Estamos a poquísimo tiempo para que el Senado argentino pueda consolidar un aspecto sumamente importante de la lucha feminista, que es la no criminalización a las mujeres por decidir sobre sus cuerpos y ejercer de manera plena sus derechos sexuales y reproductivos, pero además el no permitir que las mujeres mueran en el intento de escapar de la maternidad impuesta. Porque es todo eso lo que implica la legalización del aborto, que es el tema a legislar en Argentina, el cual busca tratar a las mujeres, nada más y nada menos, como seres humanos con la posibilidad de gozar vidas libres, en las cuales su valor como tales no sea reducido a la fisiología de sus úteros.

Hay un aspecto que me parece bastante importante abordar a propósito del contexto argentino, que, en definitiva, es sumamente inspirador para las peruanas que aún tenemos un arduo y largo camino por recorrer; y es que el fondo del problema, que genera reacciones adversas en los sectores conservadores que ven totalmente imposible la legalización del aborto, es aceptar la viabilidad de que las mujeres seamos libres de decidir en aspectos “sensibles” de un modelo sociocultural en el cual “nuestra máxima aspiración de la vida” debe ser el de ser esposas y madres, por lo que interrumpir la tan ansiada maternidad, resulta totalmente aterrador y aberrante. Ante ello, me resulta fundamental comentar algunos aspectos de cómo el feminismo aborda, en este caso, la maternidad, luego de todo el desprestigio que buscan sembrarle.

Como premisa percibimos cómo los sacrosantos antiabortistas, para efectos de sus discursos, porque no se relacionan necesariamente con la realidad, se creen dueños de la verdad y la moralidad y proclaman la idea que las feministas odiamos la maternidad, despreciamos la vida, somos asesinas, nos asquean los niños y niñas, regurgitamos ante la imagen de una madre y su bebé, y disociamos la maternidad en sí misma de la vida de las mujeres, promoviendo una imagen nuestra que es mucho más aterradora que la de Belcebú.

Por lo que, ante esta ola de distorsión informativa, es importante reafirmar esos aspectos básicos de la causa feminista y su relación con la maternidad. En principio, bajo una postura feminista en donde prima, indubitablemente, el amor hacia nosotras mismas, sí creo que es esencial entender que la maternidad no es un elemento sustancial para reafirmar el valor de una mujer, pues somos muchísimo más que eso, somos personas, y eso implica que nuestro valor engloba muchos otros aspectos que son inherentes a los seres humanos, lo cual resulta perturbador traerlo a colación, pero que, en un contexto social en donde no se nos trata así, es importante recordarlo, pues somos sujetas de derechos.

Sin embargo, ello no quiere decir que la maternidad sea sancionada y cuestionada en sí misma desde un enfoque feminista. Lo que se cuestiona es, además de su imposición, el cómo está vista, cómo pretenden inculcarla y cómo nos la muestran, pues en medio de esa dulzura (patriarcal) con la que se nos trata a las mujeres (cuando son buena gente con nosotras y no nos matan), se pone en evidencia esta romántica imagen de la mujer y su sagrada maternidad, y de seguro deben haber escuchado frases como “primero se es madre y luego mujer”, como si ser madre fuera un elemento indisociable con el propio hecho de ser mujer y , por cierto, la pintan como irrenunciable e indispensable para reafirmarnos como tales. Por ello, considero que un paso fundamental que debemos fortalecer en la mentalidad de todas nosotras, es que la maternidad configura uno, solo uno, de los muchos otros aspectos que podemos desarrollar en nuestras vidas libres, las mismas que deben ser contributivas para la sociedad.

Ahora bien, la legalización del aborto, además de configurarse como una política pública necesaria para evitar más muertes como consecuencia de su práctica en la clandestinidad, reafirma, en el fondo, una necesidad de las mujeres de no atender a la imposición machista de ser madres porque “así debe ser”, y promueve, por el contrario, una maternidad feminista, es decir, una maternidad libre, la que puede no hacerse presente o la que llegará y deberá ejercerse únicamente cuando sea deseada.

Lamentablemente, nos hemos acostumbrado a esa mirada patriarcal de la maternidad, en la que obtenerla es uno de los principales logros de las mujeres, quienes incluso, sin importar las condiciones de vida en las que se encuentren, deben abandonarlo todo para convertirse en ese modelo de madres perfectas, sumisas y sufridas, que de pronto se invisibilizan como personas y dejan de existir en el mundo con su propia esencia para dedicarse exclusivamente a este rol socialmente impuesto.

Nuestro modelo social machista, al cual con ansias deseamos deconstruir, nos presenta una imagen tierna, dulce y sacrificada de las mujeres que cumplieron con su rol reproductor, sin interesarse en absoluto en las condiciones y contextos que conllevaron a dicha consecuencia. No se toma en consideración la calidad de vida de las mujeres, la voluntad de ellas, si hubo violencia de por medio, si fue el resultado de la desatención del Estado, entre otros, pues solo se centra en asegurarse el cumplimiento del rol de incubadora para el cual hemos nacido.

Escuchamos a menudo frases como “madre solo hay una”, “no hay nada más que el amor de una madre no logre”, “ahora que eres madre ya te realizaste como mujer”, entre muchas otras que son una muestra del cimiento existente de la imposición del “inherente instinto maternal de la mujer”, y claro, existen también las mujeres, víctimas del patriarcado, que con mucha emoción aspiran a encajar en ese molde perfecto que las haga ser esas buenas mujeres socialmente valoradas.

Asimismo, observamos el hecho deprimente de cómo la figura de “la madre” se impone sobre el valor de la mujer como ser humano, que queda relegado a un segundo plano, siendo que lo que prevalece en el inconsciente colectivo es la maternidad, la cual será válida y correcta siempre que se acepte por sobre todas las cosas, en donde no interesa cómo se llevó a cabo la concepción, en donde no interese cómo se desarrolla la gestación, en donde siempre primará la misión de traer niños y niñas al mundo sin importar en absoluto la voluntad de la mujer, quien, una vez nacida la criatura, debe ejercer su labor con sacrificio y esclavitud, pues ella se convierte en una sirvienta del ideal de la “familia perfecta” y se debe olvidar en absoluto de su desarrollo personal, de sus sueños y aspiraciones. Esta situación resulta peor aún, cuando las propias mujeres están convencidas de que ello es y debe ser así y se colocan en el bando contrario de las mujeres feministas que luchan por ellas también, creando imágenes prejuiciosas sobre nosotras. Es por ello que surge la necesidad de que las mujeres en general comprendamos y, de manera sorora permitamos, desarrollar nuestro real rol esencial, el cual debe convertirnos en agentes de transformación social.

Es así que, en esta sociedad de machos, las mujeres pueden lograr muchas satisfacciones personales en diferentes ámbitos de sus vidas que fomentan la felicidad, su felicidad, pero no, ello no será eximente para que experimenten esa presión social que las convoca a las dos cosas que, para el patriarcado, son más importantes: ser madre y esposa; y, cuando existan quienes se alejan de esto se las descalifica, discrimina y cuestiona.

En ese escenario, en el cual el ser madre es lo mínimo que se espera de una mujer, donde el sacrificio se adjudica no solo con la crianza, sino desde la forma de concepción, la legalización del aborto resulta ser una idea totalmente desquiciada, trastornada y perturbadora, pues en qué cabeza puede surgir la terrible idea de interrumpir la tan ansiada maternidad, motivo por el cual, los sectores conservadores no conciben la idea de que una mujer que atente contra “este mandato social” no reciba sanción alguna.

Queda claro que, seguramente existen mujeres feministas que consideran que la maternidad es un obstáculo para el desarrollo personal e intelectual de la mujer, y son libres de creerlo así para sus propias vidas, puesto que lo vital en el feminismo es la promoción de la libertad y la no imposición de modelos de vida en los demás; pero también existen aquellas que toman la maternidad como un aspecto que sí desean y que no debe, en absoluto, interferir en el ideal de vida libre que se desea construir.

Cual sea el caso, lo importante de entender es que el feminismo como tal nunca ha estado per se en contra de la maternidad, y todo lo que ello conlleva, pues lo que cuestiona y siempre busca es el evitar ser madre (o esposa) por obligación y en atención a una conducta de obediencia por “el deber ser” exigido por la sociedad.

Ahora, es evidente que, como señalaba, por las razones que fueran, muchas mujeres feministas no quieren ser madres, porque sienten ese profundo amor por ellas mismas que les permite decidir con total libertad sobre ello, pero también existen quienes, en el marco de ese poder de libre decisión, quieren serlo y ello no las hace, por cierto, menos feministas.

Si entendemos e internalizamos ello, será posible que al sumergirnos en el debate y lucha que se promueve con la legalización del aborto, podamos también identificar los aspectos perjudiciales que los “provida” esconden bajo su falsa preocupación.

El escándalo creado por los antiderechos no atiende al interés por las dos vidas ni mucho menos, sino que es la manifestación de la desesperación por ver que se derrumbe el status quo en donde la mujer salga de ese molde que la conlleva a la sumisión y como consecuencia pueda promover la rebelión a la dominación, a la cual han estado acostumbrados. Se les acaba el poder opresor y eso es lo que les aterra.

La Iglesia y la sociedad machista, cómplice de la misma, se sienten con un absoluto derecho de opinar sobre la maternidad, sobre cómo debe ejercerse esta y, con especial atención, se sienten juiciosos respecto a ese periodo especialmente crítico con la cual inicia la misma, que es el embarazo. La “barriguita” de la dulce madre, en donde no importa si se trata de una niña violada por su familiar, se convierte en una especie de espacio común en donde todo el mundo tiene derecho a opinar, menos la propia mujer.

Dentro de este sistema patriarcal, en donde las mujeres son inocentes, dulces y destinadas a ser madres se obvia educar en sexualidad, no se habla en voz alta sobre la asignación de métodos anticonceptivos, pues implicaría que se pueda pecar libremente y, con toda esa desventaja que ello conlleva, son obligadas a parir y de paso a no disfrutar las relaciones sexuales.

Es por ello que este aspecto de la lucha feminista es importante, en tanto busca un tratamiento integral de un ámbito aún receloso de comentar de la vida de las mujeres, pues de estas cosas no se hablan y este proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo que aprobó la Cámara de Diputados de Argentina y que se encuentra a pasos pequeñitos de ser Ley es desafiante y significaría un gran hito, no solo para nuestro hermano país gaucho, sino para toda Latinoamérica y el mundo, por lo que nuestra red de apoyo solidario debe ser totalmente contundente ante la presión de los conservadores que pretender evitar la aprobación.

Los votos están muy ajustados, pero el hecho de ser testigos de cómo las mujeres organizadas pueden lograr que los asuntos de gran relevancia para nosotras se encuentren en la agenda pública, ya es en sí mismo un gran logro. El aborto libre, seguro y gratuito se dará, esperemos que mañana en Argentina y próximamente en cada país y espacio social, sobre todo en aquellos que se jactan de “demócratas”, cuestionando dictaduras, pero que matan a sus habitantes, y en este caso es preciso mencionar, a sus mujeres con la indiferencia existente hacia la violación de derechos que experimentamos.

Mientras se tejen alianzas intraparlamentarias en Argentina, el poder de las calles se siente, se escucha, se respira la lucha y conspiración feminista, y ello es realmente hermoso y esperanzador. Adelante hermanas argentinas, que nuestra lucha por la autonomía respecto al gestar, parir y criar está avanzando a pasos agigantados, y está haciendo que nos replanteemos la posición de las mujeres en el sistema.

El feminismo nunca ha establecido una norma sobre cómo, cuándo y dónde deba vivirse de tal o cual modo. El sistema machista y patriarcal sí es el que establece conductas imperantes, mientras que nosotras, lo único que siempre vamos a establecer, es precisamente que no exista un cómo, cuándo y dónde impuestos, pues de lo que se trata es de ser libres, por lo que, el aborto legal es una opción y no una imposición.

Cuidar la propia autonomía es esencial y no es descabellado luchar para que la maternidad no sea obligatoria sino elegida, porque ésta compromete toda la vida (o, como mínimo, los nueve meses de la gestación). La imposición de la maternidad es una gran brutalidad hacia las mujeres y niñas, por lo que no claudicaremos y seguiremos en la lucha, y en Perú, con el ejemplo de Argentina, continuaremos batallando para que las niñas sean niñas y para que las mujeres puedan libremente embarazarse o no.