden para las aseguradoras, y cuando las externalidades sean negativas, igual se paguen comisiones, ¿qué desfachatez no?
Las élites que se han beneficiado del modelo y que han apoyado a la partidocracia son tan mediocres que ni siquiera tienen el espíritu del capitalismo, por ejemplo, la señora Merkel (canciller alemana) acaba de decir que la crisis la paguen los ricos; acá, en cambio, a las élites les daría un derrame cerebral pensar así, pues no quieren perder sus privilegios, es más, siempre han bloqueado cualquier iniciativa de la construcción de una sociedad de bienestar, pues para que esta se dé se necesitan políticas económicas con fuertes impuestos al capital, necesaria para la implementación de servicios públicos de calidad, como por ejemplo, eficacia en los sistemas de educación y salud, construcción de infraestructuras modernas y eficientes, pensiones dignas, un consumo creciente e incentivos para una inversión que siempre sea concebida para el progreso de todxs y no de unos pocxs, es decir, lo contrario a lo que está escrito en la actual Constitución.
En ese sentido, estoy convencido de que la fe ciega en el mercado de los ideogeolizados neoliberales en el Perú se debe a que ellos concentran su poder sobre la base de la desigualdad, lo que demuestra la mediocridad de su pensamiento y su poca comprensión del liberalismo progresista que dio inicio a la Revolución Francesa, el capitalismo no se puede sustituir del todo, pero al menos se podría socializar el sector financiero, la educación y la salud como en Rusia, China o los países socialdemócratas en Europa, pues al menos la socialización permitirá que se construya una sociedad de bienestar (Dinamarca, Suecia, etc.).
Por ello es que la pandemia ha permitido visibilizar desde nuestros hogares las contradicciones propias del modelo, pues el Estado empírico y el abismo social, parafraseando al historiador Jorge Basadre, se percibe claramente, podemos ver la informalidad laboral del peruano promedio, las pocas camas en las unidades de cuidados intensivos, los bonos que son insuficientes y que no llegan, precios de medicinas hasta las nubes (gracias a nuestra Constitución el control de precios es un crimen), precios altísimos de las clínicas privadas, las penurias por la que pasan los profesionales de salud a los que la burguesía llama héroes, cuando siempre han sido los malolientes de los presupuestos y de los sueldos, en resumen: la salud como mercancía.
El abandono del sistema de salud nunca ha sido visto de manera integral, pues la ciencia demuestra que la salud en casas que no cuentan con servicios de agua y desagüe es como una moneda al aire, si el pueblo en su mayoría vive en la pobreza y no puede acceder a una educación de calidad, es previsible que no acatarán las medidas sanitarias, si no empezamos a industrializar y dejamos todo al mercado, seguiremos subsumidos en la informalidad y el trabajo no crecerá.
Sin salirse de Latinoamérica, tenemos ejemplos en países que han adoptado el dogma del mercado como Ecuador (Lenin Moreno), Brasil (Bolsonaro)y Chile (Piñera), y son los países en la delantera de muertos e infectados que en su mayoría es gente pobre.
El principio de la economía neoclásica, que promueve una atención médica con fines de lucro debe ser abolido, pues ya muchas personas harán un balance de quién es más eficiente para cuidarnos, si el Estado o el mercado, ergo, los cambios para una atención médica de calidad no solo son un tema de presupuesto, es, en el fondo, una lucha política contra nuestras élites y su partidocracia.