“En los barrios donde el sol del buen dios no da sus rayos,

tiene ya demasiados compromisos para calentar la gente de otros paraderos,

una niña canta la canción antigua de la ramera:

“Lo que todavía no sabes lo aprenderás aquí entre mis brazos”.

Y si a su edad le faltará la competencia,

pronto afinará las capacidades con la experiencia.

Donde se han ido los tiempos de una vez, por Juno,

cuando necesitaba, para hacer la profesión, también un poco de vocación.”

La città vecchia

–Fabrizio de Andrè

 

Por Yago Martínez

Si la prostitución hablara, diría muchas cosas. Este viejo oficio que existe donde haya miseria y opresión, genera una rabia desmedida en los biempensantes o, cuanto menos, una compasión forzada a modo de reflujo, incluso en sectores aparentemente progresistas o revolucionarios.

¿Por qué será que la prostitución desata tanta ira? Quizá porque en su práctica desgarra sin piedad la hipocresía de la sociedad burguesa[2] y pone en evidencia las relaciones sociales y económicas dentro del capitalismo[3], arrancándoles el velo moral y presentando el frío interés por el cual son realizadas: el cruel “pago al contado”, la compra y venta. Después de todo, ¿qué es la prostitución si no la venta forzada de algo propio que no se quiere vender, el arrebato de lo íntimo, la plusvalía con la que se sostiene y enriquece este sistema económico? ¿Cómo se definiría realmente la transacción impuesta por el patriarcado[4], que paga los deberes cumplidos en la cama con un estilo de vida cómodo? Viéndolo con honestidad, ser puta –o escort[5] –no es muy distinto a ser una esposa o un asalariado[6].

Pero la prostitución no es exclusividad de la heterosexualidad, hija mimada del capitalismo y de cualquier sistema opresor; en el submundo gay también tenemos pulsiones –más en una sociedad represora como la nuestra–, vemos la forma de descargarnos y sacar provecho de ello. Deslindando con la realidad de la prostitución trans[7], un escort gay realiza el oficio más sencillo y rentable que pueda existir. Sus condiciones se asemejan a la de los prostitutos heterosexuales y, de esa situación, Marco Aurelio Denegri ha escrito un artículo presentado en su libro Esmórgasbord. Él divide a los prostitutos heterosexuales en dos grupos: los no profesionales y los profesionales. Los no profesionales son jóvenes de buen aspecto, pintones, que dan la hora en cuanto cuerpo, miembro y estilo. En el mundo gay existen de este tipo y por lo general se los encuentra en los saunas como ‘masajistas’. La mayoría cumple el rol de activo –o sea, de penetrador –y se prostituyen porque es la única forma de ganar la cantidad de dinero para un estilo de vida que, como asalariados, les sería imposible.

A decir verdad, los no profesionales carecen de técnica. Respecto a la exploración del placer, son torpes y aburridos. A su falta de conocimiento, se les suma la carga de prejuicios y la insistencia por asumirse heterosexuales; se bloquean a cualquier técnica de excitación, por ello, su gancho es la belleza y son conscientes de eso: se presentan como sujetos idílicos y esa condición les da el privilegio de poner las reglas del juego.

Los profesionales, en cambio, ofrecen un sexo de primera y son, como definiría De Negri, los coitotécnicos[8]. Mayoritariamente son pasivos y están a disposición de diversas fantasías. Su talento está en ofrecer el mejor placer que les sea posible; garantizan un extraordinario sexo oral –literalmente, lo succionan todo –y tienen un talento particular respecto al manejo del ano –capaz de dilatarse y generar contracciones musculares para una buena penetración, estímulo y masaje del pene–, llevando a su clientela a la gloria y garantizando las mejores descargas. Por ser pasivos –o sea, penetrados –, están a disposición de juegos y requerimientos del cliente; sin embargo, nada extraordinario para evitar riesgos.

Finalmente, están los híbridos, que pueden ser activos no muy agraciados y en el tiempo van cediendo a la insistencia de los clientes más recurrentes, abriendo su abanico de ofertas y entregándose a la exploración. También, los que solo tienen un buen miembro, dan placer y garantizan una buena penetrada con descarga considerable, pero no son la gran cosa. Y en última escala, los sujetos sin gracia, profesionalismo ni disposición, que son la alternativa urgente para sujetos misios[9] y verdaderamente desesperados.  

Mayormente los no profesionales son más caros que los coitotécnicos. En Trujillo, que una de la ciudades más importantes del país, cuando el cliente es joven y agraciado, follar con un activo hermoso puede costar de cien a doscientos nuevos soles, pero si el cliente resulta ser viejo y feo, una follada sin mucha gracia podría costarle de doscientos nuevos soles a más: casi un cuarto de salario mínimo por tan solo una hora. Obviamente, en Lima las cifras pueden ser superiores –la competencia y la calidad, también –y en el interior, más baratas y sin tanta diversidad. Los no profesionales suelen ser exigentes y totalmente restringidos; es decir, limitados a que les hagan sexo oral –a veces, solo meter el pene en la boca del cliente y punto –y la penetración. Algunos pueden considerar ciertas caricias y uno que otro beso, si el cliente les resulta de su agrado; de lo contrario, las pautas están claras y pobre de aquel que incumpla: están equipados para dar una paliza.

Los coitotécnicos, en cambio, se llevan la tajada más corta. A pesar de sus dotes y destrezas, están subpagados. Su tarifario oscila de treinta nuevos soles por una mamada, a cien nuevos soles por un polvo[10]. Depende donde caiga la eyaculación, puede que aumente un poco la ganancia: cuando reciben un facial[11] o se tragan el semen, pueden cobrar setenta nuevos soles por una mamada y ciento cincuenta por un polvo. También suma acceder a prácticas de riesgo –como follar sin preservativo –, pero son los que rondan entre los desesperados quienes llegan a considerarlo: la mayoría sabe que, si se infectan, están fuera o al margen del negocio.

Al parecer, la comunidad gay prefiere belleza antes que placer, pero no es un problema generado por la prostitución cuanto sí por el machismo y la homofobia, ya que el cliente gay es el contrapunto de todas las frustraciones: reprimido, homofóbico, machista y, sobre todo, con enorme desprecio a sí mismo. La prostitución solo obedece a la demanda y, al ser clandestina, no hay regulación de precio: todo se ‘equilibra’ por medio de la mano invisible. Aún así, la ganancia mínima casi triplica la hora laboral: negocio redondo.

“Vender mi cuerpo me enseña a ver a la gente tal cual es. Solo gente. De vez en cuando aparece un hombre que ha perdido la mano en un accidente. Mi única obligación es lamerle el muñón que previamente unta con helado, mientras se masturba con la mano que le queda. (…) Nunca veo viejos, ni gordos, ni tipos feos. Solo personas en distintos momentos de su vida, pasajes fugaces que se diluyen para abrir paso a nuevos cadáveres y recuerdos por estrenar. (…) Esto no es muy distinto de lo que hace cualquiera. Una satisfacción depende de mí. Me convierto en otro, sacrifico mi tiempo, cierro los ojos a las cosas desagradables y recibo dinero a cambio. El trabajo en sí mismo es pocas veces feliz, por eso me pagan”.[12]

Quizá por eso la insistencia de la burguesía en ‘salvar’ las almas perdidas de la prostitución. Para ella no es un problema la compra y venta del sexo, puesto que si ese fuera el problema, se rechazaría la compra y venta de todo oficio; es decir, la relación misma del capitalismo. El problema está en que la compra y venta de ese oficio genera mayores ganancias –y libertad –que cualquier otro. La burguesía no quiere acabar con la esclavitud de la prostitución, es la prostitución la que le roba los esclavos y eso le incomoda, ya que a pesar de todas las condenas y con todo lo miserable que pueda ser, la prostitución sexual termina siendo una mejor opción económica y un verdadero medio para salir de la miseria, y el capitalismo sin opresión absoluta, no tiene sobrevivencia.

Si el precariado[13] asumiera que, haciendo una paja gana más que colocando ladrillos o tecleando burocracia, quizá no vería la paja como una enemiga, sino como la solución a sus problemas económicos. Al fin y al cabo, para hacer una paja o poner un ladrillo se necesita lo mismo: saber usar las manos y punto. De ahí que la burguesía –junto a su aliada, la Santa Iglesia –emprenda una cruzada por hacer de la prostitución un oficio escabroso y lleno de peligros para quien la realice. Mediante el terror y la culpa aleja a la mano de obra esclava de la tentación: es mejor ser esclavizado por una MYPE miserable, por una agroindustria desgraciada o por una vida machacada a palos en la hostilidad de ser microcomerciante, que entregar el poto y dar la verga. Ahí está la salvación: morirán de hambre pero, por lo menos, morirán pitos.

Y no es casual que algunos sectores progres o de la ultraizquierda hablen siempre desde la comodidad de sus privilegios. Siempre volviendo a los números, mínimamente, una hora de polvo equivale a dos días de jornada asalariada que ‘garantiza’ la integridad de sus trabajadores, como si trabajar en el esclavismo ‘formal’ fuera más digno que dejarse chupar el pene por una hora para luego ser libre y hacer lo que venga en gana con el tiempo y el dinero ganados: la cucufatería pequeño burguesa siempre será aliada del capitalismo, aunque se pinte de rojo (o morado, o lo que sea).  

Amordazando a la prostitución, se calla al precariado y sus modos de salir de la miseria: el capitalismo, el pensamiento ‘políticamente correcto’ y cualquier dictadura permiten que se hable lo que los tiranos quieren escuchar; luego, se calla al resto. Silenciándola, se ocultan los vicios y la fragilidad heterosexual, que es de donde provienen los consumidores y trabajadores más frecuentes. Se sabe que muchos de los prostitutos son heterosexuales –en teoría–, pero están ahí, teniendo sexo con otros hombres por necesidad. Incluso algunos se ufanan de las enamoradas que tienen y lo que ellos, en su condición de machos dominantes, les hacen en la cama.

Lo mismo ocurre con los clientes: prácticamente todos están en el clóset, son jóvenes inseguros que eligen pagar por sexo antes que seducir a otro chico o tipos que tienen pavor a que se revele su orientación sexual e, incluso, llevan una vida ‘heterosexual’ paralela con esposa, hijos y una reputación que cuidar.

“No quiere pagar lo acordado. Dice que ve placer en mi cara y que merece un descuento. (…) Meto las manos en sus bolsillos, saco todo el dinero que tiene, lo vuelvo a patear, cuento en voz alta mi precio y ante su atónita mirada, tiro el resto por la ventana. Guardo lo que me corresponde, tomo con extrema delicadeza el otro gato de vidrio y antes de largarme, lo hago trizas contra la pared. (…) Nuestros clientes temen ser asesinados. El cliente de otro hombre sabe que corre peligro, va con cuidado, sospecha y paga lo acordado para no ser puesto a la luz. En nuestro caso, el cliente es quien hace lo incorrecto. Yo me prostituyo por dinero, mis clientes acuden a mí por placer (censurado)”.[14]

El terror a ser descubiertos vuelve a todos vulnerables y paranoicos con las garantías de eso por lo que finalmente pagan y buscan: silencio. De una parte, el cliente acepta las condiciones del prostituto y se somete a ellas por el miedo a ser descubierto y porque sabe que en una confrontación, quien pierde es él. Esta situación marca la diferencia con la prostitución trans y femenina.

En el caso de la prostitución trans, ellas siempre son objeto de vergüenza y humillación; por lo tanto, el control lo tiene el cliente y, sobre todo, el caficho: ambos pueden asaltarlas, torturarlas, asesinarlas y, encima, quedar impunes de delito. Igual pasa con las mujeres, donde el cliente se siente orgulloso de alquilar putas –incluso están los padres que llevan a sus hijos para ‘inaugurarlos’ –o hay trata infantil e ilegal. Es decir, ellos controlan la situación porque las leyes y la fuerza están de su lado.

Incluso, las mujeres casadas que toman el servicio de jóvenes prostitutos no son causa de reflujo social. De hecho, en algunos sectores hasta es bien considerado y se las coloca como una especie de amazonas que ridiculizan al marido –gordo, impotente y poco ‘hombre’–. Hay que considerar que la mujer burguesa, que es la que puede pagar a un chulo, por encima de todo es burguesa y la plata cambia las reglas de juego: tiene una situación de superioridad. Y, claro, al no ser más que la esposa de alguien y dedicarse a gastar el dinero de su marido, algo de prostituta también tiene.

En el caso del sexo gay es diferente, puesto que la homosexualidad es una traición a lo viril, que es el motor principal del capitalismo, el patriarcado y la burguesía. Un tipo que pague por sexo gay es condenado no por pagar el sexo sino por ser gay: es un paria. Por ello, frente al terror de los clientes, el prostituto no es un trabajador empoderado, ya que él también es víctima de los reflujos sociales y al igual que el cliente, tiene una reputación que cuidar, una vida que ocultar y una burbuja que no se debe romper. No olvidar que ser maricón es peor que ser una puta; por lo tanto, el puto de los maricones, es doblemente peor y de ser evidenciado, estará doblemente marcado: por traicionar la virilidad y hacer un negocio de esa ‘traición’.  

En esas sombras, el empresario informal aprovecha y monta su negocio evadiendo impuestos, zurrándose en los derechos de sus trabajadores –que no conocen ni les interesa luchar por su reivindicación –y sacando beneficio de lo tácito. Sin embargo, ese empresario también tiene miedo a la marca, porque una cosa es ser comerciante informal y punto; incluso, traficante de prostitutas. Otra, en cambio, es tener un negocio relacionado a la prostitución gay. Nuevamente, no por la prostitución, sino por lo gay. La marca siempre será doble. Así funciona el capitalismo: todo lo reprime, todo lo controla, todo lo asfixia y se erige desde la represión sexual.

Si comprar y vender sexo fuera un problema, pues esta sociedad no tendría arrinconadas a las mujeres ni a la comunidad TLGBIQ[15] y no dejaría, principalmente a las y los homosexuales, en el peor rincón social donde la prostitución no solo es el único medio de desarrollo y ascenso, sino también de descubrimiento de la propia sexualidad, ¿dónde espera la burguesía que ejerzamos nuestra sexualidad si a los que no somos heterosexuales nos censuran casi todos los espacios de nuestras vidas?

Nos condenan por pagar sexo, pero no hay una sola voluntad por escarbar en el hoyo y cambiar la situación. El muchacho que tiene asco, culpa y miedo de ser homosexual descubre su sexualidad en lo clandestino y lo oculto y ahí, la primera que le abre la puerta y le da la bienvenida al submundo, es la prostitución. Todos los lugares gay tienen a la prostitución como aliada; en todos lados donde hay prostitución, está la represión que empuja a ello, que hace ceder solo si hay dinero a cambio, que hunde a la víctima en esa arena movediza y lo traga sin vuelta atrás.

Por lo tanto, el discurso santurrón contra la prostitución es una absurda careta. No es que la burguesía quiera acabar con la prostitución y por ello la condene; la condena porque haciéndolo se beneficia de ella. Sus espasmos y lamentaciones son una opereta para sembrar miedo y desprecio en el oficio, mas no en las condiciones que empujan a los seres humanos a realizarla y consumirla. En ese proceso, se reviste de solemnidad e hipocresía para convertirse en un sistema absoluto, totalitario.

Que la burguesía condene la prostitución y se beneficie de ella –y de su condena– es más despreciable que un sujeto que no tiene opción, elija dar placer sexual a otro como fuerza de trabajo para vivir. Y si se imparte la idea de que trabajar y gozar de una autonomía como fruto de ese trabajo no es denigrante y tomar un servicio como un antojo que permite esa autonomía, tampoco, ¿entonces, de qué se espantan?

Si algo resulta denigrante en la prostitución son las condiciones para desarrollar esa relación trabajo servicio. Y esas condiciones para el trabajo servicio llamado prostitución son propiciadas por la burguesía, no por el oficio. Es la burguesía la que resulta despreciable. Es el capitalismo hambriento y neoliberal el que se hace rico con la prostitución. Es el patriarcado el que se beneficia con tanta hipocresía. Son ellos los que se imponen a partir de nuestras sombras y silencios, y encima nos culpan por intentar sobrevivir en el desprecio.

Si verdaderamente hubiera voluntad por acabar con la prostitución, por erradicarla de nuestra sociedad y sus alrededores, se erradicaría la miseria y la opresión, en vez que condenar a quien la ejerce y la consume. Sin miseria y opresión, la prostitución no existiría. Esa miseria económica que empuja al precariado a vender su fuerza de trabajo como único medio de desarrollo, pero también que reduce a los seres humanos a monstruos por amar y sentir diferente a la heteronormatividad. Esa opresión que condena a los de abajo y oprime desde arriba. Esa situación clandestina, oculta, enclosetada que justifica todo tipo de sometimientos y abusos. En fin, esa realidad que, de ser erradicada, acabaría con la propia burguesía, el capitalismo y el patriarcado.

Si la prostitución hablara, diría muchas cosas, advierte Virginie Despentes. Por ello, para el sistema opresor, calladita siempre se verá más bonita. Porque el silencio hace fuerte al enemigo. Pero cuidado, que tiemble el poder ante su existencia, porque nunca se sabe cuando el terror puede cambiar de bando y hacer de esta miserable realidad un caldero de venganza contra la opresión.

Fuentes y referencias

Despentes, V. (2006), Teoría King Kong, Éditions Grasset & Fasquelle, Paris, Francia.

De Negri, M.A. (2011), Esmórgasbord, Fondo Editorial de la UIGV, Lima, Perú.

Ponce, J. (2012), El chico que diste por muerto, Zut Ediciones S.L., Málaga, España.

Notas al pie

[1] “Calladita te ves más bonita”. Análisis del capítulo “Durmiendo con el enemigo” del libro Teoría King Kong, Despentes, V. (2006). La autora hace referencia a la prostitución femenina. El autor de este ensayo compara brevemente algunos aspectos de ese capítulo con la prostitución gay.

[2] Sociedad organizada a partir de la relación de sometimiento que una clase privilegiada ejerce sobre otra desposeída. Este sometimiento se da mediante el poder del dinero (capital) obtenido mediante la explotación del ser humano y la naturaleza.

[3] Sociedad cuya relación económica se basa en la compra y venta de productos y servicios. El sistema capitalista se sostiene mediante una clase capitalista –la burguesía– que genera el capital social –es decir la industria –y lo sostiene mediante la libre competencia. Ese capital social se obtiene y acumula gracias al sometimiento y la explotación de los seres humanos que no tienen ni el capital ni nada para sobrevivir. También gracias al sometimiento de la naturaleza mediante la depredación descarnada de la materia prima.

[4] Sociedad compuesta por un núcleo familiar heterosexual, donde el patriarca –el hombre de familia–impone comportamientos y estilos de vida a su familia y la sociedad. El patriarcado somete a las mujeres y la comunidad LGBTIQ a su perspectiva de vida, ya que quita la potestad biológica de la madre sobre sus hijos –los hijos son reconocidos por el padre, cuando por la madre debiera de ser –y anula cualquier otra estructura familiar (que pueden ser colectivas y diversas).

[5] Ingl.  escolta. Su traducción cercana sería ‘acompañante’ (o dama de ‘compañía’), que es una forma velada de presentar la prostitución, porque no es directa, sino que cuenta con una especie de cortejos (cenas, salidas, transporte, etc) o procesos de seguridad que protegen al prostituto o prostituta (anuncio en internet, citas en hoteles que el prostituto o prostituta determinan, pago de taxis, etc.

[6] Sujetos que no cuentan con nada más que su fuerza de trabajo para poder vivir. Debido a ello, se ven obligados a vender (o rematar) esa fuerza de trabajo a cambio de un salario: es decir, un sueldo. También se les llama proletarios ya que, a diferencia de la burguesía –que cuenta con medios de producción (heredados o generados a punta de explotación)–, los asalariados y las asalariadas solo dejan de herencia su prole (su descendencia), porque han sido despojados de todo y se van a la tumba en medio de nada.

[7] Una realidad que, según estudios e informes serios como el Informe Anual sobre Derechos Humanos de Personas TLGB 2015–2016, indican que la prostitución trans está sometida a un nivel de violencia que incluye redadas seguidas de torturas y malos tratos –como desnudo forzado y violaciones sexuales –, por parte de la propia policía y el Serenazgo. Además, otros textos como Las políticas reparativas del movimiento LGBT peruano: narrativas de afectos queer, evidencian que la realidad de las trans es hostil y violenta, exiliadas de todo espacio digno de desarrollo y empujándolas a un rincón en donde el trabajo sexual es la única alternativa de supervivencia, aceptando todo tipo de atropellos y vulneraciones. En ese sentido, la prostitución trans –por el nivel de hostilidad en que subsiste– se deslinda del análisis realizado en este texto, quedando como una materia aparte y particular de estudio e interpretación, donde la tarea principal es hacer más ignominiosa esa ignominia para generar conciencia, organización y vanguardia revolucionaria.  

[8] Así como hay pirotécnicos o especialistas en fuegos artificiales, así también hay coitotécnicos o especialistas en el arte y la ciencia de la copulación; son profesionales del coito.” Denegri, M.A. (2011), “Prostitución Masculina”, Esmorgasbord.

[9] Sin dinero.

[10] Relación sexual.

[11] Ejercicio de recibir la eyaculación en el rostro o alrededores. En el caso de la prostitución, el precio se pacta según el lugar donde finalmente se recibe el semen. Es decir, el precio aumenta si se desparrama en los ojos, cabello o labios.

[12] Ponce, J. (2012), El chico que diste por muerto.

[13] Clase social precaria que sobrevive con un salario miserable. O sea, asalariados. O sea, proletarios.

[14] Ponce, J. (2012), ídem.

[15] Trans, lesbianas, gays, bisexuales, intersexuales y queer.