Texto: Eduardo León Zamora
No hay nada más peligroso para la formación de nuestros niños, niñas y adolescentes que el adoctrinamiento religioso de carácter fanático que se sostiene sobre mentiras, engaños y miedo. No se puede construir una personalidad saludable bajo el influjo de un pensamiento dogmático y totalitario que pretende dar respuestas a todo desde un solo ángulo, un ángulo que ni siquiera tiene base en el cristianismo, sino en prejuicios y credos políticos del siglo XX que buscan hacernos retroceder a tiempos oscuros ya superados.
El fanatismo pega como una droga; y tiene sus mismos efectos adictivos en el cerebro humano (Mc Namara, P, 2014). Es consecuencia del aumento excesivo de la dopamina en la corteza prefrontal y el sistema límbico (estructuras vinculadas a las emociones). La capacidad de reflexionar críticamente, de desarrollar un pensamiento divergente, de analizar la realidad desde diferentes perspectivas, es decir, la posibilidad de que nuestr@s estudiantes e hij@s se desarrollen competentemente para actuar en la vida se ven minadas con la influencia del fanatismo.
El desarrollo de habilidades de la función ejecutiva del cerebro y de la función de autoregulación se ven, profundamente afectadas por el fanatismo. Funciones que son fundamentales para nuestra actuación normal y para el aprendizaje.
Las iglesias que promueven el fanatismo religioso, recordémoslo siempre, tiene dos actores, como el comercio ilegal de drogas. Tiene un proveedor que se beneficia económica y políticamente; y cuya relación con la droga es oportunista e instrumental. Y un consumidor que necesita la droga con desesperación para encontrar sentido a su existencia, para encontrar placer. Análogamente, hay iglesias y pastores (evangélicos y católicos) que apacentan y acrecientan su rebaño para aumentar su poder y se aprovechan y promueven la ignorancia y el oscurantismo para su favor. Que gritan desaforadamente ante cualquier manifestación de progreso de la humanidad, ante cualquier cambio que ponga en riesgo sus privilegios. Que recurren al terrorismo mediático para generar histeria colectiva con el protexto de preservar la moral y las buenas costumbres. Y se excitan con la excitación de su rebaño; pero no les importa la crisis de la escuela, la pobreza, la explotación infantil, el deterioro de los servicios de salud, ni la circulación de la pornografía, ni el abuso sexual contra las niñas y niños.
Una educación democrática, una educación en igualdad les causa pánico. Los enfoques que sirven como herramientas para desmantelar, desde las escuelas, el orden injusto, autoritario y antidemocrático que sostiene sus creencias les produce convulsiones. La educación sexual integral los altera hasta el desquiciamiento.
Estas iglesias con sus líderes fanáticos están lejos del mensaje cristiano, del evangelio, del entendimiento de la religión como desarrollo espiritual, de la construcción de una relación con Dios. Son los nuevos provedores de opio. Los jinetes del apocalipsis. Por eso, hay que poner a salvo a nuestros hij@s y a nuestr@s estudiantes. Hay que ponerle freno a estos falsos profetas llenos de mensaje de odio y de ignorancia.
El Estado tiene que empezar a actuar para detener esta ola que amenaza los derechos de nuestra infancia, los derechos democráticos y los derechos humanos. Las repercusiones de su accionar son profundamente nocivas para el desarrollo humano y hay que ponerles freno.