Escribo las siguientes líneas como una mujer nikkei que no hace mucho se reconcilió con sus orígenes y que ha encontrado algo de sosiego ante la camisa de fuerza que implica ser parte de la colonia peruano-japonesa, de los silencios y conservadurismos que se encuentran en su núcleo. No me malinterpreten. Estoy muy orgullosa de mi apellido materno (Goshi) y también, por cierto, del mestizaje que recorre mis venas, puesto que me ubica en una posición de bisagra: dentro y fuera de la colonia. Este parapeto estratégico gatilla que pueda tomar distancia de esta colectividad y escuchar lo ensordecedor de sus silencios, así como contemplar las relaciones de poder que la atraviesan. Sí, se trata de una comunidad a la que le ha costado mucho esfuerzo llegar a ostentar el reconocimiento social que tiene. Generaciones nikkei han trabajado incansablemente, día y noche, para hacerse un espacio en este país: para ser parte de esta nación. Lo somos. De ahí que sea inevitable que arrastremos heridas coloniales que también han marcado la colectividad nikkei: la endogamia, el machismo, la homofobia y el racismo se reproducen (y resisten) en nuestras prácticas cotidianas, en las maneras en que nos relacionas los unos a los otros.

Por ejemplo, los matrimonios solo entre personas de la comunidad eran pan de cada día hasta hace un par de décadas. La endogamia era lo “normal”. Es más, aquellas que se atrevían a casarse con hombres ajenos a la colonia eran expulsadas de la familia. Afortunadamente, eso no ocurrió ni con mi madre ni con mis tías, pues siempre es posible que las cosas sean de otras maneras, más justas y humanas. Ni qué decir del orden patriarcal que escinde nuestros hogares y subjetividades. No solo los conforman, sino que los desgarran en silencio. Siempre en silencio. Por otro lado, las fotos de los altos ejecutivos en las instituciones de la colonia cristalizan el machismo y la falta de paridad que la corroe. La homofobia ya es otra historia. No conozco organización alguna que se autoidentifique como nikkei y LGTBQ+. La comunidad al respecto no es que no diga nada: es una tumba que ahoga la diferencia. Quizás esté desdibujando la imagen que tenían en su mente acerca de la colonia nikkei. No lo lamento. Para nada. Más bien, considero necesario aprovechar este espacio para develar la fantasía de la igualdad que cubre la comunidad en la que me encuentro, donde no todos somos iguales, donde unos (hombres heterosexuales) son más visibles que otrxs (mujeres, LGTBQ+) y donde unos (los “no tan nikkei”) hemos sido llamados “injertos” por otros (los “más nikkei”) en conversaciones cotidianas. El racismo tiene de eso: se reproduce como si nada a menos que comencemos a tomar distancia de la “normalidad” (tan beneficiosa para unos) y empecemos a alzar la voz.

En los tiempos recios que vivimos como parte de la sociedad peruana, resulta indispensable desestabilizar el status quo. El silencio ya no es un escudo para evitar causar problemas o malestar (dentro y fuera de la colonia). El silencio, en los tiempos que sobrevivimos, es complicidad. ¡BASTA! Después de más de cien años de haber desembarcado en este país, nuestra patria, es necesario también ser parte de los cambios que están aconteciendo, protagonizados (así como padecidos) por las generaciones más jóvenes. Es indispensable salir de la cuarentena del silencio, que nos agobia desde nuestra génesis. No ha habido crisis social que haya provocado que salgamos de ella. Ni todo lo sufrido en los noventa pudo hacerlo. El silencio nos ha permitido progresar sin incomodar a nadie (y sin que nos incomoden). Sin embargo, nos está petrificando para tan solo despertar bajo el manto de la fantasía de la igualdad en festividades “culturales” afines al mercado y destinadas a la generación de ingresos.

Así como los males que asolan a la sociedad peruana en su conjunto repercuten recursivamente en la colonia nikkei, los insólitos movimientos que claman por cambios también se encuentran, afortunadamente, en nosotros. La generación bicentenario está emergiendo en la colectividad. Se sienten sus pasos. Estamos a tiempo para no petrificarnos por completo. Y si es que esto llega a ocurrir, tengo la esperanza de que la generación bicentenario nos/lxs despierte de una vez por todas.

*Ilustración hecha por Tach Maeshiro