Hace siete años, en enero del año 2014, por primera vez recibí una invitación del Ministerio de Cultura para formar parte de una delegación peruana en una feria internacional del libro en la que el Perú sería invitado de honor. Se trataba de la FIL Bogotá. Por entonces, yo ya había publicado cinco novelas y dos libros de cuentos, además de otros tres libros sobre identidades culturales, racismo, discriminación y reivindicaciones excluyentes. Aunque con mi cuarta novela, Cabeza y orquídeas, fui la primera mujer en ganar el Premio Nacional de Novela Federico Villarreal, el año 2010, nunca recibí ninguna nota en medios, más allá de las generosas críticas de Ricardo Gonzalez Vigil en El Comercio y Javier Ágreda en La República. Todos mis libros circulaban y se agotaban gracias al boca a boca de los lectores. La obtención del Premio Luces y Artes a mejor libro de cuentos publicado en 2013, por votación del público, para mi libro El sendero de los rayos, me abrió mayor atención mediática y mis trabajos literarios comenzaron a divulgarse entre un público más amplio. A quienes hoy dicen que todo lo que consigo o recibo de bueno me viene dado por una argolla, podrían explicarme dónde estuvo esa argolla desde aquel lejano año en que publiqué mi primer libro?

Ha sido un recorrido arduo y lo sigue siendo. Este año, la FIL Guadalajara tiene al Perú como invitado de honor. En el mes de julio recibí una carta para formar parte de la delegación, invitación que acepté y sobre la cual, hasta hace solo una semana estuve respondiendo a coordinaciones del Ministerio sobre cuáles podrían ser las actividades y las fechas de mi participación en la FIL. Ayer, de un plumazo, sin haber recibido ninguna carta formal, el nuevo ministro anunció que la lista se ampliaba, pero varias autoras y autores descubríamos que nos habían borrado. Esto de por sí es un maltrato y expresa improvisación y falta de conocimientos básicos de la gestión cultural. Pero lo que más apena y sorprende es cómo, para justificar lo injustificable, a través de las redes sociales se hace circular la mentira de que los autores, y sobre todo las autoras excluidas, y por tanto censuradas, somos parte de una argolla. En un país con tanto machismo y misoginia, qué fácil se expande esa mentira, esa bajeza.

En los muros de mis compañeras Katya Adaui, Gabriela Wiener y Carmen McEvoy, así como en los de varias autoras que han renunciado a participar como gesto de solidaridad, veo una cantidad espantosa de insultos y vulgaridades que erizan los cabellos. Otra vez la insidia de que si una mujer obtiene un reconocimiento se lo debe a una argolla, a un padrino; otra vez el uso grotesco de que si una mujer pobre asciende es porque se acostó con una serie de mandos del sector cultura, y si no es pobre ni “sufrida”, se avienta que sus méritos se los debe a su plata o a sus influencias. Ante esos espíritus turbios, las mujeres que destacamos fuera del ámbito doméstico somos sucias: ninguna, ni pobre ni rica, ni urbana ni indígena ni inmigrante ni campesina se ha ganado limpiamente sus reconocimientos. Eso es mediocridad, esa es la bajeza con la que permanentemente se nos ataca.

Yo nada podría objetar del argumento de incluir a más representantes de las diversas regiones y de la literatura oral en una delegación nacional; es necesario, es urgente; debe ser expresado de manera simbólica, como es el caso de una FIL, y además consolidado a través de políticas públicas de largo aliento. Sin embargo, se vuelve demagogia pura cuando se usa para excluir a mujeres, y peor aún, para camuflar, junto a reconocidos representantes de las culturas amazónicas y afroperuanas, a gente de tu partido que no tiene ningún mérito sobresaliente.

Todo esto es doloroso, y hasta sería deprimente, si no fuera porque frente a tales infamias, hemos recibido una ola de solidaridad, de amor, de respeto, que siempre podrá más que los rebuznos. A todos los amigos, conocidos, familia, lectoras y lectores, a mi inmensa panaka del Cusco, que en estos dos últimos días han llenado mis correos, sus muros y mi muro (el único que tengo) de mensajes de afecto y aliento, gracias, mil gracias, millares de luces, de todo corazón. Esto es un aprendizaje.

Comparto esta foto porque me recuerda un camino hermoso por el Qhapaq Ñan del Antisuyo, pocos días después de un accidente donde pude haber muerto. En mi brazo herido, hoy sanado, quedó una huella. Quisiera creer que así, sin trauma, me salvó y me marcó el rayo. Para seguir, pues, amiguitos.