El pasado 5 de febrero ciudadanos de Hualgayoc dialogaron con los ministros de Salud y de Energía y Minas. Vizcarra estuvo en Cajamarca, pero ‘no tuvo tiempo’ para dar una vueltita por allí.

16 de diciembre del 2018 se rompió una de las tuberías de drenaje, un ‘pequeño problema’ de la reconocida transnacional minera Gold Fields. La falla hizo que se filtre el relave de la poza; miles de truchas, el impacto en el agua y suelo de Bambamarca afectó a varios poblados de la provincia: perdieron sus cultivos y pocos bienes. El hecho no fue de ‘tanta importancia’, ni para los grandes medios ni para el resto del Perú. Había cosas más importantes que atender.

Antes de creer o pensar —porque eso intentan meternos en la cabeza— que cuando un pueblo protesta por la contaminación es antiminero, recuerde que, en Hualgayoc (Bambamarca, Cajamarca), la minería existe desde que somos “república independiente”.

Nadie quiere contaminación

Precisamente, es esta provincia la que se encuentra en actos de protesta, un paro indefinido, desde el 6 de febrero; un grito de cientos de pobladores que se eleva a unos 4 mil metros sobre el nivel del mar, en el Cerro Corona y frente a las instalaciones de Gold Fields. Para tener la imagen completa, no se puede dejar de mencionar a la valerosa Policía Nacional que se mantiene frente a ellos; armados y listos para la represión.

Informes del Centro de Salud Ocupacional y Ambiental (Censopas), del Ministerio de Salud, Hualgayoc es la provincia que sufre la mayor presencia de pasivos ambientales (más de mil); arsénico y otros metales que circulan en la sangre de cientos de ciudadanos.

Se estima que desde hace unos 30 años la actividad minera ha crecido y en el camino ha dejado contaminados suelo, aire y agua. Miremos a La Oroya, Espinar, Pasco, Moquegua, Huancavelica, Ayacucho, y más. Se supo que 16 ríos de la costa peruana —el Rímac también— tienen metales pesados.

El resultado: niños y niñas envenenados con metales que llegan, cada cierto intervalo de tiempo, con sus padres (también envenenados) a Lima; se encadenan en el Ministerio de Salud suplicando atención que es intercambiada por una promesa y en donde el Ministerio de Energía y Minas parece manejar las fichas ganadoras porque el ‘problema mayor’ sigue allí.

“Necesitamos su apoyo en las partes altas, con plásticos y alimentos, no tenemos nada”, “llueve, estamos muriendo de frío”, es el mensaje que recogió Mirtha Vásquez, abogada de Grufides, de una líder de Bambamarca. Son tres empresas mineras (Gold Fields en Cerro Corona, el Grupo Buenaventura en el cerro Tantahuatay y Yanacocha en la cabecera de cuenca del río Llaucano), y otras más, que tienen la concesión de casi el 100% de la superficie de Hualgayoc; 3 mil hectáreas de terreno rico en oro, plata y cobre.

A los empresarios no les afecta, ¿y el control del Estado?

Las víctimas de la irresponsable actividad minera siempre son los que tienen menos poder económico; peruanos y peruanas que, para los grandes medios que tienen acciones en importantes mineras, son solo cuatro gatos. Cuando empieza el conflicto —no quiero justificar, pero casi siempre es a causa de la impotencia y el abuso— el principal temor de las mineras es el estancamiento, sus ganancias y las pérdidas en la inversión. ¿Los campesinos? Ellos aguantan, pueden esperar.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha comunicado que el plomo está entre los diez productos químicos causantes de graves problemas de salud pública. Su presencia en la sangre afecta directamente al desarrollo cerebral de los menores y se estima que los efectos neurológicos y conductuales asociados al plomo son irreversibles.

Recuerdo el testimonio de Lourdes Mendoza, afectada por la contaminación en Pasco, quien me dijo (en setiembre del 2017) que los médicos de la zona le confesaron que solo podían atenuar las enfermedades de su hijo, pero que el plomo en la sangre del menor no la podían sacar. “Señora, como no hay cura para el plomo, debe esperar no más. Déjelo que descanse. Así me dijeron”, me contó Lourdes aquella vez. En julio de ese año, la zona había sido declarada en emergencia sanitaria.

Esto es lo que ocurría —ocurre— en Pasco:

 

Un sí —con la cabeza y en silencio— se le debe dar a la apreciación de José de Echave. “Muchas veces se escucha decir a las empresas que la minería moderna no contamina. Que los graves impactos ambientales que se ven solo corresponden a operaciones antiguas, las del siglo pasado. Que la tecnología lo garantiza todo y todo lo soluciona. Que los mejores estándares ambientales son aplicados por las empresas, sobre todo las que actúan a nivel global. Lamentablemente, la realidad nos muestra que eso no es cierto” (Hildebradt en sus trece, 1 de febrero de 2019).