En la ciudad de Trujillo se hizo una denuncia pública por el delito de discriminación por orientación sexual ocurrido en un conocido bar del centro llamado Tumi, hecho ocurrido luego de la marcha por el Día Internacional de las Mujeres. Concretamente lo denunciado es un acto de discriminación a mujeres lesbianas y se llama lesbofobia.

En esta ciudad prevalece una cultura conservadora, no solo en lo político partidario y en lo económico, sino también en lo moral. Pese a la presencia cada vez más visible de disidencias sexuales, de personas y colectivos que trasgreden la heterosexualidad y que proponen formas de amor diverso cuestionando la monogamia, la heteronorma rige el espacio público y el de las subjetividades. Esto se ha visto con claridad en las reacciones que causa una relación abiertamente lésbica y las opiniones que desata su denuncia pública.

Quiero mencionar dos aspectos importantes a tener en cuenta para un mayor análisis: por un lado, no hemos puesto en el debate la heterosexualidad y su obligatoriedad, al menos no lo suficiente; y por otro, hemos preferido hacernos de la vista gorda ante la discriminación a las disidencias sexuales.

Que un grupo de mujeres decidamos celebrarnos, reírnos y cantar de buena gana, sin que nadie se moleste por ello, hasta que la manifestación de amor entre mujeres lesbianas surgió, demuestra que alterar la heteronormalidad se sanciona socialmente. Ser visiblemente lesbianas es suficiente para que sean cuestionadas, maltratadas y discriminadas, aunque no hayan hecho nada que se le hubiera cuestionado a una pareja heterosexual.

No hay justificación para la discriminación. No hubo ningún comportamiento inadecuado, solo la incomodidad de quien no entiende el amor fuera de los parámetros de la heterosexualidad. Eso bastó para que la dueña del bar se acercara a advertirnos que en ese lugar “el lesbianismo no era bienvenido”, que le dábamos asco y que debíamos retirarnos; concretándose así lo que para nosotras es un claro acto de discriminación por orientación sexual.

Esta actitud frente a una pareja homosexual es ejemplo de homofobia, en general, y de lesbofobia, en particular, taras que persisten en nuestra cultura, que no se han erradicado, que se han camuflado en una falsa tolerancia hacia las disidencias sexuales, aquella que dice respetar a las personas lgtbiq, siempre que no sean visibles.

La denuncia pública de este hecho evidenció que el comportamiento de esta señora no es la excepción, sino la práctica común. Las redes sociales fueron el termómetro que marcó en rojo las reacciones homofóbicas y violentas de nuestra fauna digital. 

Este tipo de personas deberían asumir con conciencia que el clóset solo es para la ropa, no para las personas, y que, por más que les cueste, deben tratar a las personas lgtbi como a todas las demás, porque de lo contrario, serán juzgadas por delinquir, porque ya es hora de que no toleremos ni callemos ante la discriminación.

Ante este caso de lesbofobia no se guardó silencio y tampoco debe quedar en la impunidad. Frente al rechazo de la diversidad sexual, más acciones políticas, más lucha disidente, más rebeldía lésbica