Bienvenidos al Perú, ese país que intenta ser república hace casi dos siglos y falla en el intento. Para ser una república hace falta algo más que ser un montón de gente compartiendo un pedazo de tierra. La república como forma de gobierno de inspiración occidental propugna la separación entre la iglesia y el estado, la igualdad ante la ley, la soberanía el pueblo y el bien común. Sin embargo, palabras como laicidad, justicia, libertad, igualdad y pueblo cuando no levantan polvo y escandalizan a los frentes moralizadores, son vaciadas de contenido.

En casi doscientos años de ser república a duras penas, entre dictaduras y autocracias, entre conservadores y liberales, presenciando la entrega de fajos de billetes a congresistas para empeñar su voto, su dignidad y de paso nuestros destinos sin remordimiento alguno, parecen habernos convencido de que no vale la pena apostar por nada, que el sueño basadreano de la promesa de la vida republicana no es más que una utopía. El Perú es casi siempre problema, pocas veces posibilidad y caminamos descalzos entre rumas de resignación afeando el paisaje.

El Perú es ese milagro económico que soportan las espaldas de millones de peruanos y peruanas, esa patria hecha cenizas con dos muchachos en llamas dentro de un conteiner, esa tierra de maravillas donde miles de estudiantes dejan las clases porque no se garantiza el derecho humano al internet, ese valle de prosperidad donde oponerse a una mina a tajo abierto puede costarte la vida y la libertad.

Hoy no quiero unirme al coro desgastado de los males necesarios de la vida en democracia, aquellas cosas de las cuales nos han convencido con propaganda y represión: flexibilizar los derechos laborales para formalizar más, renunciar a la regulación ambiental para que inviertan más, olvidar las violaciones de derechos humanos para reconciliar sin reparar y apañar a los canallas.

Me resisto a seguir creyendo que, si queremos tener trabajo formal, hay que renunciar al trabajo digno; que para acceder a un servicio de salud de calidad, hay que pagarlo o morir a la espera de una cama desocupada en un hospital público; que para recibir una educación de calidad, hay que alejarse de casa o endeudarse durante varios años para pagar educación privada.

Es por eso que me sacudo de los falsos miedos que llenan los noticieros y abultan los pechos de los comentaristas políticos azuzando la idea de que podríamos convertirnos en Venezuela, cuando el Perú ha sido gobernado por las élites y dejado en bancarrota, mientras los ciudadanos y las ciudadanas debían buscar un poquito de esperanza entre los escombros y echar a andar este país.