He leído —con terror y náuseas— a muchas personas culpando a las víctimas de su propia muerte, cuando nada de esto hubiese sucedido si la policía hubiera actuado estratégicamente y no a las patadas como siempre.

Dicen además que estos jóvenes (doce de trece son mujeres) «merecían morir» porque fueron «irresponsables». Según entiendo, por salir fuera del toque de queda la sanción no es la pena de muerte, sino una multa del 10% de una UIT, o sea: 430 soles. A los infractores se les tuvo que detener y multar. Cualquier cosa que haya sucedido diferente a eso, sobre todo si tiene consecuencias mortales, acarrea una responsabilidad penal de quienes se encuentren culpables por la intervención; por la organización de la actividad; por haber dado la licencia; y por no haber fiscalizado las medidas de seguridad.

Sin embargo, el principal responsable para mí es el presidente de la República, pues la única medida que ha impuesto es la represión y la violencia, restringiendo derechos, militarizando las ciudades y autorizando el uso de la fuerza para prevenir el contagio; medidas que jamás, nunca, han sido efectivas pues solo basta mirar las estadísticas y ver los noticieros: somos el país que tiene más muertes por millón en el mundo y cuya economía está al borde del abismo con más de 6 millones de peruanas y peruanos desempleados, o sea: sin tener con qué comprar alimento para sí mismos y sus familias.

¿Habían medidas más eficaces y efectivas para prevenir el contagio? Desde siempre: estrategias socioculturales, el cambio de conductas por medio de las ciencias sociales, pero el presidente y sus ministros, al igual que el Congreso, y ni hablar de los gobiernos regionales y locales, hicieron lo más fácil y torpe: el encierro y la fuerza desmedida.

Hemos visto cómo familiares y amigos mueren asfixiados por el COVID-19 y hemos sufrido y llorado por ellos, pero cuando trece seres humanos mueren también asfixiados, nos burlamos y ensañamos con las víctimas. ¿De dónde proviene esta reacción casi patológica ante el otro? ¿Por qué el escarnio y la actitud beata? ¿Por qué la falta de empatía ante el dolor ajeno? ¿Por qué criminalizar la pandemia cuando se debería tratar como un asunto de salud pública y de psicología social?

Parece ser que la mayoría de peruanas y peruanos proyecta sobre el otro sus principales miedos y reclamos, y el chivo expiatorio actual es el contagio del coronavirus, desde aquí se destila toda clase de discriminación: racial (fueron «cholos» los que murieron), económica (eran del cono norte), de género (casi todas las víctimas eran mujeres, las que debían haberse quedado «cuidando a sus hijos»), etcétera.

Hay, además, una suerte de odio hacia sí mismos que se manifiesta inconscientemente en este tipo de discursos, sobre todo de policías y militares, que parecen tener el germen de la violencia en su propio ser, pero que además se comportan según con quienes tratan: si son personas de los conos los tiran al suelo como criminales; en cambio, si son personas de mayor poder adquisitivo, los tratan con guantes (basta ver cómo «escoltaron» a jóvenes de una fiesta clandestina en Cieneguilla).

La construcción de ciudadanía, por lo tanto, es imprescindible, de lo contrario llegaremos al Bicentenario sin siquiera haber reconocido como República esta patología social que no nos permite desarrollarnos como país.

Espero que se haga justicia y se encuentren a los responsables de esta tragedia que pudo ser evitada si tuviéramos autoridades y funcionarios públicos menos ineptos y corruptos, fuerzas policiales y armadas menos violentas y una sociedad menos fascista, pues una «irresponsabilidad» se paga con una multa y no con la muerte. Culpar a las víctimas por morir nos pinta como una sociedad enferma no por el COVID-19, sino por una pandemia sociocultural que arrastramos desde siempre. Cuánta pena, vergüenza e indignación en un solo suceso.