El derrumbe de su figura y la forma de cómo se arrastró hacia la muerte no estaba en el proyecto de quienes lo tenían allá arriba, en un altar. En su altar.
En este país que se ha ido llenando de pendejos como pubis de adolescente tierno; la muerte del ícono de la pendejada no cae bien, les es increíble. “No puede ser”. Por eso, para ellos, él está vivo; es tan, pero tan pendejo que se burló de todos y ahora está disfrutando en algún lugar del mundo de toda esa plata que llegó sola.
Los que aspiran a ser como él no conciben la idea de perder todo lo ganado en la vida. ¡Un momento! Si Juan Gabriel pudo, si Michael Jackson pudo, si Elvis pudo, ya era tiempo de que un peruano se ubique en el universo de los que se dedican a gozar de sus riquezas, ¿no? Él es el único peruano que la hizo linda.
Si quieren una historia más atractiva que cualquier mito bíblico de esta semana santa, lean algunas teorías conspiratorias en torno a la noticia del ‘suicidio del siglo’ que circulan estos días por las redes. Estoy casi seguro que estas podrían ‘robarles’ algunas sonrisas. Pero cuidado, podrían desilusionarse de todo eso que llaman creatividad peruana. Porque la estupidez no es creativa.
Todo esto se produce a razón de aquel final feliz que todos anhelamos, que todos imaginamos alguna vez y cada uno a su particular manera. Pero de ahí a siquiera creer historias de muertos que no lo están, más parece revelar la poca o nula capacidad de diferenciar la realidad de la ficción. Dicho a su manera: ya quemaron.
Para los pendejos de poca monta —y otros de saco y corbata—, sin el más famoso ladrón de los últimos años ya no habría inspiración para continuar arrebatando celulares a todos esos giles que caminan por allí, o esperar en la esquina a los que sacan miles de soles en agencias bancarias, o de concesionar los terrenos de aquellos ciudadanos de segunda categoría que no saben que reposan en una silla de oro.
Creo que más adelante no sería extraño que la gorda figura del suicida aparezca al lado de Sarita Colonia: colgando en los espejos retrovisores de las conocidas combis asesinas, en esas mototaxis que se dedican a la comercialización de drogas, en los lujosos automóviles de tipos que les excita amenazar a todos aquellos que no les dan pase en la congestionada Lima.
“… Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí; ni el recuerdo los puede salvar ni el mejor orador conjugar” (Óleo de mujer con sombrero – Silvio Rodríguez), fue lo primero que vino a mi mente cuando leí la historia acerca de la huida victoriosa del suicida. Y pensaba —Silvio hace pensar— que a veces no vale la pena el esfuerzo de algunos por querer tapar la historia, por querer que olvidemos la historia.
Para concluir, el término pendejo en este país está relacionado directamente a la viveza, al que hace trampa, al que se burla de la ley, al que juguetea con la ilegalidad. Pero si guglean encontrarán que pendejo, en algunos países vecinos, es aquella persona tonta o fácil de engañar. También significa cobarde, miedoso, torpe. Eso, nada más.