Texto: Abel Gilvonio

La carta póstuma de Alan García es el corolario de tres días intensos de campaña política a favor del expresidente. Los voceros apristas, la maquinaria mediática, una extraña y “desmemoriada” clase política, quienes junto a la familia han intentado construir un relato vociferando un falso heroísmo y martirologio. Es impresionante mirar los titulares o escuchar los comentarios en casi todos los medios de comunicación donde se repite una y otra vez García héroe, García mártir. En los medios no hay espacio para otras voces, el relato debe quedar guardado en la memoria “García se suicidó frente a una implacable persecución política”. El aprismo sabe que quizás esta sea su última oportunidad para reescribir con “sangre” la historia y no va a perder la posibilidad de “limpiar” la figura del expresidente dejando, como siempre, anclado el relato de impunidad que ha acompañado todos estos años a García.

En la carta, García reconoce que el suicidio es una decisión política para no afrontar la justicia. Es un suicidio político para seguir quedando impune. Impunidad que lo acompaña desde su primer gobierno en donde la comisión formada en 1990 para investigar el patrimonio de García, concluye estableciendo enriquecimiento ilícito, defraudación tributaria, concusión y delitos contra la fe pública. Se fue dejando un país destrozado, con cientos de víctimas y con violaciones de los derechos humanos a través de militares y comando paramilitares como Rodrigo Franco, entre esos casos tenemos la matanza del penal Castro Castro, la masacre en El Frontón, los desaparecidos y asesinados extrajudicialmente en Molinos y el asesinato del dirigente minero Saúl Cantoral.

Este suicidio político es su respuesta ante la posibilidad de la prisión. Esta vez no pudo aprovechar el desconcierto del golpe de la dictadura fujimorista para huir del país y no volver hasta que prescribieran sus delitos. Esta vez ya no tenía todo comprado. Desde el golpe a la corrupción en el Ministerio Público y el Poder Judicial, con la caída de Hinostroza, Ríos y Chávarry, ahora estaba cercado y ya tenía una orden de captura. La impunidad que siempre lo había protegido estaba siendo reemplazada por la justicia. García sabía que a él la justicia no podía detenerlo, por algo le llamaban el señor de la impunidad, la justicia era para otros como bien lo ha escrito de puño y letra en su carta: “He visto a otros desfilar esposados guardando su miserable existencia”. Por ello, antes que la justicia, él prefirió la muerte, prefirió el suicidio.

Es importante resaltar que ni la carta, ni los medios de comunicación ni los voceros, han podido hegemonizar su narrativa. Otras voces casi sin tener el espacio de los medios masivos han dado batalla contra el relato “Alan García es un héroe”, y desde diversos espacios estas voces han logrado equilibrar los mensajes del aparato mediático dejando claro que esta muerte no es un acto heroico, sino, más bien, la huida de la justicia. Esta vez las voces disonantes han hecho mucho ruido al relato que nos han intentado construir. El suicidio ha sido una lucha política activa acerca del sentido de lo ocurrido y eso abre una posibilidad para otra memoria en el Perú.

La narrativa de este suicidio es la primera batalla por la memoria post mortem de Alan García, porque si el expresidente quería pasar a la posteridad y a la historia –él mismo lo dice en su carta– borrando la corrupción, los asesinatos, la impunidad y quedando como el mejor presidente frente a la ciudadanía, pues podemos decirle que ese objetivo político no ha sido cumplido.

Solo hay que escuchar a la ciudadanía para saber que esta vez los peruanos no le han dado otra oportunidad a García. Todos exigen que la lucha contra la corrupción continúe, no se puede permitir que los delitos, robos y asesinatos queden impunes. Nuestro presente va a marcar no solo la memoria, sino el futuro de nuestra patria, por eso hoy más que nunca toca movilizarse para exigir ni olvido ni perdón y sanción a todos los culpables. Que continúen los juicios a personajes vinculados a García y a todos los expresidentes, esa es la única garantía de iniciar una verdadera recuperación moral de nuestro Perú.