¡Loca!, ¡exagerada!, ¡dramática!, ¡oportunista!, ¡mentirosa!, ¡interesada!, son algunos, y tal vez los más leves, de los muchos calificativos que se le han dicho a Vanessa Terkes a propósito de su denuncia hacia su aún esposo George Forsyth por violentarla psicológicamente.

La situación es realmente penosa si tomamos en consideración el contexto terrible de violencia machista que vivimos en nuestra sociedad, en donde el año pasado (2018) se registró la cifra más alta de feminicidios, pues 149 mujeres terminaron muertas en manos, fundamentalmente, de quienes decían amarlas, y asimismo, se registraron a 280 como sobrevivientes a una tentativa de feminicidio, y en este 2019, al mes de junio, vamos perdiendo 67 vidas por culpa del machismo. Cabe señalar, estas cifras son solo de aquellas que salen a la luz y cruzan el túnel de la impunidad y el miedo.

Es sabido que, en este proceso de lucha conjunta por erradicar la violencia machista, siempre solemos motivar la denuncia inmediata de las víctimas ante cualquier hecho que trasgreda sus derechos, por más mínimo que sea, pues la realidad demuestra que la violencia crece de manera exponencial y lo que un día fue un insulto en el corto plazo se convierte en un feminicidio.

Se nos insta de manera recurrente que a la primera señal de violencia levantemos la voz, que no esperemos aún a que ocurran situaciones más trágicas y lamentables para denunciar las agresiones, que no se necesita aún que la mujer tenga que estar con grave riesgo de perder la vida para recién hablar sobre la situación de violencia que se atravesaba; tal es así, que cuando se toma conocimiento de conductas sumamente lesivas que incluso terminan con la vida de las mujeres, la reacción inmediata de la población es de decir: “¿por qué no habló antes?”; sin embargo, ¿qué pasa cuando una mujer habla antes?

Por ejemplo, tenemos al caso de Eyvi Ágreda, quien murió calcinada en manos del cruel ataque de su acosador, pero, ¿qué habría sucedido si ella hubiera denunciado la primera situación extraña percibida cuando veía a su acosador invadiendo sus espacios de vida privada? Tal vez no solo no hubiera pasado nada, sino que ella hubiera sido víctima de una terrible sanción social por “exagerada”, pues ¿qué problema hay que un hombre quiera “conquistar” a una mujer, no?

Por un lado, se fomenta la ruptura del silencio al maltrato y violencia, pero por otro, la falta de entendimiento y el no querer entender sobre cómo opera el machismo en perjuicio de las mujeres, hace que todo discurso de lucha contra la violencia quede solo en eso, y no se materialice en actos concretos.

Lo que le está sucediendo a Vanessa Terkes es precisamente lo que toda mujer en situación de violencia teme cuando quiere denunciar las primeras situaciones de agresividad que sufre, pues ninguna mujer quiere experimentar el ensañamiento cruel que esta machista sociedad realiza en contra de la víctima que aún tiene fuerzas para hablar. Y es por eso que deciden callar.

Lamentablemente, el umbral de tolerancia al maltrato y a la violencia es tan elevado que los hechos descritos por Vanessa suenan hasta risibles para muchas personas, porque creen que eso es normal, creen que no tiene nada de alarmante que un hombre llegue ebrio a su hogar y se orine en la cama conyugal, creen que es sumamente normal humillar a la mujer por su “desempeño” en el acto sexual, creen que es usual que un hombre utilice la imagen de “su” mujer, cual trofeo, para beneficio personal, creen que es normal que el hombre deba “despedirse” de otras mujeres en el día de su matrimonio e irse con ellas, creen que es natural que un hombre insulte y denigre a su pareja restándole valor a su calidad humana, porque estos son algunos de los hechos imputados a Forsyth y que la sociedad se encuentra avalando. Y debe quedar claro que nada de eso es normal.

El que otras mujeres convivan con situaciones de violencia similares a las denunciadas por Vanessa Terkes y aún así crean que viven felices, no hace que ella no sienta indignación a lo ocurrido ni le resta importancia a su denuncia, ni tampoco implica que los hechos en cuestión no sean considerados como actos de violencia psicológica. Lo que sucede es que la naturalización de la violencia es tan elevada que nada de lo que leemos en los medios de prensa nos resulta alarmante, y es sumamente triste.

Es importante el rol que cumplimos como sociedad en este proceso de lucha contra la violencia de género, no es que existe una mujer que es más víctima que la otra, se es víctima y punto, categorizar a las víctimas para darles la atención justa que merecen es totalmente absurdo, pues todas las denunciantes merecen ser atendidas, escuchadas y sobre todo, respaldadas. La reacción inmediata a una mujer que decide alzar la voz es el de “yo te creo”, más allá de la acción legal que se interponga para cada caso concreto, pues al dar ese mensaje de aliento se promueve el respaldo no solo a una determinada víctima sino a toda mujer que sufre situaciones de violencia en sus entornos de confianza, quien se sentirá motivada a no callar. Sin embargo, si el escarnio público es la primera reacción de nosotros y nosotras como sociedad, lo único que hacemos que desmotivar a las mujeres a denunciar a quienes dañan lo más profundo de su ser: su dignidad.

A título personal, no creo que ninguna de las mujeres que se burlan y banalizan la denuncia de Vanessa y la responsabilizan “por dejarse” reaccionarían de la misma forma si es que el hecho les ocurriese a ellas personalmente o a mujeres de su entorno más cercano. De hecho, muchas de ellas ya viven tal vez situaciones peores, sufren en silencio, pero piensan que es parte de lo que les corresponde y lo que se viven en las relaciones de pareja, y precisamente por ello les causa extrañeza que aquello que forma parte de su cotidianidad sea considerado como acto que configura violencia familiar. Sobre esto, no se trata de cuestionar a las mujeres que naturalizan la violencia, sino al sistema patriarcal que permite que estas crean que los hechos de las denuncias de Terkes no sean suficientes para ser tratados como corresponde, como actos que atentan sobre los derechos fundamentales y no deben ser tolerados.

Cada denuncia realizada por una mujer víctima debe ser tratada con total empatía y sororidad, pues no es fácil denunciar, no es fácil hablar, y menos cuando tu agresor es un sujeto con poder, como lo es en este caso en particular, en donde se trata de un hombre que no solo tiene poder político, sino también aceptación popular.

Vanessa Terkes es víctima y punto, el que no tenga moretones y aún esté con vida no deslegitima su denuncia ni la hace menos importante, ni tampoco implica que al tratarse de ser un personaje mediático su caso será visto excluyendo situaciones de violencia más lesivas. Dejemos de golpear a la autoestima de las víctimas, que ya se encuentran debilitadas y pese a ello deciden hacerles frente a sus agresores e incluso asumen la carga que la sociedad impone sobre ellas al revictimizarlas, cuestionarlas y responsabilizarlas.

Es probable que todas las mujeres que opinemos a favor de este caso recibamos insultos, burlas y demás agresiones por quienes se escudan en un teclado para abrazar su machismo, pero de eso se trata esta resistencia feminista que con mucho compromiso asumimos, se trata de seguir trabajando por cambiar los esquemas mentales de una sociedad sustentada en el machismo sin importar los hechos en contra de quienes no quieren entender que las mujeres son personas, que tienen derechos y que merecen ser tratadas con dignidad siempre.

Enfrentar la violencia empieza por apoyar a la víctima. Si cambiamos nosotros y nosotras, instamos a que las autoridades y el aparato que administra el sistema de justicia en el país también lo haga.