Este sábado se llevó a cabo una movilización ciudadana que, más allá de obstaculizar el tráfico, que no tendría mucho inconveniente de haber sido una acción en legítima democracia, demostró las intenciones por obstaculizar el desarrollo social en donde las mujeres sigan ejerciendo el derecho a la vida de la manera más básica posible, y no que puedan hacer el real disfrute de una vida con dignidad.

La marcha por la “vida” nos ha refrescado la memoria respecto al porqué la religión, o mejor dicho la Iglesia y su atrevida intromisión, es nefasta cuando pretende invadir coactivamente otros espacios que no se encuentran regidos por las sagradas escrituras. Son tantos los puntos a comentar que, como este, habrá diversos pronunciamientos, con diversas dinámicas, pero que en su conjunto permitirán fortalecer la resistencia ciudadana para que las mujeres peruanas podamos cimentar el camino que nos permita decidir libremente sobre lo que resulta mejor para nuestros úteros y la implicancia de esto en nuestras vidas.

El tema central de esta movilización es la negativa radical a la interrupción del embarazo, es decir, la oposición al aborto bajo el presunto interés en la vida, pero ojo, solo en la vida del no nacido, sin atender a una mirada social alguna en donde también se cautele la vida de quien lo gesta. Ello es una reacción desesperada ante la profunda lucha de las mujeres por no ser criminalizadas al querer decidir sobre sus propios cuerpos, por buscar ser sujetas de derecho en sí mismas, por aspirar a ejercer autonomía a fin de que sus vidas puedan atender a sus voluntades y no a parámetros fundamentalistas que menoscaban su valor como seres humanos.

En principio considero importante determinar la problemática, en tanto el cuestionamiento no es respecto a aborto sí o aborto no, sino a aborto clandestino o aborto legal, puesto que el aborto es un hecho que ya ocurre, y he ahí el gran reto que tenemos como ciudadanos y ciudadanas en democracia en entender que este tema está orientado a promover una política pública, que como tal, abraza espacios mucho más extensos a nuestras creencias personales, a las cuales tenemos derecho claro, pero que no deben ser impuestas de manera autoritaria. En ese sentido, no te cuestiones si estás o no de acuerdo con el aborto, sino que debes procesar tu posición respecto a la legalización del mismo.

Cuando muchas personas, en atención a sus creencias religiosas o lo que fuere, consideran que el aborto es pecado, perfecto, tienen todo el derecho de creerlo así, nadie pretende convencerlas de lo contrario (en principio), que no aborten y que de la mano a las eternas confesiones construyan su camino directo al reino de los cielos; pero que no pretendan que todas las personas crean lo mismo. La experiencia de fe y la afinidad religiosa son netamente personales, que desarrollamos en el ejercicio de nuestra libertad de credo, que a su vez tiene un gran componente cultural, pues bien puedes creer en una deidad denominada Allah, Dios, Yavé, Jehová, Shangdi, Shivá, Krishna, Buda, o también en el Wallallo Carhuancho y la Pachamama, pero que, si bien pueden expresarse también de manera colectiva, deben encontrarse en el marco del respeto y tolerancia de quienes creen distinto o de quienes simplemente no creen en deidad alguna y no rigen sus comportamientos en base a mandamientos divinos.

El aborto no es un tema que deba ser visto únicamente desde la perspectiva de la moralidad y las creencias religiosas, sino que atiende a una problemática social de registro de embarazos no deseados, que responden a una falta de implementación de políticas públicas con enfoque de género por proveer de un lado, educación sexual y acceso a los métodos anticonceptivos, temas de los que aún no se habla abiertamente desde todas las etapas de desarrollo, como también a falta de una acción contundente respecto a la violencia machista sistemática que atenta contra las mujeres en relación a su libertad sexual y reproductiva, motivo por el cual vinculamos fundamentalmente la legalización del aborto como la necesidad de implantar el reconocimiento de los derechos que las mujeres debemos ejercer sobre nuestro propio sistema reproductor, y porque a la fecha su realización clandestina es una causal impactante de muerte en mujeres, sobre todo pobres.

Sin embargo, sucede que el debate generado por los “provida” es sumamente sesgado y se limita a discutir si las mujeres deben o no abortar cuando el aborto se da, y se da todos los días, ya sea en condiciones médicas óptimas como en precarios escenarios que ponen en total riesgo la vida de quienes se lo practican; pero además sucede que quienes lo realizan no son solo los no creyentes, sino también los fieles creyentes que se cubren bajo el manto de la hipocresía de la falsa moralidad.  Y he ahí uno de los puntos que quiero comentar.

¿Por qué tanto lío con el aborto?, pues considero que, en el esquema mental de estos personajes, el embarazo de la mujer no es solo un aspecto social y biológico respecto a cómo se reproducen los seres humanos, sino que está íntimamente asociado al pecado, al sexo, a eso que es tabú, a eso que nadie, o mejor dicho, a eso que ninguna mujer debe hablar en voz alta, y que solo debe ocurrir dentro del sagrado vínculo del matrimonio, para que sea válido, en donde por cierto no importa si fue como consecuencia de una decisión consensuada y voluntaria de los cónyuges o si existe violencia dentro del mismo, pues todo lo que ocurra dentro será sagrado, y este será el espacio en donde la mujer “cumplirá” el rol de madre para el cual ha nacido.

Bajo ese contexto, si un embarazo no se da en esas condiciones, es sentenciado de la peor manera y precisamente bajo esa funesta concepción del “cómo” es que debe llegar un nuevo ser al mundo es que se promueve el aborto, sí, son estos mismos seres “provida” con su esquema mental tóxico los que han promovido prácticas abortistas en miles de circunstancias. ¿A qué me refiero?, sin perjuicio de las demás motivaciones que una mujer tenga para decidir sobre la interrupción del embarazo, quiero apuntar como especial causal del aborto al fomento de la hipocresía moral, inculcada por una sociedad ligada a la Iglesia, como promotora de la existencia de esta práctica que interrumpe el embarazo para así “tapar el pecado”, pues son estas personas fundamentalistas, que dicen estar a favor de la vida, las que en infinidad de veces sí están a favor del aborto, pero a favor de ese que ocurre en silencio y así deshacerse de vidas futuras que les estorban y resultarían perjudiciales para su imagen y proyecto de vida “decente”. Siendo que, el aborto no es propiamente lo que les molesta, sino que el tema sea tocado con total transparencia.

Considero que en una sociedad cucufata como la nuestra, el embarazo es la manera objetiva de acreditar que una mujer se encuentra exenta de la sacrosanta virginidad y en tanto ocurra fuera del matrimonio queda totalmente expuesta de que su valor como tal sea cuestionado y sea, a su vez, sancionada de las formas más crueles posibles por quienes consideran que la mujer debe ser valorada por su pureza. Por ese motivo, en el marco de ese pensamiento retrógrada que menoscaba el valor de la mujer a ello, el aborto ha sido y es para muchas personas, que han sentido la carga de sanción social promovida por la Iglesia machista, un mecanismo de purificación de la mujer pecadora. Es decir, por acá no pasó nada.

Muchas mujeres abortan porque no se encuentran preparadas para asumir la responsabilidad de ser madres, porque simplemente no quieren serlo aún o una vez más, porque no tienen las condiciones económicas para la satisfacción de las necesidades más básicas del ser que viene en camino, porque avizoran que el padre no asumirá la más mínima de las responsabilidades y no podrán asumir el reto de manera autónoma, porque no desean gestar en su vientre a un ser producto de la sensación más asquerosa y nauseabunda que han sentido en sus vidas al haber sido abusadas sexualmente, entre mil razones más, pero también hay aquellas que lo hacen por el “qué dirán” ante esa sanción social, que es bastante difícil enfrentar, de lo que es ser madre soltera en el Perú. Y no hay que juzgarlas a ellas, sino a quienes insisten en que esos esquemas sociales machistas sigan prevaleciendo entre nosotros.

La Iglesia se ha encargado de cuestionar y sancionar a las mujeres de mil formas, y muy crueles por cierto, cuando estas se encuentran gestando. Asumen que “la mujer se embaraza”, como si tuviéramos el poder mágico de autorreproducirnos, y la crueldad es tal que la castiga aún se trate de la consecuencia terrible de una violación sexual o incluso si quienes gestan son niñas. La vida del no nacido les importa una nada, lo que les interesa es que la mujer permanezca en la condición de sumisión y presunta “pureza”, a la cual creen erróneamente, les corresponde y así centralizar el poder para sus fines propios.

Quienes promueven el mensaje “provida” y “profamilia” no tienen interés real en la vida (me imagino que hay excepciones, pero escasas), y ello se evidencia en su constante crítica y sanción moralizadora a los “tipos de vida”. Salen a marchar por la vida del no nacido, pero no piensan en la vida de quien lo gesta, no advierten que la vida per se no es un derecho si no se acompaña de algo fundamental que es la dignidad.

Veamos, ¿qué sucede cuando una mujer decide continuar con un embarazo, generado en condiciones “moralmente no idóneas”?, pues también la castigan, la cuestionan, la humillan, la maltratan, la insultan y la discriminan, considerando además que hasta el ser madre soltera es causal de excomunión, al menos lo era, no estoy tan al tanto de los parámetros de la iglesia actualmente y tampoco me importa mucho, pero sí estoy al tanto en el día a día de ver como miles de creyentes, machistas además, menoscaban el valor de las mujeres que decidieron traer la vida de un nuevo ser de manera autónoma e independiente y señalando incluso de la manera más enfática y descarada posible que mejor hubiera sido “solucionar el atraso menstrual” de manera oportuna. Entonces, ¿qué es lo que quieren?

Pero eso no es todo, la Iglesia machista y fundamentalista también se encarga de sancionar la vida del niño o niña que nace bajo “el pecado”, incluso los llama bastardos y no les reconocen los mismos derechos, atentando, por ejemplo, en contra del derecho fundamental de la educación cuando los discriminan y no les permiten ser matriculados en un determinado colegio por no haber nacido bajo un acta matrimonial. Hecho que ocurre y nadie se atreverá a decir que es falso, y como en muchas ocasiones ya es bastante vergonzoso, lo disfrazan de otras causales para así impedir que ese niño o niña impuro ingrese a ese espacio educativo “correcto”.

Los fundamentalistas que “marchan por la vida” no están motivados por su discurso de encontrarse a favor de la vida, creo que ya nos ha quedado claro, pero no solo no están a favor de esta, sino que además están en contra de la vida con autonomía de las mujeres, están en contra de que seamos reconocidas como sujetas de derechos, están en contra de que seamos tratadas como seres humanos en igualdad, están en contra de la limitación que les establecemos para que no puedan influenciar en las decisiones sobre aspectos que nos competen a las mujeres. El aborto ocurre, en este preciso momento existen mujeres que están abortando y quienes dicen defender la vida no hacen absolutamente nada en contra de ello, porque no les importa, pues solo aparecen en la escena pública cuando se pretende poner en la agenda del Estado la legalización del mismo.

Pero no solo no les importa que el aborto ocurra y que sea sin las condiciones mínimas de salubridad, sino que tampoco les importa las mujeres que mueren como consecuencia de abortos clandestinos, no les importa que los y las niñas sean violadas sexualmente (a veces por parte de agresores con sotana) y que queden embarazadas como consecuencia del delito, no les importa las violaciones incestuosas que sufren las mujeres peruanas dentro de sus hogares, no les importa que existan niños en condición de abandono, no les importa los niños comercializados que son víctimas de trata, no les importa las niñas esclavizadas sexualmente, no les importa nada que favorezca la igualdad de los niños después de nacer y mucho menos si por ahí al crecer forman parte de la comunidad LGTBI, dado que lo único que les importa es mantener su doctrina mal interpretada en el odio y enquistarla en un mundo que ya hace bastante tiempo requiere atender únicamente a mandatos legales y no religiosos cuando de estructura estatal se trata.

Esta marcha en sí misma ha demostrado la actitud dictatorial de la Iglesia, puesto que desde su organización ha recurrido a métodos coercitivos y no al incentivo de la voluntad para que los asistentes vayan en atención a su real sentir y no por temor u obligación. Ha hecho un uso abusivo del poder y se ha valido de manera amoral de sus nexos políticos de las diversas instancias gubernamentales para congregar a personajes de gran influencia en las decisiones de Estado en nuestro país, y así mostrarnos de manera desafiante que no van a claudicar por salvaguardar sus intereses en donde, por lo visto, las mujeres per se y quienes no disfracen sus pecados no formamos parte.

Quienes estamos a favor de la legalización del aborto no promovemos el aborto indiscriminado en todas las mujeres, ni tampoco odiamos la maternidad, ni vivimos odiando al feto. Quienes estamos a favor de la legalización del aborto promovemos el amor a la vida digna de las mujeres, para que nosotras mismas decidamos con completa voluntad si queremos disfrutar de la sexualidad y como consecuencia de ella decidir libremente si deseamos o no ser madres y que ninguna de las opciones de vida sean experiencias tormentosas y dolorosas, sino que apunten a esa construcción de felicidad al que aspira todo ser humano. ¿Es tan difícil entender eso?

Solo quiero finalizar apelando a la unión de esfuerzos para concretar la tan necesaria laicidad que requerimos en estos momentos, porque estamos percibiendo la amenaza de una Iglesia transgresora y violenta que incluso no nos quiere con vida a quienes decidimos pensar con libertad, pues tomando en cuenta las declaraciones del Cardenal Cipriani, desea que quienes no están de acuerdo con él supriman sus vidas, con lo cual, el mayor otorgamiento de poder político a la Iglesia haría que nuestras vidas y libertades estén en peores condiciones de las que se encuentran ahora, y tengamos presente que en estos tiempos la guillotina tiene muchas presentaciones.