Preguntarse en dónde hay argolla en el Perú es hacer uff o quedarse mirando el horizonte sin fin. En el libro ‘Habla jugador’, del recordado Julio Hevia, encontré la definición de argolla/argollero en la sección “(En el) Glosario (de mi madre)”: Afecto a los círculos cerrados, a las camarillas.

Las ideas que circulan alrededor de este término son casi todas negativas. Y es que se presenta como la versión atrofiada de lo que entendemos como colaboración, ayuda mutua, cooperación o creación de sociedades para un bien común.

En Perú, como en otros países vecinos y no tan vecinos, la argolla —pensándolo de esa manera tan excluyente que posee— es uno de los males que destruyen o hacen que sea mal visto el desarrollo de cualquier proyecto.

Para muchos es relativamente simple entender la finalidad de la argolla. Es tener incontables oportunidades para demostrar —sin filtros, sin competir— lo que uno sabe mucho o poco. Es estar relajado y encontrar la puerta abierta a ‘eso’ que siempre fue para uno. La puerta que para otros permanecerá cerrada hasta que encuentren todas las llaves. El prestigio y el poder solo fueron reservados para unos cuantos elegidos.

¿Por qué? ¿Cómo?

Los que gozan de esta argolla, de este círculo privilegiado, están unidos por consanguinidad; aquí vemos claramente a los hijitos o hijitas de papá o mamá —es lo que saca más pica—. En segundo plano están otros tipos de parentesco (pareja sentimental, sobrinos, ahijados, entre otros).

Como la argolla genera per se subordinación y dependencia, los intereses comunes se ubican en un tercer lugar. Los beneficios obtenidos por colocar a la persona que ‘no te fallará’ son muy atractivos.

Por último, pero no menos importantes, están los orígenes sociales o culturales: amistad, nivel socioeconómico, ascendencia, color de piel, adherencia política, entre otros.

La idea de este venenoso círculo es acumular todos los beneficios posibles y no dejar que lleguen a otros.

De las relaciones argolleras llegan personas a diferentes puestos laborales o proyectos de cualquier índole —en todos los niveles y en todas las profesiones—; una serie de impresentables que deben ser recibidos con sonrisa hipócrita. Vea usted a los ahora extrabajadores del Congreso. ¿Periodistas? De esos hay en cantidades industriales, solo fíjense en los apellidos.

Cosas de clubes

A la argolla puede llamarle como mejor les parezca; red, padrinazgo, secta, mafia, clientelismo, y así podríamos llegar hasta la asociación ilícita —si quieren—. Tenemos, como pequeña muestra, al fútbol peruano para acercarnos al entendimiento completo y rápido —más aún— de la argolla en una de sus expresiones más populares.

Uno se pregunta cómo pudo llegar a jugar en primera división tal o cual arquero, defensa o delantero, pero no solo de clubes de fútbol se trata. Hay otro club que desde hace algunos meses viene tomando un lugar especial en la escenografía coyuntural: El Club de la Construcción.

Según la Fiscalía, se ha incrementado el número de empresas constructoras investigadas. Al comienzo solo eran catorce, pero con la declaración de colaboradores eficaces la cifra podría duplicarse. Debemos recordar que, entre agosto del 2011 y mayo del 2014, se habrían pagado 250 millones de soles en coimas para hacer contratos con el Estado a través del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (Provias Nacional).

Si lo pensamos un poco mejor, el Club de la Construcción es esa argolla que le ha hecho más daño al Perú que un autogol o que un penal fallado en el mundial.

Como mencioné líneas arriba: los argolleros están en todos los niveles. En los actuales sindicatos de trabajadores también se presume que hay mucho de esto. Como señala el antropólogo e investigador peruano César R. Nureña: “Los sindicatos, por ejemplo, perdieron presencia y relevancia en la década de los años noventa, en paralelo al continuo debilitamiento que han sufrido los partidos políticos y otras instituciones de la democracia”.

No se pierden grandes profesionales porque no tienen ‘vara’ o porque les falta un padrino, la sociedad los pierde, porque ella misma lo permite. Los perdemos porque lo permitimos.