Meses atrás, en julio, estudios preliminares del Ministerio de Salud señalaban que por lo menos siete de cada diez peruanos y peruanas estaban atravesando algún problema de salud mental, la mayoría de síntomas reportados a la Línea 113 se relacionaban con la ansiedad. La ansiedad y la depresión se han visto como problemas de salud mental que han alcanzado un punto preocupante durante la pandemia. Sin embargo, continúan siendo abordados desde una óptica que individualiza sus causas, las reduce a responsabilidades personales y a la capacidad de una persona de controlar o no sus emociones.

Vivimos en un mundo bombardeado por la autoayuda, el coaching y la convergencia de una serie de narrativas simplonas que desvinculan los problemas que nos afectan de las causas sistémicas que los provocan. Vivimos para competir, para producir y para buscar afanosamente el éxito traducido en la cantidad de logros, reconocimientos y dinero que acumulamos. Terminamos el día sintiéndonos fracasadas o inútiles cuando fallamos en ser esas personas felices, exitosas y productivas que vemos en todos lados. No hay nada más nocivo que la filosofía del hazte cargo de ti mismo y olvida el resto, solo depende de ti. 

El neoliberalismo no solo tiene que ver con lo económico, sino con un entramado de estructuras de poder y esquemas de pensamiento que lo sostienen, entre más aislada y agotada esté una persona, más fervorosamente buscará una cura o una salida que convenientemente la llevará a consumir algo, quizá compre aquel nuevo libro de autoayuda, unas pastillas para lidiar con la depresión o unas cuantas horas de coaching con un tipo que tratará de convencerla de que lo único que está mal es su actitud para enfrentar sus problemas.

No está mal hacernos conscientes de aquello que nos duele, de aquello que sentimos y tomar decisiones para enfrentar nuestros problemas, lo peligroso es reducirlo a algo meramente individual que no tiene nada que ver con lo que nos rodea. Lo cierto es que caminamos en el terreno de la incertidumbre, sin tener certeza sobre nuestro futuro más inmediato, en el Perú hay personas que hoy no lograron siquiera poner un pan sobre la mesa. La soledad acrecentada por la mudanza de nuestras vidas al mundo virtual y esa sensación de no estar haciendo lo suficiente nos están ahogando.

Tomar consciencia de cómo nos sentimos es el primer paso, comprender qué cosas fuera de nosotras provocan ese estado de permanente angustia, insatisfacción y solipsismo, el segundo. Hace poco me interné en la lectura de un libro que recomiendo mucho: Los fantasmas de mi vida, escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos de Mark Fisher, en uno de sus ensayos titulado “No hay futuro sin finanzas” habla de algo llamado conciencia de la subyugación que significa tomar conciencia de los mecanismos culturales, políticos y existenciales normalizados por los grupos dominantes, que sirven para justificar la forma en la que está estructurada esta sociedad y que crean en las personas una sensación de inferioridad. En la sociedad del rendimiento, término que utiliza Byung Chul-Han en uno de sus libros, nunca seremos suficiente.

Durante mucho tiempo, yo misma veía mi constante estado de alarma, ansiedad y depresión como problemas que solo tenían que ver conmigo, estuve medicada, asistí a terapia, pasé tardes enteras pensando si valdría la pena seguir viviendo, me obligaba a despertar por las mañanas y salir arrastrando mi cuerpo hacia el trabajo en medio de la falta de sueño reparador, los dolores de pecho y las crisis de ansiedad que tenía en las madrugadas. Tenía síntomas que comparto con millones de jóvenes en el mundo que se ven arrojados al vacío, a la falta de certezas, a la precariedad laboral y a la banalización del encuentro con ese “otro” al que buscamos solo como medio para nuestra satisfacción, sin importarnos nada más que distraer la mente de aquello que nos duele, que nos empuja al abismo, porque en este mundo primero soy yo, segundo soy y tercero soy, todo lo demás parece prescindible.

 Consumimos para llenar aquello que nos falta. Sin embargo, es imposible avanzar y mejorar las cosas si no convertimos nuestro dolor en una razón para acercarnos a esa otra persona, a nuestra comunidad, abrazarnos y cambiar aquello que ha provocado este divorcio entre lo individual y lo colectivo, porque si algo nos ha enseñado esta pandemia es que vivir en sociedad significa saberse parte de algo, que los problemas de distintas personas pueden tener raíces comunes, que la injusticia, la precariedad, la mercantilización de todo lo que nos rodea afectan nuestras vidas e impactan en nuestra salud mental.

La ansiedad y la depresión no solo son problemas individuales, son las consecuencias de vivir en un mundo que ve a los seres humanos como apéndices de producción, diseñados para competir, explotándose a sí mismos, seres sedientos que solo trabajan y viven para poder comprar más y más cosas que les prometen una felicidad ficticia.