Queridos abuelos, sé que siempre me han hecho creer que todo está bien. Cuando era una bebé y lloraba, mi abuela botaba a mi abuelo de la cama para que yo durmiera con ella. Sé que ahora están en casa seguros. Lo sé, además, porque la tecnología me permite verlos. Estamos tan cerca, en el mismo distrito es más. Pero no los veo hace dos semanas: solo escucho sus voces por teléfono y me alegra saber que estamos unidos a pesar de las circunstancias.

Mañana es domingo y una parte de mi se emociona porque piensa que, como todos los domingos, iré a verlos, pero no será así. Una de las cosas que más me preocupaba cuando comenzó el virus, es más, lo único, eran ustedes. Mi abuela con sus 100 mil alergias y mi abuelo ya con más de 80 años subiendo y bajando escaleras para llevarle sus pastillas. Me duele no poder estar con ustedes para ayudarlos. Al menos puedo conversarles y reírnos. Eso es, dentro de todo, algo que no nos pueden quitar.

Mi abuelo me comenta siempre de lo terrible que es este virus. Se la pasa pegado a los canales españoles, rusos e italianos. Le asusta, nunca me lo va a decir, pero sé que tiene miedo. Todos tenemos miedo, abuelo. Pero, mira si no tenemos suerte de que a nuestro gobierno le importemos las personas, que muchos de mi edad estemos acatando la cuarentena para cuidarlos a ustedes, cuidar a tantos otros señores y señoras que han vivido, pero les queda aún tanto por vivir. Mi primo, lejos en la selva en su SERUMS, trabaja para ayudar a las personas y yo aquí desde lo que puedo comparto información y apoyo a los que lo necesitan. Mi abuelo trabajó tantos años, y mi abuela, que es la dueña de tu casa, sigue trabajando. Así como no me dejas lavar los platos los domingos, déjame hacerlo. Esta vez es mi turno.

Apoyando estas semanas me he enterado de noticias buenas como malas, pero siempre las buenas sobresalen y se llevan de paso a las cosas negativas. Desde personas que crean mascarillas en Gamarra al trabajo incesante de muchas organizaciones peruanas que llevan comida y agua a poblaciones vulnerables. Les comento que me inscribí como voluntaria para el MIDIS para hablar con adultos mayores que se encuentren solos. Si me escogen, lo haría con todo el amor del mundo porque sentiría que hablo con ustedes en cada palabra y frase.

Nos faltan dos semanas más, en teoría, pero me emociona el día que nos volvamos a ver y nos abracemos. Escuchar a mi abuelo decir en qué canal está dando el programa interesante de ciencias y que mi abuela cuente el último chisme de la farándula peruana, mientras todas le decimos que cambie de tema. Te prometo, abuela, te voy a dejar contar todo lo que quieras cuando te vea de nuevo.

Tengo fe en que vamos a estar bien. Sé que los dos están preocupados, pero tranquilos. No están solos y nunca lo van a estar. Ya en tres semanas, espero, estaremos en la mesa del domingo almorzando y todos gritando, mientras mi abuelo se ríe para no llorar. Ya mi mamá les enseñó a usar el teléfono para videollamadas así que ¡llámenme! Hablemos de otras cosas, distraigámonos. Prometo hacer reír a mi abuela con mis ocurrencias y contarle del próximo tatuaje que me quiero hacer para que se moleste (pero secretamente, me lo celebre). Siempre estoy para ustedes, siempre lo he estado. Aún cuando mi humor o mi cara parece decir que no, son ustedes una luz de sabiduría y paz en mi vida.

Los quiero.

Su nieta