“Mi país comete su peor error cada cinco años eligiendo a un ladrón. Y el ladrón tiene el perdón del cielo porque la voz de Dios es la voz del pueblo”.

Canción Mi país de David Focasi, cantautor peruano

La historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa. Esta frase, acuñada por Karl Max, es, sin duda, la correcta para describir la situación que estamos viviendo en Chiclayo. Dos alcaldes presos de forma consecutiva no son poca cosa. Ambos tienen similitudes importantes: empresarios que llegaron a la alcaldía, supuestamente, para liderar una política de cambio, pero terminaron siendo cabecillas de organizaciones criminales que desfalcaron la municipalidad, ambos fueron capturados a pocas semanas de acabar con su periodo. Y lo más preocupante es que ninguno de los dos logró realizar un mínimo esfuerzo destacable para transformar nuestra ciudad y ambos, también, defraudaron al pueblo que los eligió.

Chiclayo ha dado luz a los casos más vergonzosos de corrupción a nivel nacional. Nuestra Municipalidad Provincial de Chiclayo viene soportando doce años de corrupción e incapacidad, siendo una de las entidades que ha sufrido mayor perjuicio económico a causa del manejo corrupto de sus autoridades. Desde el tristemente célebre Beto Torres, exalcalde de Chiclayo, actualmente preso por liderar la organización criminal “Los Limpios de la Corrupción”, hasta Cornejo Chinguel, último alcalde electo y líder de la organización criminal “Los Temerarios del Crimen”, hemos resistido ante una ola de corrupción que parece inacabable.

Los gobiernos locales son estratégicos para canalizar de manera inmediata las demandas ciudadanas, lamentablemente, hoy estos espacios están ocupados por la corrupción.  En los últimos años, la corrupción en el ámbito subnacional se ha multiplicado, desplegándose redes criminales que se enquistan rápidamente debido a la ausencia de control y fácil copamiento de las instituciones que administran justicia y medios de comunicación.

Es importante señalar que el 27% de los casos de corrupción se registran en municipalidades; además, según la Defensoría del Pueblo, estas registran mayor número de denuncias por corrupción. De acuerdo con el reporte “Radiografía de la Corrupción en el Perú” elaborado por la Defensoría del Pueblo,  Lambayeque se encuentra ubicado en el puesto N° 7 a nivel nacional en índices de corrupción.

La corrupción no es un tema lejano, afecta nuestra calidad de vida, debilita la confianza en la administración pública y las instituciones, genera desigualdad social y, además, trae descontento con el sistema democrático mismo. Es una problemática con la que convivimos en nuestra práctica cotidiana, muchas veces, sin advertirlo.  Además de retrasar el desarrollo de nuestra ciudad, también genera desilusión en la gente. Tal parece que hemos desarrollado una especie de resistencia a la corrupción, es decir, cada vez necesitamos noticias y acontecimientos más graves para indignarnos. Nos estamos acostumbrando a vivir así.

Chinguel y Torres no son los únicos nombres que manchan nuestra ciudad con sus actos de corrupción, desafortunadamente, hay muchísimos más: Edwin Oviedo, Willy Serrato, José Isla Montaño, Antonio Becerril, Michel Llontop y la lista continúa. Marco Gasco, alcalde electo de Chiclayo, tiene el reto de hacer una gestión transparente y sin corrupción, una gestión que  devuelva la esperanza a los chiclayanos.

Nuestra ciudad no le pertenece a los corruptos que se han apropiado de ella, nuestra ciudad es de la gente pujante y trabajadora que hace todo desde sus espacios para verla crecer. Nuestra ciudad le pertenece a los trabajadores, a los padres y madres de familia, a los estudiantes, a los profesores y a la gente digna. Más temprano que tarde, se levantará un nuevo futuro y la firme apuesta de construir sobre las cenizas.