Escribe: Arturo Jiménez

Hay quienes lamentablemente han tenido que reclamar toda su vida por algo y hay quienes nunca tuvieron la necesidad de reclamar nada. El sistema, el modelo o como quieran llamarlo siempre los benefició, entonces ¿para qué reclamar? No había nada que reclamar para los sectores más acomodados desde comienzos de la República. Con Gobiernos pro oligárquicos como Augusto B. Leguía o gobiernos neoliberales como Alberto Fujimori, los sectores más acomodados no tenían la necesidad de salir a las calles a luchar u organizarse políticamente.

La llegada del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada de Velasco fue como un balde de agua fría para los sectores acomodados. Por primera vez los militares latinoamericanos no obedecían los designios de la Casa Blanca ni eran egresados de la infame Escuela de las Américas, al contrario hicieron todo lo que las guerrillas procubanas de los 60 demandaban: reforma agraria y nacionalización de los recursos naturales. Por primera vez los sectores populares podían quedarse en casa viendo cómo el inédito Gobierno de las Fuerzas Armadas realizaba todas sus demandas.

El divorcio de la oligarquía con la movilización social  llegó a su fin cuando Velasco anunció la controversial “socialización de la prensa”, jóvenes de clase media alta de Lima se congregaron en el parque de Miraflores, llegando incluso a arrancar y quemar la bandera del conocido distrito. Fue la primera vez que “gente bien” salía de su tradicional mutismo para defender a los grandes propietarios de los medios de comunicación; claro que no podría compararse con las movilizaciones campesinas, del entonces SINAMOS o de las centrales sindicales, pero aun así quedó como algo anecdótico que jóvenes apolíticos de clase alta se pronuncien, aunque sea para defender intereses de clase de una pequeña minoría tan acomodada como ellos.

Los sectores acomodados no tuvieron motivo alguno para manifestarse durante el segundo gobierno de Fernando Belaunde Terry, que devolvió a sus antiguos propietarios los diarios tan reclamados por los jóvenes miraflorinos anteriormente. Con el inicio del Gobierno aprista, encarnado en Alan García, tampoco parecía haber motivo para invadir las calles y plazas.

La pasividad de la oligarquía criolla culminó el 28 de julio de 1987 cuando en un enérgico discurso por Fiestas Patrias, un extasiado Alan García anunciaba la recordada “estatización de la banca”. Según él, un “puñado de familias adineradas” controlaba la banca nacional y al monopolizar y restringir los préstamos detenían el desarrollo. Es recordado aquel balconazo nocturno donde afirmaba que la democracia era de todos los peruanos y no de cuatro banqueros. Fue anecdótico ver a aquel dueño de un banco instalando una cama en su oficina, mientras que colegas suyos se encerraban en sus oficinas, mientras sus costosísimos abogados trataban de encontrar vacíos legales que les permita evitar una expropiación digna de los primeros años del Velascato.

Los sectores más acomodados nuevamente salieron de su tradicional apoliticismo para llenar las avenidas y alamedas teniendo a Mario Vargas Llosa como una suerte de Quijote de la banca privada. Ese fue el nacimiento del “Movimiento Libertad”. Por primera vez en el país los espontáneos marchantes y a la vez  privilegiados vecinos de los distritos más exclusivos tenían o por lo menos impulsaban un movimiento de derecha liberal que no era vástago de los partidos tradicionales de derecha, aunque compartían con estos últimos su batalla contra todo aquello que les recordara los años de Velasco.

Aquella protesta por parte de los sectores acomodados fue el inicio del FREDEMO, aquel frente de derecha conformado por el Movimiento Libertad, el PPC y Acción Popular para la campaña presidencial del 90, con Vargas Llosa como candidato presidencial. La derecha envalentonada por la caída del muro de Berlín, así como por el fin del gobierno de Alan García, y aupada por las protestas contra la estatización de la banca intentó capitalizar aquel descontento de los sectores acomodados, Vargas Llosa intentó aplicar el modelo neoliberal ganando elecciones y no con tanques como lo habían hecho los militares en la mayoría de países sudamericanos.

Aquel intento de la derecha tradicional por llegar al poder fue truncado por un japonés outsider y porque las grandes mayorías del país no tenían cuentas bancarias ni grandes empresas que defender. Fue un fracaso momentáneo para la derecha, ya que el japonés que frustró la victoria de la derecha acabó aplicando la agenda neoliberal acompañado de un desfile de tanques y botas castrenses.

En aquella oscura década, los ciudadanos de derecha volvieron a abandonar las calles y se refugiaron en sus amplias y espaciosas residencias o clubes de fin de semana, ya que la dictadura fujimorista achicaba al Estado, malbarateando empresas públicas y entregando nuestros recursos a multinacionales, quienes se harían cargo de su explotación. Ya no había motivo para luchar porque la dictadura fujimorista aplicaba a rajatabla los 10 puntos del Consenso de Washington. El fujimorismo no los necesitaba ya que tenía a las Fuerzas Armadas de su lado, así como al SIN. En el ocaso de la cleptocracia fujimorista, quienes tomaron las calles fueron ciudadanos que no eran residentes de los exclusivos distritos limeños ni pertenecían a ese puñado de familias que vacaciona en Miami, eran estudiantes, trabajadores o personas de clase media que hartos de un gobernante con rasgos orientales que quería atornillarse en el poder salieron a las calles y con más razón aún, ante el evidente fraude en la segunda vuelta del año 2000.

Con la recuperación de la democracia, la clase A siguió en los brazos de Morfeo, sus jóvenes no fueron afectados por la Ley Pulpín, no participaron en las marchas Keiko No Va, aunque en las marchas contra el efímero gobierno de Manuel Merino pudo verse marchas en los distritos residenciales limeños. Cabe recordar que esas marchas contra la cabeza de un “Congreso populista” fueron aplaudidas por los grandes medios, quienes transmitían en vivo las incidencias y hasta condenaban la represión policial. Ya hubiesen deseado los campesinos que protestan contra las mineras tener la misma solidaridad de los grandes medios de comunicación limeños para con sus alejadas marchas. Concluido la crisis y el cortísimo gobierno de Manuel Merino, las calles se calmaron de marchas y manifestaciones, pero iniciada la campaña presidencial para las elecciones 2021, los adeptos a las múltiples candidaturas tomaron las calles en tímidas manifestaciones o imitación de mítines, ya que por pandemia estos actos estaban prohibidas.

Concluida la 1ra vuelta con sus sorprendentes resultados y avanzada ya la segunda vuelta con la polarización de la sociedad peruana, sorprendentemente sobre todo para los más jóvenes; las clases acomodadas volvieron a salir de su letargo para apoyar a una candidata de derecha, pero que se diferenciaba de otras opciones de derecha dado el pasado clientelista de su fuerza política y la lamentable identificación de algunos sectores populares con el autoritario autócrata de los 90.

Dichos votantes del Fujimorismo pertenecientes al segmento A, jamás en sus vidas se vieron apoyando al Fujimorismo por su pasado clientelista ni marchando después de una elección, ellos en su mayoría apostaron por Hernando de Soto, algunos más radicales votaron por el émulo nacional de Bolsonaro, el siempre lamentable y cantinflesco Rafael López Aliaga, pero al ver que un profesor de provincia rural y la heredera de una dinastía populista y corrupta, pero guardiana del “modelo” pasaron a segunda vuelta, los electores de los distritos limeños más pudientes apostaron por Keiko Fujimori y otra vez ocurrió el siempre llamativo despertar de la burguesía dormida. El Fujimorismo con toda seguridad se vio respaldado, pero habría que recordarle a la señora K que muchos de los veraneantes de Asia que hoy la respaldan le costaron la elección del 2016 al votar por PPK en la segunda vuelta de ese año al ser él, el más parecido a ellos.  Fue anecdótica aquella caravana “por la democracia” donde los protagonistas eran automóviles de alta gama, flaco favor le hizo al Fujimorismo, demostrando que las marchas y manifestaciones no son lo suyo.

Culminado el proceso electoral y ante el ya acostumbrado llanto y rechinar de dientes de la derecha latinoamericana cada que pierde una elección con su inherente acusación de fraude, los sectores pudientes volvieron a salir a las calles embutidos en polos de la selección peruana o envueltos en la bandera peruana, cuando la mayoría solo conoce algunos distritos de Lima y las exclusivas playas de Asia. En la práctica nuestros símbolos patrios, como la bandera rojiblanca o la camiseta de la selección de fútbol, son de uso exclusivo de las clases altas o de los rabiosos nostálgicos de la cleptocracia de los años 90. Ya no podemos vestir la camiseta de nuestra selección sin que nos confundan con votantes de la señora K aterrorizados por la inminente llegada del chavismo.

Ahora con las interminables vigilias del Fujimorismo sazonadas con la conocida receta de acusación de fraude tan usada en diversos países de la región, los sectores pudientes están permanentemente en las calles, su conocido #RespetaMiVoto no es más que un eufemismo para decirle al elector de provincia “mi voto vale más que el tuyo”. Un ingrediente conocido de la derecha latinoamericana y copiado hoy por sus pares nacionales es pedir la intervención de las Fuerzas Armadas. Siguiendo la tradición familiar y regional de las derechas, la burguesía peruana apela a los tanques politizando a las Fuerzas Armadas que por tradición son y deben de ser totalmente apolíticas.

¿Es saludable que las clases más pudientes salgan a la calle a manifestarse aunque su causa sea distinta a las de las grandes mayorías? Desde luego que sí, vivimos en una democracia representativa y cualquier persona tiene derecho a protestar, pero lo que no deben hacer los sectores acomodados es autonombrarse como los representantes de todo un país  al que ni siquiera conocen y al que le han mostrado la espalda durante décadas. Así como la llegada de Velasco y los militares reformistas fue un baldazo de agua fría para la clase A, hoy lo es la elección como presidente de un maestro de escuela rural, escuela a la que aquellos que hoy hablan de fraude y piden golpe de Estado jamás mandarían a sus hijos.   

*Colectivo Progresistas Iqueños