En el mundo hay dos tipos de personas, los que pueden estudiar con la plata de sus padres y los que tienen que estudiar y darle plata a sus padres. En el último grupo está Claudio Espinoza y millones de peruanos, en el primero los que no entienden cómo alguien puede tener tantos deseos de estudiar y progresar, que incluso ponen en peligro su vida, porque hay una meta más grande: ser un profesional para que tus viejitos ya no vivan en la miseria, esos viejitos que con las justas te han podido dar la comida para que el hambre no te angustie, un poco de ropa para que el frío no arrecie sobre tu cuerpo, y un poco de amor porque más no tienen, y ya no quieres pedirles más porque ya eres un hombre, ya creciste, ya tienes que mantenerte solo, ya estás haciendo un doctorado y necesitas esa laptop, esos libros, esas copias, esos pasajes y ni un solo momento de tristeza en tu vida lejos de tus amigos, porque tienes que regresar y cambiarle la vida a la gente que amas y que te espera con todas las esperanzas del mundo puestas en ti. No lo entenderán porque nunca han tenido que pasar por escoger entre la miseria y el progreso.

Hay gente que nunca entenderá cómo 30 mil peruanos se enferman de tuberculosis cada año, casi como si viviéramos en Haití después del terremoto, tal vez crean que están mal de la cabeza, porque es tan fácil escapar de ella, solo necesitas trabajar como esclavo, todos los días, renunciando a tus sueños y siendo explotado por gente que nunca sabrá lo que es comer mal para pagar tus estudios o dejar de comer para llegar a la universidad. Y si te enfermas, ¡puedes curarte! porque la tuberculosis ¡ya no mata! Mira cómo ha avanzado la ciencia, Claudio, pero tú estás ahí tirado en la cama de un hospital con la piel pegada a las sábanas y los ojos cada vez más adentro de su cuenca, y no hay ciencia que te salve, no hay poder humano o divino que te devuelva esos sueños perdidos en tu mirada. Nadie te dirá doctor Claudio, ni te visitará en tu casa ni verá la mirada de tus padres llenas de orgullo. Ahora cuando visiten tu casa sentirán el olor del batallón de pastillas que tienes que tomar todas las mañanas, la depresión que te invade cada vez que toses, las lágrimas de esos viejitos a los que ibas a mantener, que ya no iban a gastar ni un sol más en ti, porque tú eras el hijo y estabas destinado a grandes cosas.

Eres la excepción, Claudio, de esas frases que el neoliberalismo nos ha hecho creer que son ciertas a punta de excepciones: “el pobre es pobre porque quiere”, porque tú no querías y luchaste por estudiar; “el que estudia, triunfa”, porque tú no triunfaste, a ti te comió el bacilo y te devoró el Estado, ese que abandona a sus mejores hijos y los deja postrados rumbo a la tumba. Tú no tuviste un papá con dinero que te diera estudios o un papá con poder e influencias que te sacara de la cárcel como a Adriano Pozo, lo que tienes es un padre que llora y se lamenta de su pobreza, de no haberte salvado y de ser él quien vea al hijo partir y no al revés. Nos hicieron creer que la educación nos salvaría, Claudio, y mientras tanto desmantelaron la educación, la hicieron más cara y más lejana para nosotros, y le hicieron creer a todo el mundo que todo es posible, que es posible superar la pobreza si estudias, y salir de la miseria si trabajas, y que todo se trata de uno, para que ellos puedan dormir con su conciencia en paz.

Mientras tanto ya van muriendo 3 de los 134 pacientes de TBC que necesitan una operación al tórax urgente. Ellos se murieron con la promesa de la operación que nunca llegó, como miles de Claudios más que morirán con la promesa de una educación que no cambió sus destinos, porque el destino de los pobres es enfermarse y morir abandonados en un hospital del Estado arrasados por una enfermedad que ya no mata en una sociedad que sí mata con su indiferencia.