¿Qué hace una lesbiana en una obra de teatro? Cuenta su vida. Cuenta, por ejemplo, que se enamoró por primera vez de una niña a los 6 años, y como todo a su alrededor le decía que eso era incorrecto, pensó que dios la había puesto en un cuerpo equivocado, “solo los niños se enamoran de las niñas”, le habían dicho las novelas y las telenovelas, y ella se lo creyó, se lo creyó tanto que demoró más de 20 años en volver a enamorarse de otra mujer con esa libertad que sintió a los 6 años, como si fuera su primer amor.

En el transcurso de esos años, intentó contárselo a su madre unas tres veces, y las tres veces desistió, por miedo, de pequeña, y por vergüenza, de grande. ¿Cómo se vive una vida con miedo y vergüenza? Con silencio. Un silencio que se expandía a cada extremo de sus emociones y que no le permitía articular la palabra “lesbiana” frente a los seres que amaba y que la amaban, y que la amarían si lo hubiera dicho, así intentaran cambiarla, llevarla al psicólogo y conseguirle un novio.

Su familia no tuvo que hacer nada de eso, ella sola se puso como tarea ser “normal”, y lo consiguió, casi perfectamente, por 28 años. Una pareja y una hija completaron la comparsa teatral que tenía como objetivo para no morir, y cuando su hija cumplió 6 años, la misma edad que tenía ella cuando se enamoró por primera vez de otra niña, la miró fijamente a los ojos y se vio reflejada en ellos. Esos ojos veían a su madre como un ejemplo, como la heroína de sus cuentos, la persona que la tomaba de la mano para que de pronto el mundo dejara de ser un lugar inseguro y desolado. Y no pudo más, la mirada de su hija le cambió la vida. ¿Qué clase de madre sería si su hija no podía ser lo que quisiera a la edad en la que ella no pudo? ¿Qué ejemplo de libertad le podría dar si vivía encarcelando sus deseos? ¿Cómo le podría decir que podía conquistar el mundo si quisiera cuando ella se dejó conquistar por el miedo?

Tenía que vivir la vida que quería, no solo por ella, sino por su hija, para que ella también pueda vivir. Y sí, se convirtió en un asunto de vida o muerte. Porque había vivido muerta por muchos años y no podía desearle lo mismo a su hija. Si su madre le había dado la espalda las tres veces que ella intentó entregarle su corazón, ella solo le daría su corazón todas las veces que sean necesarias para cuando su hija quisiera recibirlo.

¿Qué más hace una lesbiana en una obra de teatro? Cuenta un par de chistes, trata de superar el miedo escénico, suda, intenta emborracharse en una escena y le lee una carta a su madre muerta. Es esta:

“Recuerdo cuando te dije que era lesbiana. Tenía 28 años. Exactamente te dije que tenía novia, un día antes de que saliera un reportaje en donde iba a aparecer con ella. Exactamente te dije que estaba en un colectivo que daba información sobre aborto, y si eso no te alteraba, que tenga novia tampoco lo iba a hacer. Me respondiste de la forma más normal posible, aunque tus ojos eran de sorpresa. No sé si de sorpresa porque confirmabas por fin lo que ya sabías o porque realmente te sorprendía. Unas tres veces habías sido testigo de mi lesbianismo: a los 7, a los 15, a los 21. Y en las tres guardaste silencio esperando a que yo me arme de valor para decir algo. Una vez me atreví a abrir la boca solo para negarlo y tú me miraste y seguiste haciendo tus cosas. Luego, tu hija tímida, obediente y silenciosa se convirtió en una furia feminista, pero para eso tuvieron que pasar muchos años. Tantos que ni me reconociste y me preguntaste si la que salía en el periódico era yo. Fuiste la madre imperfecta de una hija imperfecta, y aunque el amor no desbordaba por nuestros poros, supimos querernos con nuestras incapacidades y limitaciones a cuestas. Y nos perdonamos todo porque ser mujer en este país no es fácil, tomar decisiones frente a la precariedad no es fácil, y tener tres hijos y dos sobrinos que cuidar antes de los 25 años no es fácil. Adiós, viejita, por fin descansas en paz”.

* La primera vez que me enteré de Proyecto Maternidades fue cuando Leonor Estrada y Maricarmen Gutiérrez (las directoras) me escribieron para pedirme una entrevista, estaban pensando en realizar una obra de teatro testimonial sobre el tema de las mujeres en el Perú y cómo nuestras madres o la maternidad habían impactado en nuestras vidas. Luego de muchas entrevistas, seleccionaron a seis de nosotras para dar inicio a un laboratorio teatral, que sería el punto de partida de lo que se crearía después, y que es lo que se presenta ahora. En la obra participan cuatro mujeres más dando sus testimonios: Haydee Massoni, Liliana Albornoz, Gina Guerrero y Olga Mori. Ha tenido varias productoras en los casi dos años que vamos con este desafío, la última es Diana Collazos. Y se ha presentado en El Galpón Espacio, el Festival Sótano 2 de la Universidad del Pacífico, el Centro Cultural de España, en el Festival Entepola en Argentina, y en marzo (12, 13 y 14) en el Festival de Artes Escénicas FAE Lima 2019.

Texto publicado originalmente en la revista Crónicas de la Diversidad.