Somos un país de partidos inconclusos, probamos continuamente el sabor de la derrota, ganamos últimos, nos demoramos en todo, aprendemos de a poquitos, nos cuesta llegar hasta el final, y cuando llegamos… tantas veces se nos quema el pan en la puerta del horno. Tal vez por eso tenemos a los poetas más tristes. Esa experiencia que nosotros conocemos continuamente, cuando nos roban el celular, cuando nos chorean el vuelto, cuando nos dan un billete falso, cuando nos hundimos en el hueco de la acera y nos salvamos por un pelito de que la combi se lleve nuestra vida, nos han ayudado a crecer, a sentir las cosas de otra manera, a sufrir y llorar por este país que nos duele, y a gozar de una manera indecible los pocos triunfos que tenemos.
Por eso era tan importante este campeonato, porque nos decía a nosotros mismos, a cada peruana y peruano que intenta escapar de las miserias de la cotidianidad, que no siempre íbamos a perder, que existen los milagros, como ir al Mundial y jugar con los más grandes, era una metáfora del éxito tanto para los que están atorados en trabajos de 12 horas mal pagados, sufriendo y congelándose en sus oficinas, como a los que están en las calles vendiendo hisopos y cortauñas, paltas de un sol para que coma el hijo que juega con su pelota rota, tanto para los que fueron a Rusia gastándose todos sus ahorros como para los que vimos el partido en el chifa comiendo un menú de 8 soles, ese éxito que siempre nos es esquivo porque es de aquellos que nos permiten soñar.
A mí, particularmente, no me gusta el fútbol, pero me gustan las experiencias de éxtasis colectivo, esas en donde compartes emociones buenas que parecen que por el solo hecho de enunciarse de forma masiva se convertirán en realidad y cambiarán el rostro de todo un país, y para bien o para mal, en un país como el nuestro, eso solo lo puede causar el fútbol, por más causas mejores que tengamos.
Fuimos al Mundial y eso de por sí ya es un milagro, vimos al equipo peruano enfrentarse a países que nos superan en economía, en educación y en derechos, sin amilanarse, porque ese es el futuro, un país educado, fuerte y con derechos para todas y todos, un país que no solo sueña con triunfos de hombres, sino también de mujeres.
En estos cuatro años que vienen para ir a otro Mundial, podemos ir ganando los campeonatos que nos faltan en la cancha, ese partido que nos debemos contra la corrupción, esa pichanga que nos falta para bajarnos al fujimorismo por goleada, el pase que nos debemos hacer todos para frenar la violencia contra las mujeres, el mundialito para que ningún niño muera de hambre o de frío.
Al 2021 podemos llegar a ser un país con rumbo y el 2022 podemos jugar un Mundial de igual a igual, no solo en calidad futbolística, sino también en calidad humana. Eso es lo que le debemos a este país y por lo que debemos seguir jugando. ¡Arriba Perú!