Las calles del Perú no solo han hablado, han gritado a la cara de todos aquellos seudodefensores de la ciudadanía, no solo a los golpistas que tomaron el poder por una semana, sino también, a los 105 congresistas que antepusieron sus intereses personales y políticos a la estabilidad y a la gobernabilidad del país. Tengamos en cuenta que según las últimas encuestas de Estudios de Opinión del IEP (Instituto de Estudios Peruanos), el 91 % de los encuestados rechazaba la vacancia de Martín Vizcarra por parte del Congreso de la República, y el 78 % los hace responsables directos de la crisis. Pareciera que, entre este Congreso y el anterior, se disputan por el premio al peor de todos los tiempos. Claro, salvo contadas excepciones.

Manuel Merino no renunció, lo vacó el pueblo en las calles, y esto a costa del asesinato de dos compañeros. Inti Sotelo Camargo (24) y Jack Bryan Pintado Sánchez (22), héroes del Bicentenario que protestaron pacíficamente en contra del gobierno usurpador. Ellos formaban parte de ese 37 % de peruanos y peruanas que se manifestó de diferentes maneras; portando un cartel y su voz como única defensa ante las bombas lacrimógenas, ante los perdigones, las balas de goma y las canicas.

El Perú, en su mayoría, siente una gran orfandad de representatividad política. Quienes protestamos no pertenecemos a ningún partido político, no nos financia la Confiep –ellos solo financian candidatos–, no somos terroristas –el terrorista es el Estado al atacar a indefensos y utilizar ternas para secuestrar manifestantes–, no somos borreguitos mandados por los influencers de moda; somos ciudadanos de a pie, conscientes del secuestro de la democracia y con decisión de unirnos a millones de desconocidos para libertarla.

No somos tibios como los magistrados del Tribunal Constitucional, quienes tenían el deber de pronunciarse y sentar un precedente para que el día de mañana el Congreso golpista no intente vacar nuevamente a otro presidente, hoy seguimos sin tener claridad de la interpretación sobre la incapacidad moral.

Si creen que esto terminó, se equivocan. Escuchamos atentamente las palabras del nuevo presidente de la República, Francisco Sagasti. Sin duda, hubo una gran emoción y sentimientos encontrados por el duelo que atravesamos, pero el embeleso solo duró unos minutos, seguimos vigilantes. No nos crean tan ingenuos, aprendimos a nadar en la sociedad líquida que nos envuelve a todos, nos hemos hecho conscientes de la precarización en la que habitamos y de lo fácil que es desmontar cualquier tipo de verdad que se cree inamovible.

No queremos que salgan los políticos tradicionales a pedir perdón, queremos que se larguen del poder y nos dejen construir un país pluralista y diverso. No fuimos cuatro gatos, fuimos tres millones de peruanas y peruanos que día a día alzamos la voz con nuestro pliego de reclamos. Esta vez la historia la escribimos todas y todos. El dolor, la rabia y la esperanza nos ha hecho más fuertes y nos moviliza a pensar en comunidad para pintar un nuevo tejido social.

“Wassi grande / pueblo grande

la paz te estalló en tus manos.

¡Patria rota… pero viva!

Aún nos quedan muchas vidas más por luchar…”