La presente nota es un intento por reflexionar sobre el activismo LTGBI en el Perú, no sobre el ‘movimiento’, pues creo que este no existe, ni existió. A lo mucho ha existido algunos intentos por crear un espacio orgánico, pero que lamentablemente no tuvieron éxito. Una lástima, pues hubiera ayudado mucho contar con al menos un ámbito de discusión, en donde tratar los temas clave de incidencia, para ahora no estar invadidos y desbordados de segmentos, microespacios territoriales y/o temáticos, y hasta individualidades luchando por sus propias agendas, no existiendo una cohesión mínima. Si bien no hubo madurez para ello, menos la hay ahora para manejar el tema de la representatividad, pues ahora dicho concepto en un mundo de individualidad extrema es atacado, generando hasta aversión o repulsión, pues se ha convertido en un asunto de suspicacia. Sin embargo, no porque el concepto sea malo, sino porque los mecanismos de representación no son los más adecuados, ya que existe informalidad e instrumentalización en dichos procesos.

Es por ello que me centro en el activismo, en las acciones de sujetos que se hacen llamar líderes, referentes o también activistas. Las acciones me parecen el campo más adecuado para analizar los efectos de la ola posmoderna, que como tsunami llegó a nuestras costas y ha producido una variedad extrema, o diría más bien ‘a lo peruana’, como también ha ocurrido con el neoliberalismo y lo queer, es decir, con sus propios agregados e ingredientes peruanos, por algo somos campeones en la cocina fusión, total, no importa si es sushi o no, si es thai o no, lo importante es que ‘tiene sabor peruano’. Además, siguiendo la tradición alemana weberiana, las acciones tienen siempre un sentido, un motivo que las lleva a ser ejecutadas.

¿Por qué utilizar como recurso analítico el concepto de posmodernidad en la reflexión del activismo LTGBI? Pues han sido algunas características observadas en distintos perfiles de liderazgo, como por ejemplo, acciones orientadas por aspiraciones exclusivamente particulares, pero que no se hallan en la epidermis discursiva, pues ello no es políticamente correcto, pero que sí se hallan en lo más profundo de sus motivaciones personales, o cierto tipo de organizaciones que están proliferando; por tanto, las reflexiones y conclusiones a las que he podido llegar han sido luego de un proceso prolongado de observación.

Podemos decir que la posmodernidad posee dos caras o dos efectos que se han dejado sentir plenamente en la sociedad contemporánea. Por un lado, y podríamos considerarlos dentro de sus efectos positivos, la posmodernidad marca la ruptura de las verdades absolutas y generales y la superación del proceso moderno dirigido por las concepciones unívocas o generales; lo que para Vattimo constituye una apertura a la tolerancia, a la diversidad (1983). 

Efectivamente, Lyotard también enfatiza el carácter de reivindicación de lo individual y local sobre lo universal, como efecto de la emancipación de los ‘grandes relatos’, que tenían la característica de ser totalitarios. Por tanto, existe ya no un lenguaje general sino una multiplicidad de discursos (1987).

Sin embargo, por otro lado, y en lo que podríamos resaltar su efecto negativo, es que “en la cultura posmoderna se acentúa un individualismo extremo, un proceso de personalización que apunta a una nueva ética permisiva y hedonista” (Vásquez, 2011, p. 8). Este último proceso de individualismo es central, pues si bien la modernidad impulsó la emergencia del sujeto, en la posmodernidad debido a la fragmentación de esos grandes procesos, relatos o utopías que le daban sentido al individuo, aunado  “al culto al deseo y de su realización inmediata o temporal (…) contribuyen al demenuzamiento del Yo” (Vásquez, 2011, p. 292).

La posmodernidad y sus efectos en el activismo LTGBI ha hecho posible la mayor recurrencia de ciertos fenómenos a partir del nuevo milenio. Primeramente, esta ola posmoderna va a tono con otra ola conocida, denominada neoliberalismo, ya que la emergencia al culto de la individualidad, la pérdida de interés por el bienestar común, así como el ensalzamiento del progreso como tarea exclusiva del individuo, se ha romantizado bajo la figura del emprendimiento, a toda costa en muchas ocasiones.

Segundo, existe una tercera ola, que diría es consecuencia del neoliberalismo. Me refiero a la informalidad, que, si bien tiene raíces en la economía y el mercado laboral, sus efectos se viven en lo social, cultural y en la política. La informalización de las relaciones sociales también afecta al activismo TGBI, pues debemos tener en cuenta que lo LTGBI -aunque algunos así lo pensaban hace unos años atrás, y quizás algunos otros lo siguen pensando- no constituye una isla ni mucho menos un ‘nicho’ en el cual solo se debe usar un enfoque ‘marica/machona/travesti’.

Teniendo posmodernidad, neoliberalismo e informalidad, podemos comenzar a señalar esas acciones que propongo como elementos importantes de análisis. En primer lugar, se nota una proliferación de organizaciones, lo cual es un buen síntoma, pero hay que tener en cuenta el verdadero sentido en su conformación por parte de sus líderes.

Actualmente somos testigos del emprendimiento político (Ruiz, 2020), es decir, la instrumentalización de la política para beneficio personal. Si preguntáramos a dichos entusiastas líderes, ¿con qué finalidad conforman la organización? ¿Cuál es su motivación? Pues tendríamos respuestas muy enmarcadas en lo que es lo ‘políticamente correcto’. Tendríamos, por ejemplo, respuestas que se circunscriben a la lucha de los derechos de tal grupo, la reivindicación de tales grupos históricamente marginados, la recuperación de la historia, entre otras más justificaciones.

Pero si conociéramos que la verdadera motivación de tener una casa comunitaria es hacerse de un techo y contar con acceso a servicios básicos, es decir, privatizar un bien colectivo; si supiéramos que algunas desean una organización para tener fondos y pagar sus facturas ordinarias; si supiéramos que muchas desean sólo poder político, económico, mediático, y ven en la agenda LTGBI la receta del emprendimiento personal, ¿qué opinión tendríamos de dichos líderes? Es decir, no habría una motivación por y hacia el bienestar común, por el trabajo comunitario real. Ello es solo un discurso para el escenario social y político.

Un ejemplo de ello es la existencia de organizaciones ‘funcionales de facto’, las que gustan de crear cargos de facto, lo que las hace parecer orgánicas y funcionales, pero que en la realidad es solo una figuración. Así, tenemos directoras ejecutivas, gerentes, coordinadoras, y un largo etcétera, pero en donde no media para empezar un reconocimiento ni autoridad formal, ni mucho menos existe un contrato, pero claro, toda esa parafernalia las hace parecer serias.

Otro ejemplo sobre dicho emprendimiento político es la existencia de organizaciones ‘cascarón’, o menor dicho, unipersonales. Las pretensiones van desde que son una red de organizaciones, con presencia en varias regiones, y en donde solo existe en realidad un amigo/a o conocido/a que le rotulan el título de representante/referente de tal o cual organización, hasta que son una organización con muchos integrantes y con una trayectoria de mucho tiempo.

Considero que la práctica de esto último ha sido el comienzo de la degradación y mal uso que se ha hecho a la palabra ‘referente’. ¿Qué es un referente en estos tiempos dentro del contexto del activismo LTGBI? ¿Existe un tipo ideal de referente? ¿Hemos podido construir colectivamente una idea mínima sobre dicho referente?

Pues, en estos tiempos pareciera que dicho término lo es todo y nada. Además, considerando el proceso de individualismo, el énfasis en lo particular y el relativismo de los hechos, ahora es posible que cualquiera se autoproclame como ‘referente’, de todo y de nada, y de la nada.

Definitivamente tampoco estoy a favor del control, de la instauración vertical que dictamine quién y quién no es un referente dentro de nuestra propia comunidad. Ello sería una postura dictatorial y más concentraría todo poder en los llamados a ser y en llamar a otros como referentes. Pero tampoco estoy de acuerdo a lo que ahora asistimos en nuestra comunidad, la proliferación de ‘referentes’ LTGBI, que al parecer se conocen solo a ellos mismos. Y ello es responsabilidad de nuestra propia comunidad que, al parecer, en vez de establecer mecanismos formales de participación y diálogo, y en donde se perfilarían dichos referentes, más bien crea un juego de segmentación, en donde los amiguismos y las conveniencias coyunturales hacen que emerjan y caigan estos referentes. Es decir, conforme los intereses se mueven, los referentes se van construyendo, destruyendo y aniquilando entre ellos.

Por otra parte, ya hemos aprendido a identificar el discurso del sujeto que se enuncia desde el privilegio, hemos hecho el ejercicio crítico de boicotear a las/los voceras/os que parten del privilegio de raza, clase, género; pero ¿estamos preparados para hacer lo mismo sobre sujetos que si bien se enuncian desde la precariedad, la marginalidad, en el fondo solo desean ocupar el lugar de las privilegiadas? Pues existen esos nuevos ‘activistas’ o ‘referentes’ enmascarados, que por un lado critican a los que ostentan privilegios, pero por otro no hacen ninguna crítica al sistema mismo de privilegio, pues el interés principal recae en hacerse de un espacio en dicho sistema. Esto último es también parte del emprendimiento aspiracional individualista. ¿Estamos preparados para identificarlas/os?

Ahora, esta situación se ve estimulada también por la precariedad económica a la que estamos expuestos en este contexto neoliberal. Como se ha mencionado, la informalidad es un componente clave para entender las relaciones sociales dentro y fuera del mundo económico. La supervivencia es vital para los sujetos sociales, por lo que estos se ven en la necesidad de aplicar acciones a todo costo para asegurarse los medios para sobrevivir.

Sin duda alguna, si la informalidad en el país llega al 70% o 75%, no es de extrañarnos que esta también afecte las relaciones entre los sujetos en otros espacios que no sea exclusivamente el mercado laboral, como la política o el propio mundo cotidiano. Entonces, ¿por qué tendríamos que esperar que ese gran porcentaje de población que sobrevive dentro de medios informales, se guíe o cumpla con marcos formales de interacción social o de hacer política? Para mí, estamos atendiendo a un proceso de informalidad de las relaciones sociales o, como prefieren denominarlo otros autores, un proceso de desformalización de la sociedad (Martuccelli, 2019).

El activismo LTGBI no es sino el reflejo de dicha informalidad y precariedad económica, social y política, que lleva a ciertos ‘activistas’ o ‘referentes’ a usar el emprendimiento político e individualista como un medio para sobrevivir. La lógica o sentido común que existe es “si él/ella posee su organización y accede a ciertos recursos (los que sean), ¿por qué yo no?”. Dicha lógica se ve reforzada aún más cuando los sistemas de rendición de cuentas son inexistentes. Situaciones como sufrir el robo de la computadora donde se tenía toda la documentación de las cuentas, o de los archivos donde se tenía todos los recibos y boletas, y que ese hecho misteriosamente ocurre -¡Tan mala suerte!- varias veces, pues solo deja sentado que la impunidad, la mentira y la manipulación es factible, que la ilegalidad es posible y, lo que es peor, que deja sentado “que abundan acciones fuera de la ley (exolegales) que no son consideradas ilegales” (Martuccelli, 2019, p. 24).

Entonces, ¿qué ha hecho el movimiento o, mejor dicho, los activistas para desarrollar mecanismos de rendición de cuentas? O es que nuestro individualismo hace que no nos importe, que no nos interese pues no son nuestros propios recursos. Definitivamente, no contar con dicho sistema -control- hace que nuestros activismos, líderes, ‘referentes’ sean más informales y usen los mecanismos y herramientas que la informalidad provee para actuar por fuera de la norma (formal o consuetudinaria), aún sabiendo cuáles son estas. 

Además, somos testigos de otra característica del mundo posmoderno, el cual privilegia las formas sobre el contenido, pues importa más cómo se transmite un mensaje y qué efectos provoca que el mensaje en sí mismo. Esos mensajes, aparte, tienen la finalidad de construir una realidad paralela, un mundo virtual que reemplaza la realidad, sustituyéndola por mensajes que buscan crear artificialmente -enmascarar- lo que verdaderamente ocurre.

Esto último calza con lo que observamos en las redes sociales, donde se ‘muestran’ organizaciones orgánicamente constituidas, mensajes de trabajo comunitario que busca posicionar una imagen, relacionada con la labor para el bienestar colectivo, donde se suben mensajes orientados a buscar el ‘like’, o el solo buscar colgarse de noticias coyunturales para estar ‘vigentes’, como el matrimonio de un reconocido personaje del activismo político, pero que deja de lado otras solicitudes de reconocimiento, pues esos no son los ‘personajes que venderán noticia’. Por tanto, ¿me interesa el matrimonio como derecho para todos o me interesa la pareja famosa? El mundo virtual ha dado lugar a los ciberactivismos, que en realidad ha permitido la confusión entre lo individual y lo colectivo, pues, en dicho actuar, la persona particular cree representar a muchos otros por el número de ‘likes’,  cree emitir mensajes potentes, pues no tiene interlocutores en el espacio/tiempo real, cree que es infalible pues con un click puede bloquear los comentarios que no desea escuchar o que no le conviene en su sentido particular de construir su mundo/el mundo que cree debe ser para él/ella y para todos.

Al final el activismo en la actualidad es ello, la dispersión de la realidad en infinitos puntos de vista, cada uno buscando ser la realidad absoluta, a pesar que la posmodernidad acabo con dichos relatos generales.

Finalmente, ¿podremos recuperarnos de dicha ola? ¿Aún el casi ahogado activismo LTGBI tiene esperanza de seguir respirando? Sin duda alguna, sí, pero se requiere ahora poder establecer un verdadero trabajo comunitario, poder renunciar a las pretensiones individuales y sus respectivos motivos aspiracionales, y ello implica dejar de anhelar la posición y los recursos de las/los privilegiados, renunciar a pretender el ansiado ‘blanqueamiento’, económico principalmente, motivación encubierta de muchos activistas, que los ciega y les impide ver la verdadera motivación: reconstruir el sistema de privilegios, que tiene como base en el sistema neoliberal.

Se requiere también que otro grupo de activistas se liberen de sus propios procesos en que han hipotecado (C. Jaramillo, comunicación personal, 26 de junio de 2020) sus motivaciones a organizaciones que están mediando el trabajo en temática LTGBI. Me refiero a las que se encuentran limitadas por un sueldo en una ONG, y que les impide poder ser críticas con el trabajo que realiza dicha institución.

Si bien estamos bajo los efectos del tsunami de la posmodernidad, debemos reconocer que como país y como masa LTGBI no hemos terminado lo que se suponía era responsabilidad del proceso de modernidad, la emergencia del sujeto. Si bien existe la hipótesis que el primer proceso de individuación LTGBI en el país está representado por Ño Juan José Cabezudo en el marco del proceso de finales del régimen colonial e inicios de la vida republicana del país (Jaramillo y Alvarez, 2020), este proceso no se haya concluido, pues en casi doscientos años de vida republicana, este sujeto aún se haya como en 1821, solo existiendo bajo el significante de ‘maricón’, pero sin contenido como actor social y poseedor de derechos. Somos aún el resultado de un proceso inconcluso, y que para ello se requiere un trabajo colectivo, bajo un ideal comunitario, no bajo luchas individualistas particulares.

Lamentablemente no nos llegó la modernidad completa, nos llegó por pedazos, solo para algunos, mientras otros quedaron rezagados, nosotros. Y para recuperar ese proceso se requiere recuperar el proyecto de consolidar un sujeto LTGBI, posicionar un discurso, una aspiración colectiva que pueda conquistar finalmente lo que nos fue completamente negado y hasta ahora postergado.

Bibliografía

Jaramilo, C., y Alvarez, R. [Two Princess Blog]. (31 de julio 2020).  Una primera entrega de este especial “Estampas Limeñas”, proyecto gracias al emsamble entre Ronny Alvarez y Carlos Jaramillo Huamán. Que [magen adjunta] [Publicación de estado]. Facebook. https://web.facebook.com/TwoPrincessBlog

Lyotard, J. (1987). La condición postmoderna. Madrid: Cátedra S.A.

Martuccelli, D. (2019). La sociedad desformal. En: Portocarrero, F., y Vergara, A. (Eds.) Aproximaciones al Perú de hoy desde las Ciencias Sociales, (pp. 15-31). Lima: Universidad del Pacífico.

Ruiz, M. [Miguel Ángel]. (24 de setiembre 2020). La fiesta de disfraces: el travestismo de los partidos políticos peruanos. El nivel de travestismo en la política peruana no [Imagen adjunta] [Publicación de estado]. Facebook. https://web.facebook.com/miguelangel.ruiz.7528

Vásquez, A. (2011). La posmodernidad. Nuevo régimen de verdad, violencia metafísica y fin de los meterrelatos. Nómadas. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, 29(1), 285 – 300. doi: https://doi.org/10.5209/rev_NOMA.2011.v29.n1.26807

Vattimo, G. (1983).  El pensamiento débil. Milán: Vattimo y P. A. Rovatti.